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Reseñas
Joker
por Pablo Andrade y 
Daniel Antón Aguilar García

Octubre de 2019

Notas desde diferentes asientos

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Pablo Andrade y Daniel Antón Aguilar García comparten para CINEMATÓGRAFO dos distintas reflexiones sobre Joker (2019), la película del director estadunidense Todd Phillips que obtuvo el León de Oro en el Festival Internacional de Cine de Venecia. Las aportaciones contienen spoilers

10 de octubre de 2019

I. Joker

por Pablo Andrade

Las relaciones entre la realidad y el arte siempre han sido objeto de debates y discusiones. En algún punto, las líneas que dividen a la "representación" de lo "representado" se difuminan hasta parecer casi imperceptibles. Para agregar un sentido antropológico a lo anterior, podríamos decir que la condición humana es sustancialmente cultural y por lo tanto para nosotros las "representaciones" son más reales que la realidad misma.

 

Cuando una película como Joker (2019) de Todd Phillips en lugar de pasar desapercibida —como casi toda la cartelera estadunidense de este año— logra ir más allá de la representación y hacernos conscientes de que estamos más cerca de la distopía que de la fantasía civilizatoria occidental, es digno de remarcarse. Esta película podría ser el mejor ejemplo de una nueva etapa de desesperanza y cinismo en el cine; una que contrasta con esa artificial e infantilizada tendencia de hacer películas anodinas, de molde y sin substancia, pero políticamente correctas. Dicha tendencia está principalmente representada por esa oscura e interesada maquinaria llamada Disney, que con sus dos productos principales conocidos como Universo Marvel y Star Wars han llenado las pantallas de propuestas vacías, artísticamente limitadas, pero llenas de lo que ellos suponen es “inclusivo”, “correcto” y “socialmente responsable”. 

Espero que no se malinterprete. En verdad creo que el cine debe de incorporar una visión plural de la realidad humana: debe ser una visión crítica que sea capaz de retratar todas las experiencias, todas las formas de ser y estar en este mundo; y, sobre todo, debe de ser capaz de incluir todas las voces de denuncia que claman por mayor representación. Sin embargo, no creo en lo que me dice Disney simplemente porque luce artificial y oportunista. Principalmente, detesto la falta de voluntad por hacer algo artísticamente valioso y la ambición de llenar las arcas con productos cada vez más similares entre ellos: sin alma y sin ninguna pizca de creatividad.

Por eso creo que Joker es una película valiosa. No porque sea perfecta, ni mucho menos; sino simplemente porque es cine bien contado, sin CGI a borbotones, que parte de una visión artística y de un guion solido y, principalmente, que de manera inteligente ocupa su tiempo en contarnos una historia que se siente real: la de una sociedad occidental que ha fracasado, que ha incentivado la desigualdad económica y ha hecho de la violencia una horror interminable, que impulsa una cultura patriarcal y feminicida, que ha promovido la destrucción de los recursos y ha menospreciado el Estado de bienestar y que, irremediablemente, genera individuos cada vez más miserables, infelices y violentos.

 

Joker es una propuesta que al principio podría parecer maniquea, en la que parece que solo hay ricos y pobres; sin embargo, entre más tiempo pasas viendo la película más similitudes encuentras con la realidad y más vamos aterrizando en una única conclusión: la desigualdad parece ser una brecha insalvable en la que a los menos favorecidos se les quita cada día más. Menos oportunidades, menos recursos, más explotación, más derechos negados. 

Me llama mucho la atención que, en Estados Unidos, un país que tiene por presidente a Donald Trump —un excelente promotor de ideas racistas, misóginas y xenófobas— y en el que casi todos los días hay crímenes de odio y otros hechos violentos, la película haya sido tachada de “peligrosa”. En ese sentido, la apreciación del cineasta Michael Moore me parece acertada: Joker es en realidad una película que debería despertar consciencias; hacernos más sensibles al respecto de la violencia sistémica que agobia a muchas personas en el mundo.  En otras palabras, no creo que se trate de una película que haga una apología de la violencia o que incite a cometer actos violentos, sino más bien se trata de un espejo que nos muestra la peor parte de un proyecto civilizatorio fracasado y oscuro. 

En ese sentido, el filme de Phillips se inspira en el cine estadunidense de los años sesenta y setenta —ese que vio el apogeo de Scorsese, Coppola, Spielberg y algunos más— para contarnos la historia de un hombre inicialmente bueno que se ve así mismo violentamente degradado hasta la locura y la crueldad por un sistema opresivo. Es notoria la influencia de filmes como Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976), The King of Comedy (Martin Scorsese, 1982), Dog Day Afternoon (Sidney Lumet, 1975), Mean Streets (Martin Scorsese, 1973), The Deer Hunter (Michael Cimino, 1978) y hasta la misma First Blood (Ted Kotcheff 1982), todas ellas protagonizadas por personajes maltratados por la sociedad; y, posteriormente, pasan de víctimas a victimarios, demostrando que la violencia sólo acarrea más violencia. 

Otras películas más recientes que parecen ir en el mismo tono de denuncia sobre una sociedad generadora de violencia son Falling Down (Joel Schumacher, 1993), Natural Born Killers (Oliver Stone, 1994) y Elephant (Gus Van Sant, 2003); muchas de ellas cargaron con el mismo cartel ignominioso de “perniciosas”. La conclusión que realmente podemos sacar de todo esto es que hay un sector del público que parece no gustarle ver en pantalla esa radiografía oscura de la naturaleza humana y, sobre todo, esa realidad aplastante de nuestros sistemas económicos fracasados. 

Es también curioso como otras películas y sagas cinematográficas que son mucho más violentas que Joker no parecen cargar con el mismo estigma. Las preguntas que derivan de este último hecho son interesantes: ¿Por qué un personaje como el de Cliff Booth en la última película de Tarantino —del cual se sugiere que mató a su esposa por un capricho y que al final de la cinta masacra a una muchacha hasta destrozarle el rostro— no genera ninguna crítica ni se le tacha de mal modelo?, ¿por qué la violencia nos parece adecuada en sagas como John Wick en la que los "malos" son en gran medida musulmanes? 

Pero la taquilla internacional de Joker parece demostrar que el público ha favorecido mayoritariamente la película y, lo que es más importante, ha calado profundo en la discusión pública. Seguramente tiene que ver con la popularidad del villano por excelencia de Batman, pero también —espero— tiene que ver con que el público que acude al cine es más que un hato de ganado, por más que algunos estudios así los traten, y exigen mejores historias, con valores de producción dignos y con propuestas artísticas que sean capaces de conmoverlos y hacerlos pensar. Joker, con todo y sus deficiencias —que sí las tiene— nos recuerda que el cine es un fenómeno de gran calado sociológico y uno de los más poderosos medios de comunicación tanto de ideas cuanto de emociones. Hace mucho que una película no lograba este impacto. 

Esperemos que sea una lección para las grandes productoras de cine en una época en la que el Universo Marvel parecía no haberse conformado con haber manufacturado la película más taquillera de la historia, sino que ya hasta habían iniciado una campaña para ser reconocidos como el nuevo rasero de la calidad cinematográfica estadunidense. Da gusto que cintas como Joker lleguen para demostrar que en “la casa del ratón” no tienen la última palabra.

Asimismo, habrá que esperar que los miembros de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood sean capaces de reconocer los valores artísticos de la cinta de Todd Phillips. Sin bien, los Oscares han dejado de ser un sinónimo de calidad para pasar a ser un espectáculo que pierde rating año con año y por ello han recurrido a premiar propuestas tan políticamente correctas como insulsas y desechables como las ganadoras del año pasado —Green Book (Peter Farrelly, 2018), Black Panther (Ryan Coogler, 2018) y Bohemian Rhapsody (Bryan Singer, 2018), aunque es justo decir que le dieron un merecido reconocimiento a Blackkklansman (Spike Lee, 2018) y Roma (Alfonso Cuarón, 2018)—, también es cierto que siguen teniendo un peso importante en la industria y, la verdad sea dicha, todos quieren ganarlo. 

Se preguntarán por qué no he hablado de la actuación del señor Joaquín Phoenix en su papel de Arthur Fleck. La razón es que creo que no hay nada más que decir: el tipo es un maestro y punto.

El autor forma parte del equipo editorial de CINEMATÓGRAFO.

Joker
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15 de octubre de 2019

II. EL COMEDIANTE Y EL FANTASEO

por Daniel Antón Aguilar García

La reseña de A. O. Scott en el New York Times sobre Joker (Todd Phillips, 2019), la nueva película sobre el Guasón, es devastadora.[1] Para él, se trata de un producto estrictamente mercadotécnico, que busca explotar temas controversiales y sensibles, como los asesinatos en masa, para hacer ruido mediático. Algo hecho sólo para la vendimia. La violencia que se muestra es gratuita, absurda y hueca. La crítica social es pobre y el guion una sucesión de actos sangrientos: “no es una obra nihilista, es una historia sobre nada”. Un mal chiste (A. O. Scott, 2019). La crítica del New Yorker es un poco más equilibrada, pero también bastante dura. A pesar de que el protagonista es Joaquin Phoenix, uno de los mejores actores de su generación, no iba yo muy bien dispuesto a ver la película. 

 

Y al salir del cine no tuve una opinión definida. La actuación de Phoenix en el papel de Arthur Fleck es magistral: su mirada, su cuerpo y una serie de bailes macabros que hacen pensar en la danza butoh— son tan impactantes como la carcajada dolorosa que identifica a su personaje. Posiblemente sea una caracterización que perdure en la memoria colectiva, como Marlon Brando en El padrino (Francis Ford Coppola, 1972). Me pregunté si la actuación había sobrepasado al guion, si el talento del actor era lo único que sostenía una trama que se quedó corta. Y lo que creo es que no, que la historia es tan buena como la actuación, que quizá esta sea una de las grandes películas de nuestros tiempos, pero es difícil apreciarlo de inmediato. 

Arthur es un payaso patético que busca hacerse una carrera como comediante de stand-up pero que tiene poco talento y mala suerte. Tiene un padecimiento que le hace reír estrepitosamente en momentos de angustia. Vive con su madre, con quien tiene una relación ambigua: ven juntos la televisión en la cama; él la baña. Ha sufrido agresión en la infancia y es víctima de ataques violentos (golpes, maltrato) por parte de distintos personajes hasta que en un punto da un vuelco y comienza a matar a los que lo han dañado. Empieza por tres chicos que lo agreden en el metro, luego mata a su madre, después a un conductor de televisión que admira (interpretado por Robert De Niro). Conforme su violencia crece, aumenta su popularidad, se vuelve un héroe, las multitudes lo aclaman y enciende sin proponérselo una especie de revuelta popular que hace arder Ciudad Gótica. La historia está ambientada en el Nueva York de los años ochenta, lo que le da un toque retro y una estética sombría. 

En un primer momento pensé que A. O. Scott tenía razón, que la película era plana, que los guionistas (el director Todd Phillips y el escritor Scott Silver) habían amasado una serie de asesinatos cruentos en vez de contar una historia. Entendí el sentir de quienes consideran que la glorificación de la violencia por la violencia es peligrosa en el mundo de hoy. También pensé que la película subraya la sensación (tan antigua como actual) de que la política puede ser absurda y las masas no piensan. Pero después me convencí de que se puede hacer otra lectura, de hecho se pueden hacer varias, pero yo tengo la mía. Creo que la cinta se hace más interesante si se pone el foco en el mundo interno de Arthur.

 

Hay un par de momentos en el filme que de alguna forma dejan claro que Arthur está fantaseando. En una escena del principio, él acude como público al programa del conductor que interpreta De Niro, quien lo invita a pasar ante cámaras, le da un abrazo y le dice al oído que desearía que fuera su hijo. En una escena posterior, Arthur llega envalentonado y planta un beso en la boca a su vecina, una chica guapa con la que apenas se saludaba, y tienen una cita romántica. Ambas escenas son tan inverosímiles que se entiende que son imaginadas. Pero si esos dos momentos son producto de su fantasía, ¿cómo podemos saber qué es fantaseado y qué no lo es? 

Freud notó que los bebés, cuando desean comer y no están siendo amamantados, succionan su pulgar a manera de satisfacción alucinatoria de deseo.[2] También habló de los sueños diurnos, las fantasías que tenemos durante el día, pero que como los sueños de noche, tienen un rico contenido inconsciente y expresan deseos reprimidos.[3] Pienso que la película puede entenderse como una satisfacción alucinatoria de deseos, como una serie de fantasías en las que se van cumpliendo anhelos, algunos tiernos y algunos horriblemente hostiles, en una mente que no censura (Freud decía que la perversión es el negativo de la neurosis, es decir, lo que ocurre cuando no hay represión). Arthur desearía salir con su vecina, ser aclamado por multitudes y querido por el conductor de televisión que admira. También quisiera matar a los chicos que lo agreden, a su madre y al mismo conductor que toma como figura paterna y que siente que lo ridiculiza. Incluso querría ser hijo de Thomas Wayne (padre de Bruce), el empresario notable candidato a alcalde y que le daría una suerte de cuna aristocrática, a la manera de la llamada “novela familiar de los neuróticos”. Tal vez la película es la puesta en escena de todas esas fantasías.

 

Al final del filme vemos a Arthur en una institución psiquiátrica riéndose. Tiene frente a sí a una entrevistadora, que le pregunta de qué se ríe. “De un chiste, pero no lo entenderías”. Después lo vemos en el pasillo del hospital dejando un rastro de sangre y luego corriendo de los enfermeros. No sabemos si mató a la señora que lo entrevistaba o si se hizo daño a sí mismo. No lo sabemos, pero podemos pensar que todo fue una fantasía o una alucinación, que la trama parece desarticulada o absurda o insoportablemente violenta, no por falta de talento de sus creadores, sino porque el cumplimiento de los deseos más profundos, aún en la fantasía, puede ser aterrador, cruento y presentarse como carente de sentido. 

El autor es internacionalista por El Colegio de México y cuenta con un posgrado en Política Comparada por el Instituto de Estudios Políticos de París (Sciences-Po Paris). Actualmente se desempeña como Director Ejecutivo para México de Humane Society International.

NOTAS Y REFERENCIAS

[1] A. O. Scott, “Joker Review: Are You Kidding Me?”, The New York Times, 3 de octubre de 2019, disponible en: https://www.nytimes.com/2019/10/03/movies/joker-review.html.

[2] Sigmund Freud, “La interpretación de los sueños”, en Obras Completas de Sigmund FreudBuenos Aires, Amorrortu, 2013, pp. 557 y 558, vol. 5.

[3] S. Freud, “El creador literario y el fantaseo”, en op. cit, pp. 128-130, vol. 9.

El Comediante y Fantaseo
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