Reseña
EN TODA PIEDRA EL UNIVERSO
O UN IDEARIO CÓSMICO EN TORNO A
UNCUT GEMS
por Samuel Segura
29 de septiembre de 2020
1.
Howard sonríe, los dientes bien de fuera, mientras su inminente exesposa lo mira, sonriendo también, y le dice:
—Eres la persona más desagradable que he visto en mi vida.
No son las palabras exactas, pero algo así le dice, y él no alcanza a descomponerse, mantiene el enorme gesto feliz en la cara mientras su aún esposa sigue riéndose de él, enfurecida, hasta que el resto de su familia, de la familia de ambos, llega con ella (están en una fiesta), y Howard se retira de la habitación en la que pretendió, con su sonrisita, restaurar un matrimonio hecho trizas.
Un matrimonio en el que hubo tres hijos.
Un matrimonio en el que, probablemente, alguna vez hubo amor.
Porque así es Howard Ratner (¿coward? ¿rat?): un tipo que le muestra los dientes, alegre, irreverente, a la adversidad. Un hombre que solo es feliz perdiéndolo todo. Un individuo que…
—Me desesperó un chingo— me dice el Guti luego de ver Uncut Gems en Netflix, luego de habérsela recomendado insistentemente. Él es un viejo fan de las comedias de Sandler —en mi caso recuerdo haber visto pedazos de ellas en la televisión, y tras ver esta película vi los dramas The Meyerowitz Stories (Noah Baumbach, 2017) y Punch Drunk Love (Paul Thomas Anderson, 2002), y para saber un poco más sobre él, sin saber que así sería, vi este video. El Guti incluso se parece al buen Adam (reímos un poco al recordarlo), pero como él, alguien más me dice algo parecido. Y alguien más. Que el personaje les desesperó. Que a pesar de la gran actuación melodramática del actor no serio, del actor cómico, el personaje los impacientaba por la cadena interminable de errores que cometía, uno tras otro, sin detenerse, y siempre sonriente, siempre burlándose del despiadado destino que lo castigaba todo el tiempo y sin piedad.
Aunque también lo premiaba, lo liberaba, le daba momentos de esperanza y de respiro en esa frenética montaña rusa de destrucción-salvación al límite que no se sabe específicamente en qué terminará, aunque no puede ser de otra forma que descarrilándose.
—Eso está bien —le digo al Guti—. Eso quiere decir que se esmeraron por escribirlo a fondo. Dramáticamente hablando, en el cine, entre más obstáculos tenga un personaje para lograr su objetivo, sea cual…
—No sé —me interrumpe, incrédulo, un tanto seco, como suele ser, ante mi sabionda respuesta. Sí que actúa como el propio Sandler, a quien, contrario a Howard, se le mira cauto y analítico cuando habla de la peli. Celebro esa actitud, desde luego, porque corresponde con la decisión arriesgada de apostar por actores que a primera vista no parecen ser los indicados para cierto papel (¿según quién?, me pregunto a mí mismo), aunque a mí me parece la decisión más acertada de todas, esa decisión arriesgada por apostar por lo imprevisible (apostar es la palabra clave aquí), porque se saca al posible actor (o actriz) de su posible zona de confort. Y es ahí donde entregan todo. Y es ahí donde ocurre lo impensado.
Así lo asegura Josh Safdie —cada que lo veo no dejo de pensar en que me parezco físicamente a él, creo que somos más o menos de la edad (me llevará tres años), pero él ya está filmando películas y yo aquí pretendiendo escribir sobre ellas—, cuando en los extras de la edición Blu-ray —que compré hace poco (Amazon aseguraba que traía su slipcase y toda la onda, pero me llegó sin ella, ese pequeño fracaso me hizo pensar que eso también es parte de la naturaleza cósmica del fracaso que narra esta película)— asegura que eligieron a Sandler por el carisma del actor; porque él, por los papeles que ha hecho a lo largo de su trayectoria, podía cometer los errores que comete Howard sin que la gente lo abandonase en el camino y al contrario, con la gente esperando a que saliese bien librado de ellos.
Los hermanos Safdie ya lo habían hecho antes (castear un actor inesperado) con Good Time (2017), película que vi cierto día en la Cineteca cuando no había otra cosa que hacer. Por lo regular, mayormente, este bello espacio suele exhibir “tediometrajes” (Juan Mora dixit) magistrales, pero esa vez era temprano, por la tarde, pasado el mediodía, aunque me había desvelado como suelo hacerlo (como lo hago ahora que tecleo este texto), y pensé que me echaría una jetita sabrosa en la butaca los primeros diez o quince minutos para luego despertar entre tinieblas, sin saber muy bien qué diablos hacía ahí, y luego ver hacia la enorme pantalla la misma aburrición de unos momentos antes…
...pero no ocurrió así.
Frente a mí había una imagen capturada con telefoto, cercanísima, a detalle, y luego otra y otra en un estilo enteramente claustrofóbico y caótico que, conforme fui agarrando el hilo de la trama, me cautivó.
—Ah chingá, qué es esto —me dije mientras verificaba que, en efecto, siguiera ahí sentado en la Cineteca.
En efecto, ahí seguía.
Luego me percaté, para mi mayor sorpresa, de que el actor que estaba actuando era el mismísimo Robert Pattison (no lo había reconocido), a quien ni siquiera había visto en Crepúsculo (Catherine Hardwicke, 2008), pero por cuya cinta sabía de su existencia. Por lo tanto lo estaba viendo sin (tantos) prejuicios y el tipo me dejó así:
:o
Pensé en Scorsese —quien, oh Dios, fue productor ejecutivo (lo que sea que eso signifique) de Diamantes en bruto, como le pusieron en español a esta cuarta película de los hermanos Safdiea—, y el maestro Ayala Blanco también lo rememoró, y a Orson Welles, para que no cupieran dudas. Se me hace que los Safdie sí que juegan en esas ligas, herederos también de Robert Altman y de Sydney Lumet. Esto es cine de verdad y sin pretensiones, pensé además de las previas adjetivaciones que espero le hagan sentido a alguien, así que cuando supe que saldría Uncut Gems en Netflix (un filme “inquietante”, “crudo”, “enérgico” según sus calificaciones) y vi quiénes eran los directores, quién era el actor, me emocioné al grado de que casi eché un grito (¿o lo eché?) al cielo gris que se dejaba ver aquel día por la ventana. Porque aquello sería un diamante verdaderamente afilado, capaz de cortar cualquier aliento.
2.
Tardaron diez años en escribirla —yo llevo diez días escribiendo esto, sé que no lo parece, y sé que no importa. Los Safdie se juntaron (de nuevo) con el escritor y también cineasta Ronald Bronstein, y juntos, Benny, Josh y Ronald tejieron los pormenores de la historia de Howard, un vendedor de joyas judío, neoyorkino, padre de familia ultraproveedor, semidivorciado y uno podría decir que muy avaricioso, enloquecidamente ludopático (si acaso existe ese terminajo). Y en esa década hubo 160 versiones, a decir de ellos mismos, y alguna de ellas de 170 páginas, que culminó en un filme de poco más de dos horas de pura y dura alta tensión dramática.
No me sorprende entonces la demora, al contrario, supongo que solo así, solo escribiendo tantas veces durante tantos años se consigue el resultado que obtuvieron: esto es de lo mejor que he visto en mucho tiempo, producido recientemente (fue olímpicamente ignorado por los Óscares, aunque ganó otros premios). En ese caso los premios importan poco (como lo que yo diga al respecto).
Entre tanto los hermanos Safdie trabajaron en otros proyectos (prácticamente su filmografía toda, la propia Good Time) hasta que las cosas comenzaron a cuajar —por ahí leí que Benny o Josh, no sé cuál, seguía reescribiendo el guion días previos al (o durante) el rodaje. Cambiaron al basquetbolista que entraría en la jugada un par de veces hasta dar con Kevin Garnett, KG, quien resultó ser más que el indicado, no solo por su apellido rocoso (Garnett, de “granito”, “una piedra”, le dice Howard en alguna parte de la cinta), sino por sus dotes histriónicas desarrolladas por tantos juegos jugados ante miles de personas en la NBA.
Ah. Hace unos veinte años yo solía jugar basquetbol. En la secundaria. En aquel entonces Garnett era jugador de los Timberwolves. Era una de las estrellas de la liga, junto con tipos como Tim Duncan o Allen Iverson (mi favorito), después de aquellos años en los que mal jugué (como en todos los deportes que he practicado) perdí la pista a aquellos jugadores (con los cuales jugaba en el NBA 2k2, para la consola Sega Dreamcast). El hecho de saber que Garnett estaría en Uncut Gems me motivó a ver la película de un modo en que no sé cómo explicar si no es a través de la nostalgia.
Hablando de videojuegos, es en alguna parte que Josh menciona que la música de esta película le recordaba a Megaman, por las distintas emociones que ésta transitaba durante el juego, durante un nivel, hasta a llegar al jefe a vencer al final de cada capítulo. Yo sí jugué Megaman (Josh dice que no es gamer, yo alguna vez lo fui), aunque nunca fui tan fanático de este como lo era Leonard, un primo mío dibujante muy chingón, artista innato al que quería mucho y al que no he visto hace un buen rato. Esa onda electro, new age, propia de los ochenta —que a decir del mismo Josh busca establecer, mediante una emoción específica, un cambio en el escucha— fue una de las herramientas clave de Uncut Gems para navegar en las emociones discordantes que experimenta Howard; teniendo así un contraste inusitado entre la música y la imagen que ya habían hecho suyo en Good Time, y que a mí me recordó no solo mi temprana niñez en los ochenta, sino a Blade Runner (Ridley Scott, 1982), a Vangelis.
Y hablando de música, los Safdie también consiguieron la participación del famosísimo cantante The Weekend (quien, como Garnett, actúa como él mismo, y a quien no he escuchado nunca ni creo hacerlo, aunque no sé); y a la hasta ese momento no actriz Julia Fox (antes fotógrafa neoyorkina de la decadencia y la autodestrucción) para interpretar el papel de Julia, la amante de Howard, a quien Josh conoció años antes y quien pensó que este la estuvo espiando todo el tiempo porque el personaje era ella misma, a decir de ella misma.
A todos ellos los Safie los filmaron en un distrito joyero de verdad, en Nueva York, con gente de verdad, con actores por primera vez, como los llaman ellos, mezclados con actores experimentados; un estilo que no es es nuevo ni original ni mucho menos, pero que en sus manos, a través de su mirada rompe los límites de la ficción y la no ficción, y los funde en un solo camino que es imposible no tomar: busca una épica de la gente común. Toda esta película se gestó gracias a un personaje llamado Howard: joyero, que conoció el padre de ambos cuando éste trabajaba en aquel distrito; por cierto siempre hablan de su padre, pero nunca lo vemos a él (hasta este video supe si aún vive o ya murió o qué). Uncut Gems, como Good Time, como Heaven Knows What (2014), son una aproximación brutalmente honesta a la verdad a través de la mentira. La más cierta de todas, la más verosímil. Es decir, la verdad artística. La del Arte con mayúsculas. La que transgrede y trastoca. La que no se limita. La que es y no le importa lo que digan de ella.
En fin, más allá de estas consideraciones informativas-investigativas, lo único que quiero decir con todo esto es que Uncut Gems, como la obra maestra que es (aunque hoy llamemos así a cualquier cosa, pero cuando aparece una de a de veras salta a la vista, brilla y pesa, como una joya auténtica), me hizo reflexionar sobre mí mismo, sobre mi propia finitud; sobre la vulnerabilidad de mi vida, sobre lo falible de mi efímera existencia.
3.
En la fotografía en blanco y negro del cartel un hombre se toca la cara madreada; en la nariz lleva un trozo de papel ensangrentado, y la mano que toca el rostro lleva anillos y un reloj. “¿Qué le pasó a este individuo?”, se pregunta uno al verlo, y uno sabe de antemano que nada bueno, que está metido en un lío, y uno quiere descubrir cuál, y saber si lo resolverá o no o qué.
Y luego uno mira el tráiler y piensa que el viaje, aunque vertiginoso, valdrá toda la pena.
Que aquella es una bomba cuyo click ya ha iniciado y no tarda en estallar.
Click.
Click.
Click.
Ah. Tenía un buen rato sin usar reloj, más de quince años. Hace un par de días vino el Galo y me regaló uno, con motivos de Rick and Morty (Justin Roiland y Dan Harmon, 2013). Me sorprendió. Él me recomendó esa serie animada, y tras ver el primer episodio en Netflix, goloso me aventé un capítulo tras otro una semana en que dormir era sinónimo de pesadillas con horrendo trasfondo. Soy fan del humor inteligente e incomplaciente con la inteligencia del espectador. Soy fan de Rick. De sus viajes en el espacio-tiempo a través de un portal verde, como en el que se hunde poco a poco en las manecillas de este reloj.
Total que dejé de usar reloj no por la delincuencia rampante de mi barrio, sino porque pretendí no ser esclavo del tiempo —me la pasaba viéndolo, angustiado, porque solía ser impuntual... Mi padre, sin embargo, solía regalarme uno a la menor provocación (hoy no sé dónde queda ninguno). Así, un día me quité las ataduras y no solo me deshice del reloj (de los relojes), sino de pulseras y demás cosas que colgaban de mis muñecas, esas mismas que también un día quise cortar de un solo tajo.
En fin, que tan no usaba reloj hace años que me lo puse mal. El Galo me mostró cómo hacerlo tras ajustar la hora. Gustoso me puse la joya sobre mi muñeca izquierda; por un momento me sentí digno de visitar el mundo de Howard Ratner. Un mundo que me es ajeno por completo, en tanto que soy un ignorante absoluto de la joyería, pero que me es muy cercano, en tanto la enfermiza condición de perseguir un sueño a toda costa.
Así los hermanos Safdie, quienes le insistieron a Sandler esos diez años que les tomó escribir y preparar el terreno para esta película. Lo hicieron primero a través de su agente; el actor no estuvo interesado en ellos hasta que vio Good Time. Tras hacerlo dijo:
—Son jodidamente buenos —palabras más, palabras menos, pronunciadas en ese mismo especial del Blu-ray sin slipcase que quizá devuelva (o no). Su esposa lo convenció de que interpretara un papel que al principio le causó animadversión por los yerros oscuros de Howard, porque en principio pareciera solo un mal hombre haciendo cosas malas, aunque en realidad se trate solamente de un buen hombre haciendo cosas malas.
Quiero suponer que nomás en las películas podemos ser tan drásticos. Porque Howard solo es un hombre equivocándose, cosa que le pasa a algunos de nosotros (no a todos, yo sé). Aunque, como diría el personaje de una novela que leí hace poco: “los pecados de los hombres buenos son los únicos imperdonables”.
—¿Qué es un “diamante en bruto”? —se pregunta Josh Safdie y se responde él mismo—: es algo que por fuera es duro, y es considerado sin valor, pero una vez que cavas debajo pasan las imperfecciones, los defectos; puedes obtener algo que es hermoso. Creo que uno puede ser capaz de encontrar esa belleza en esta vida. En todo.
Eso es Howard. Pero, dice Joshua, es también un enfermo optimista. Un ludópata quizá sea eso, un enfermo de optimismo, pues siempre piensa que a la siguiente va a ganar. Que lo mejor viene después. Y en el entretanto descuida todo lo que sí tiene por aquello que espera tener. ¿Acaso será esa la forma de identificar la ruinosa caída de un hombre de lleno al infinito? Ahí donde falta el aire, donde no se escucha nada. Ahí donde se desaparece para siempre, en una mirada irreconocible.
Howard es la tragedia cotidiana de muchos de nosotros (yo sé que no de todos).
Howard es el que arriesga el todo por el todo, todo el tiempo; el que apuesta aún tras ver muy de cerca la cadavérica feis de la muerte; el que abre la boca y muestra los dientes y sonríe y le es imposible detenerse y le es imposible respirar y decirse a sí mismo basta. Detente.
El que está en desacuerdo.
Y sonríe.
Me parece que es Benny quien confirma que Howard es la gema, el ópalo oscuro, la piedra rugosa por la que todos los demás pueden mirarse excepto él, pues él es ella misma. El universo entero está dentro de él: el caos, la oscuridad y el vacío.
Pero también las estrellas, aunque brillen a lo lejos.