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Reseña
West side story
por Pablo Andrade

23 de marzo de 2022

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Cuando voy al cine a ver una película de Steven Spielberg, la atmósfera no puede ser calificada como algo menos que mágica. Uno tiene la sensación de que, en cuanto se apaguen las luces y empiece la función, el público verá un truco de magia que le arrebatará el aliento, que lo dejará incrédulo: intentando descubrir cómo es que hizo el mago para esconder un conejo en la chistera para finalmente rendirse ante al maestro prestidigitador y su encanto, su talento incontestable y su oficio.

 

La verdad es que no importa qué decida hacer Spielberg casi siempre sale avante: lo mismo puede hacer una película bélica, un drama histórico sobre el holocausto, una película de aventuras a lo Flash Gordon, cine de terror, cine fantástico, ciencia ficción y lo que ustedes digan. Sus imágenes son tan persuasivas que se impregnan en el subconsciente para siempre ya sea por su espectacularidad o por su crueldad —aunque se suele relacionar a Spielberg con imágenes emotivas e icónicas de la cultura pop como la de Elliot y su amigo alienígena cruzando la silueta de la luna en una bicicleta en E.T. The Extraterrestrial (1982), lo cierto es qué hay un sinnúmero de imágenes violentas en su filmografía que resultan tan crudas que uno las imagina propias de directores abocados al cine gore. Por mencionar algunos ejemplos ahí tenemos la muerte especialmente dolorosa de Quinn en Jaws (1975), un hombre siendo destrozado por dos T-Rex en The Lost World (1997), la masacre de los atletas judios en Munich (2005), un soldado siendo lentamente apuñalado en el corazón en Saving Private Ryan (1998).

 

Cuando me enteré que su nueva película iba a ser un remake de West Side Story (Robert Wise y Jerome Robbins, 1961) lo primero que pensé es que no la iba a ver, porque se trataba de un musical y nunca he sido fan del género. Pero después, la curiosidad por saber qué haría Spielberg con un filme tan amado por muchas personas y que es considerado uno de los mejores musicales de toda la historia, me llevó a ver este nuevo ejercicio del gran Rey Midas de Hollywood como la confirmación de su genio y de su talento como realizador. Se trataría, sin duda, de una nueva oportunidad para ver al mago hacer un truco hasta ahora inédito en su repertorio.

 

El resultado ha sido un número de magia espectacular: no solamente estamos ante una cinta endiabladamente entretenida, sino que podría considerarse como un gran compendio de los recursos de Spielberg para hacer cine: el dinamismo de la puesta en escena, la fotografía con mucha iluminación, el instinto para elegir a actores y actrices con rostros y gestos espectaculares, las grandes colaboraciones artísticas con el resto del equipo (en especial con el apartado musical); y, sobre todo, la sensación de que, a través del lenguaje cinematográfico y la edición, Spielberg puede remover los sentimientos más primarios del público como el asombro y la ternura. En muchos momentos de la película —en especial aquellos en donde aparecen los personajes de Anita y Bernardo, interpretados por Ariana DeBose y David Álvarez respectivamente— disfruté como un niño de los número musicales y, por supuesto, de la música de Leonard Berstein, que se mantiene para esta nueva versión renovada a través de David Newman y Gustavo Dudamel.

 

Otro de los elementos que más disfruté de la película fue la reconstrucción de la ciudad de Nueva York en la década de 1950; una que se centra, sobre todo, en las contribuciones de las comunidades latinas al paisaje urbano. En ese sentido, el  equipo de dirección artística de Spielberg, hace un trabajo espectacular convirtiendo al barrio de San Juan Hill en un personaje más de la historia. Este lugar es el centro de la disputa entre las bandas locales que se sienten desplazadas de lo que consideran “su hogar”, y las formadas por los migrantes puertorriqueños, quienes ven en Nueva York un símbolo de esperanza y de tierra prometida. Así, la nueva West Side Story se convierte en una historia sobre tolerancia e inclusión racial, un mensaje que, aunque pueda resultar repetitivo en muchas películas, no deja de ser importante y, si se toma en cuenta la situación actual en el mundo, hasta necesario.

 

En conclusión, como fan del cine de Spielberg puedo afirmar que West Side Story de 2021 se trata de una película cien por ciento spielbergriana. En ella, el director hace gala de su maestría cinematográfica, entregándonos una película brillante en su forma, con un un mensaje de unión y tolerancia propio de su cine. Es además digno de mencionar que, a pesar de que son reconocibles todos los elementos distintivos de sus películas, nunca se siente como si Spielberg se estuviera repitiendo a sí mismo: se trata de una película vibrante, surgida de una genuina curiosidad artística por explorar territorios desconocidos y al mismo tiempo para rendir homenaje al cine con el que creció, pues es casi palpable el respeto y el amor que Spielberg siente por la versión original. 

El autor forma parte del equipo editorial de CINEMATÓGRAFO.

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