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Reseña
Voraz
por Mónica Martínez

11 de abril de 2017

Es un día gris y Justine (Garance Marillier) va camino a su primer día en la facultad de veterinaria. En el trayecto lleva el peso de la sobreprotección materna, de vidas insípidas e incoloras, animadas únicamente por un canino amoroso; la versión domesticada del cazador nato. Sin ningún aviso, Justine, la virgen vegana, se encuentra con un mundo regido por les rites du passage. Por medio de intensos colores primarios —rojo, azul, amarillo— Justine acaricia apenas con la yema de sus dedos la vida. Y por vida me refiero al sexo.

Y una vez descubierto el sabor embriagante del sexo temes que la pasión de Justine quizá, sólo quizá, no tenga límites.

J’boufferais tes os. ¿Cuántas veces has sentido un apetito insaciable por el cuerpo de la persona que deseas? Comértelo hasta los huesos. Chuparle hasta la última gota, probar el sabor desde sus dedos. Ese deseo que es más poderoso que la muerte, al que te entregas porque te consume y, si lo dejas, mata. Tu feras un joli cadavre. El deseo que da forma a la vida, que convierte al ennui en un cúmulo de emociones. Emociones que fluyen como sangre profusa en cuerpos vivos, fugaces. Lo mismo Adrien (Rabah Nait Oufella), quien se entrega de cuerpo entero al fruto prohibido que no probó en veinte años, como Justine cuando hinca con desesperación el primer diente al shawarma, y uno al sentir el mismo ahínco en una felación ansiosa, violenta y apresurada.

Justine el capullo, bajo las sábanas, transformándose en crisálida. Frente al espejo, conociendo a Justine sensual. Première leçon d’séduction. La sangre hierve bajo la piel. La sangre llama y alimenta; así es Alex (Ella Rumpf), cómplice, incitadora, hermana mayor. Si alguien se recuerda púber en los noventa encontrará una versión refinada de la locura asumida de Nancy (Fairuza Balk) en The Craft (1996). Porque la sangre también revela la esencia, la herencia genética. Y la sangre que hierve te lleva al límite, pero sirve de escudo hasta el final. Hermanas carnales —a veces briosas, otras en brama, en esencia vulnerables—y una madre incapaz de protegerlas de ellas mismas.

Al cabo una advertencia, Voraz no es una secuencia de porno gore ni busca serlo. Sin perder el humor, el drama al que nos afronta la ópera prima de Julia Ducournau (1983) destruye eternos femeninos y explora extremos, nos echa en cara nuestras vidas anquilosadas. Haría bien verse en combinación con Divines (2016) de Houda Benyamina (1980). No porque sirva de algo contrastar a sus mujeres que vacilan entre vida y muerte (Marillier y Amamra), a sus guías —mujeres apenas mayores (Rumpf y Kalvanda)— y cuerpos masculinos (Oufella, Mischel) capaces de sacarlas de quicio; sino porque las horas frente a la pantalla salpican, estimulan el espíritu y el instinto, y se agradece.

Por lo demás, la música original de Jim Williams es exquisita, y al salir de la sala me quedé con antojo de unos buenos tacos de sesos, lengua, ojo y oreja.

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