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Reseña
Tres anuncios por un crimen
por Ricardo Cárdenas

16 de febrero de 2018

Dunkerque

En recuerdo de mi tía María Concepción Gutiérrez Manzo

Mildred Hayes (Francis McDormand) conduce por una carretera poco transitada a las afueras de Ebbing, Missouri, la pequeña localidad donde vive. De repente, tres olvidados espectaculares que se encuentran cerca de su casa captan su atención y casi al instante su mirada se transforma con una intensidad furiosa que deja en claro que acaba de tomar una profunda decisión: tras siete meses de no saber nada sobre la violación y el asesinato de su hija, resuelve rentar esos anuncios para denunciar la inoperancia de las autoridades locales.

Con un fondo rojo sangre y letras negras, las vallas señalan a Bill Willoughby (Woody Harrelson), el sheriff de la policía local y principal responsable de que el caso no se haya resuelto. De inmediato, los letreros —que de forma sucesiva dicen «violada mientras moría», «¿y todavía no hay arrestos?», «¿cómo es posible, jefe Willoughby? »— captan la atención de los medios, los cuales se encargan de transmitir la denuncia por toda la región. Esto causa una reacción enconada por parte de la población ya que cuestionan a Mildred por señalar al alguacil de irreprochable trayectoria y quien, a pesar de sentir simpatía por la causa de Mildred, considera que los anuncios son una ofensa y un ataque injusto a su labor.

 

En especial, el oficial Jason Dixon (Sam Rockwell) —un policía borracho y racista, que pasa el tiempo leyendo historietas bajo la sombra de su autoritaria madre— se encuentra molesto por la falta de respeto a la autoridad que representa su amigo Willoughby y empieza a abusar de su posición intimidando a los pocos amigos con los que cuenta Mildred. Para cerrar el círculo, Charlie (John Hawkes), el abusivo ex marido, le reclama a Mildred que haya confrontado de esa forma a las autoridades y la culpa de la muerte de su hija. Mildred y su hijo Robbie (Lucas Hedge), deben enfrentar el acoso de todos en el pueblo —desde el dentista y el sacerdote, hasta los compañeros del colegio de su hijo adolescente— situación que molesta a Robbie pero que a Mildred, harta de la injusticia, le brinda fuerzas y la hace mantenerse firme.  

A grandes rasgos, esta es la premisa de Tres anuncios por un crimen (Three billboards outside Ebbing, Missouri), el tercer largometraje del cineasta británico Martin McDonagh —In Bruges (2008) y Seven psychopaths (2012)—, quien la ha posicionado como una de las revelaciones de la temporada al escribir un guion por demás sugerente que encuentra sustento con un sólido elenco actoral.  

De entrada, no sorprende la buena fama de la que viene precedida pues McDonagh presenta una historia atípica a lo que nos tiene acostumbrado Hollywood contando la vida de una mujer profundamente agraviada, que exige justicia y que para ello no duda en sacar su coraje de manera resolutiva, contundente y poco convencional. Y es que tradicionalmente en la industria del cine predominan las cintas que reducen la condición de la mujer a simple accesorio que sirve de complemento a los personajes masculinos. Para que una mujer logre vencer a un hombre, tiene que ser sumamente astuta y hacer uso de su atracción sexual —el arquetipo de la femme fatale es el ejemplo más claro.  

Así, la película trasgrede desde el planteamiento pues la protagonista no es la típica mujer sexi que lucha y exige justicia desde un despacho de abogados —al estilo Julia Roberts en Erin Brockovich (Steven Soderbergh, 2000)—, o la superhéroe acartonada e hipersexualizada que recientemente vimos en Wonder Woman (Patty Jenkins, 2017). Por el contrario, Mildred es una empleada de clase media que usa unos overalls deslavados —parecería que no la ha tratado bien la vida— y que lucha sobrevivir ante el ambiente de desolación que la rodea. Alguien común a la que todos podríamos conocer.  

Es una mujer enojada—un estado de ánimo mal visto en la vida, el cual se recomienda ser tratado a través de terapias que buscan encontrar la “reconciliación con uno mismo”— pero que en su caso tiene todo el derecho de estarlo pues la impunidad de la que ha sido objeto le ha dejado una herida abierta sin sanar. Mantiene un rostro de piedra, inexpresivo, que permanece impávido a cualquier emoción; no obstante, bajo esa muralla que el destino la ha hecho construir, se esconde una tensión contenida a punto de desbordarse pues la invade una desolación que se transforma en un lamento que apuñala a su alma, y que solo en determinados momentos grita y explota desde lo más profundo de su ser.  

Mildred no puede completar el ciclo de luto que la embarga tras la pérdida de su hija, y por ello necesita que se castigue a los culpables. En este sentido, la cinta es un refrescante replanteamiento de cómo enfrentamos el luto y la pérdida, del desconsuelo como catalizador para emprender una lucha sin cuartel en contra de las instituciones corrompidas que nos rodean, y de la soledad que en muchas ocasiones acompaña este tipo de cruzadas. 

No obstante, más allá de la lucha de la protagonista, McDonagh también presenta una serie de historias paralelas y giros que enriquecen la trama y nos ofrecen una fotografía más interesante de los personajes. Así, el alguacil Willoughby —quien parecería tener una vida desahogada gracias a contar con una familia que podría pasar por ideal, además del amplio reconocimiento social— sufre de un cáncer de páncreas en fase terminal, lo que condicionará su respuesta ante el desafío planteado por Mildred. Es el típico funcionario bonachón de convicciones pero que, por falta de interés o incapacidad real, deja que las cosas pasen y se agraven.

Quizá la imagen y transformación más interesante será la de Dixon pues de encarnar al típico estadunidense racista, el inseguro y bravucón oficial —abrumado por una madre sobreprotectora que le impide madurar— encontrará los elementos para tratar de redimirse y tener su propio lugar en el mundo. De esta manera, la cinta juega con las tonalidades de los personajes —no hay buenos y malos, lo que tenemos son personalidades ambiguas interpretadas por unos actores que despliegan el máximo de sus capacidades histriónicas. 

Inclasificable en su totalidad, el filme parte del humor negro para situarse en las fronteras de la comedia dramática; no obstante, también deja la sensación de tener ciertos elementos del western, el género cinematográfico estadunidense por excelencia que en este caso nutre a la cinta para transportarnos del viejo oeste al sur profundo, teniendo a una mujer en el papel de justiciera. 

Al respecto, una de sus fortalezas consiste en que es un claro retrato de las tensiones y contradicciones presentes hoy en la América profunda, en el sur de pasado esclavista que se opone a la inmigración y que en su mayoría ha respaldado el programa racista de Donald Trump. “La policía es un negocio de torturar personas de color”, “al menos que vivas en México, ¿quién quiere eso?” son frases que se asoman en la cinta como recordatorios de que hoy —y a pesar de que siempre ha existido racismo en la sociedad estadunidense— desde la Casa Blanca se ha legitimado el discurso de odio hacia el otro.  

Pero más allá de los múltiples temas que McDonagh presenta —y que van desde la violencia, la segregación, el racismo, hasta la impunidad y la cuestión de género— tal vez lo que el director principalmente busca transmitir es la idea del amor como el motor que debe alimentar nuestras acciones en la vida, contraponiendo la inutilidad del odio y los deseos de venganza ya que como Willoughby le dice a Dixon “lo que necesitas para ser un buen detective es amor, porque a través del amor viene la calma, y a través de la calma viene el pensamiento para detectar cosas. El odio nunca resuelve nada”.  

La banda sonora —compuesta por unas bellas y tristes melodías de música country— nos ayuda a colocarnos tanto en la psicología cuanto en las profundidades de Estados Unidos, en un Midwest donde impera la injusticia y la falta de respuestas. No obstante, y a pesar de que la cruzada de Mildred recrea el microcosmos de un pueblo perdido en Missouri, la lucha de la protagonista no se reduce a ese espacio y termina por hablarle a todo el mundo sobre las inequidades que sufren las mujeres por cuestión de género; lo que la convierte en una cinta de lenguaje universal al reflexionar sobre los abusos y las vulnerabilidades que ellas sufren en todos los rincones del mundo.  

 

Al ser una historia que le habla a todos, permite que se genere una clara empatía con la protagonista pues, como afirmé anteriormente, cualquiera puede conocer a alguien como ella. Así, más que sorprender, el filme tiene la atinada capacidad de tocar profundas fibras emocionales que en mi caso se remiten al ámbito familiar. Y es que crecí rodeado de mujeres que, como Mildred, les ha tocado luchar en soledad contra muchas injusticias. El ejemplo en casa siempre ha sido el de una mujer que no se deja intimidar bajo ninguna circunstancia. Que habla claro y de frente. Y que ha pesar de las condiciones adversas que la vida siempre nos pone, no se derrumba y tiene la fuerza para resistir los agravios que una sociedad misógina como la nuestra siempre lanza contra aquellas que se atreven a defender sus derechos y buscar justicia. La personalidad de Mildred en su más pura esencia.  

Película vigorosa, de una sencillez que conmueve y sutilmente espiritual, Tres anuncios por un crimen nos recuerda que para contar una buena historia no es necesario utilizar la ingente cantidad de efectos especiales que día tras día inundan las salas de cine. Por el contrario —y sin generar grandes aspavientos— es una reafirmación de que la esencia del arte cinematográfico consiste en contar con un buen guión que sea respaldado por grandes actuaciones.

 

Lo que sumado a que la cinta es una contundente reivindicación de la condición de la mujer —en un Hollywood sacudido por la fuerte crisis de género a raíz de las denuncias del año pasado— da como resultado una encantadora y profunda obra que a través de un lente poco convencional, reafirma lo urgente y necesario de fortalecer el empoderamiento femenino en todos los ámbitos del mundo actual; recordándonos que en muchas ocasiones las heroínas, más allá de las pantallas de cine, las tenemos presentes en nuestras vidas de una forma más cercana de lo que parece.  

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