Eddie Grant (Jake Johnson) trabaja en empleos temporales durante el día —en el estacionamiento del Wrigley Field de los Chicago Cubs, por ejemplo—, mientras se dedica a su verdadera pasión por la noche: el juego, no sólo por el póker, sino por la vida. Como le confiesa su padrino y asesor contra la ludopatía Gene (Gene Keegan-Michael Key), Eddy es adicto a perder y ahora más que nunca se encuentra en un espiral suicida sin aparente salida. No obstante, justo en ese momento ocurre algo inesperado. Después de una noche de derrotas en un centro de apuestas clandestino, ubicado en un callejón del barrio chino de Chicago, un hombre de complexión robusta y cara de pocos amigos —Michael (José Antonio García)— aguarda en el diminuto departamento de Eddy. Le ofrece una propuesta que resulta imposible de rechazar: almacenar una maleta durante el semestre que irá a prisión. A cambio Eddy obtendrá diez mil dólares. Éste no lo piensa mucho y toma el trato. Las condiciones parecen simples: no abrirla y no mostrar su contenido a nadie.
Emocionado, Eddy visita a la familia de su hermano Ron (Joe Lo Truglio) y anuncia las nuevas noticias: acaba de abrir un negocio de almacenaje y ya tiene su primer cliente. Ron, en efecto, lo conoce y le invita a retomar el negocio de diseño de jardines que les heredó su padre, y dejar raíces, crecer y estabilizarse. Desde luego, Eddy no le da mucha importancia, esos sermones ya se los sabe. Además, hay algo que no lo deja tranquilo. La curiosidad sobre el contenido de la maleta no le permite dormir. Y no es de extrañar que la abra. Está repleta de billetes.
Después de mucho pensarlo, decide tomar un pequeño préstamo y se va apostar. Y ocurre lo inesperado. De quinientos dólares apostados gana dos mil. Eso hay que celebrarlo. Acude al bar de cajón con sus amigos y conoce a Eva (Aislinn Derbez) quien se topa literalmente camino al baño. El encanto entre ambos ocurre desde el inicio y pasan toda la noche juntos. La acompaña a su casa donde vive con su madre e hija y acuerdan su próxima cita, temprano en la mañana, porque Eva es enfermera y trabaja todo el día.
Las cosas están cambiando para Eddy. Y, así, no lo duda dos veces hay que intentarlo de nuevo. Toma más dinero del maletín, se pone un traje blanco y acude al hipódromo. Pierde. Llueve y cancelan la carrera. No puede ser. Continúa intentando. Va al callejón y sigue el póker. Pierde. No ha dormido y la maleta tiene 20 mil dólares menos. En unos minutos tendrá su cita con Eva en una cafetería y apenas le alcanza para el café. Es hora de cambiar, y de alguna forma hay que recuperar el dinero, y Joe Swanberg el director de esta cinta también se lo toma en serio.
Swanberg es parte de la generación de directores estadounidenses de la década del 2000 que pusieron en marcha la corriente mumblecore. Y con balbucear se referían a diálogos improvisados, pero con una línea argumentativa lo suficientemente sólida que permite a los actores distintos tonos de emoción. Estos los comparten al espectador e invitan a sentir sin decir que sentir. En el caso de Swanberg esta técnica hace que sus direcciones parezcan composiciones de jazz; como sugiere Richard Brody: “where the actors bring their own improvisational imagination to bear on themes and tones brought in by the bandleader, whose fluent melodies have an inspiring kick”.
Este desvío de las convenciones del cine main stream de Hollywood, también se sustenta en una mirada al cine como autor independiente —en homenaje, desde luego, a la Nouvelle Vague, pero también a directores estadunidenses de los ochenta y noventa como Jim Jarmush y Richard Linklater. Y, en efecto, disponen de pocos recursos, utilizan el guion sólo como línea conductora y participan en la edición e incluso actúan en sus películas. Sin embargo, no aguardan oportunidades, las crean. Graban películas con cámaras digitales o como sea y las terminan. En otras palabras, Swanberg y los otros representantes de este movimiento no han desaprovechado oportunidades en el sistema de producción cinematográfica, porque no las ha tenido. Hasta ahora. Eso sí, no han dejado de trabajar, de algo hay que vivir. Y como dice el dicho la práctica hace al maestro. A sus 35 años, ésta es la décimo novena película de Swanberg y su segunda colaboración con Netflix, después de la serie de televisión Easy (2016) —una pequeña obra maestra cercana a la grandeza de El Decálogo (Krzysztof Kieslowski, 1989) y que amerita mención aparte.
Win IT All (Todo o nada en México, 2017) es la película más lograda de Swanberg. No es la primera que trabaja con actores profesionales —ya lo hizo antes en Drinking Buddies (2013) y Digging for Fire (2015)—, pero sí es la primera en donde se aprecia un dominio del lenguaje cinematográfico. Curiosamente lo consigue acercándose a un público más amplio y con un tono más relajado y divertido, y sin finales ambiguos. Muy atrás quedó su opera prima Kissing on the Mouth (2005) de estilo amateur. De hecho, fácilmente podría pasar como una de esas clásicas películas sobre apuestas que los estudios solían financiar como The Sting (George Roy Hill, 1973).
Y no está de más mencionar que la película hace guiños a los riesgos que ha tomado el director para consolidar su carrera. Como Swanberg admitió: “[d]eciding to tell a story about a gambler felt really personal to me because I basically invested my own money into all the movies that I made”. Para el lector y cinéfilo que no ha visto el cine de Swanberg este es un buen punto de partida para conocer a uno de los directores más originales del cine estadounidense contemporáneo.
Todo o Nada se estrenó en abril de 2017 exclusivamente en Netflix y aún está disponible por este medio.