Alexandra Dean, directora de otra historia sobre una bella actriz que no recibió el crédito que merecía Bombshell: The Hedy Lamarr Story (2017) dirige This is Paris (2020) cuyo comienzo épico es la canción “Just like Honey” el clásico de la banda escocesa The Jesus and Mary Chain. El mensaje es claro, nos habla del tipo de película que quiere ser. Artística. No banal. ¿No banal? ¿En una película sobre Paris Hilton? Esa misma canción fue utilizada por otro ícono chic de la frivolidad seria, Sofia Coppola, en la última escena de Perdidos en Tokio (2003), curiosamente el documental recuerda a otra película de Coppola, Marie Antoinette (2006) al ser la reivindicación de una princesa. Un cover de “Girls Just Wanna Have Fun” acompaña los créditos finales, un cover pasado por lejía, la voz de pájaro tropical de Cyndi Lauper es reemplazada por una versión agónica, martirizante, el himno pop de la insolencia femenina muta en una triste canción como balada tecno. Un final contundente, bastante in your face, pero efectivo. Como para rematar el mensaje en caso de que algún despistado no haya entendido las ultimas dos horas.
A diferencia de documentales como Miss Americana (2020) de Taylor Swift, una pieza cuya síntesis es: necesito caerle bien al mundo y he sufrido mucho por ello. This is Paris consigue algo mucho más interesante y honesto, dentro de las posibilidades de honestidad que supone cualquier material editado, procesado, estilizado y con metas narrativas muy definidas, que por definición supone dejar fuera varios aspectos de la persona y acentuar otras. El documental representa una excepción al conseguir que la propia Paris Hilton desmonte lo que siempre ha decidido mostrar al público y lo sustituya con lo que sería su antítesis: melancólica, lejana, brillante. Como si el inventor de un fenómeno que embobó al mundo lo explicara meticulosamente con el fin de destruir su encanto. Con mucha clase nos educa sobre el proceso por el que construyó un personaje hiper glamuroso, inflado, superficial para consumo de otros, mientras que su ser siempre fue más triste y menos idiota. Pero su idiotez nunca fue idiota. Los idiotas dice Paris, son ustedes.
Del camp decía Susan Sontag que era tomarse en serio lo frívolo y frivolizar lo serio, esta sensibilidad moderna que describió como hacer de la vida un teatro, el Ser como actuación, la inocencia fingida que neutraliza cualquier indignación moral, combinado por el intento de hacer algo grandioso, que incluiría entre sus ambiciones crear un personaje tan sofisticado y extravagante que no pueda ser real. “A mí nunca me van a fotografiar con la misma ropa dos veces” dice Paris. Y muestra que tiene toda la ropa del mundo, pero ni siquiera le importa. Alejarse de la realidad mediante la ironía, la comedia como vía de escape. Y así como Sontag dijo que Oscar Wilde era el puente de lo dandy a lo camp, el documental de Paris Hilton es el puente de lo camp a lo de ahora, por el momento sin nombre. Porque el nuevo siglo abandonó el camp por una estética nueva, por una nueva sensibilidad que ya no es detached sino trágica.
This is Paris gira alrededor de la historia trágica de la socialité, empresaria, DJ, figura pública. Nos cuenta que fue abusada en una escuela para niños con mala conducta a la que la enviaron en su adolescencia tardía. Estuvo en varias instituciones, más como cárceles que escuelas, y ahí sufrió abuso verbal, psicológico y físico. El recuerdo más doloroso es el de haber pasado la noche en una oscura celda de confinamiento con frío, hambre y sed. Escena casi espejo de V de Venganza (James McTeigue, 2005), episodio lo suficientemente traumático como para lanzar al personaje de Natalie Portman a las filas del terrorismo. Historia de la que ella desprende que perdió su habilidad para sentir y para confiar, la historia origen de Paris. Una Paris que no quiso ser, porque su abuela le decía que sería como Grace Kelly, pero las circunstancias no lo permitieron. Fue secuestrada por unos señores con el consentimiento de sus papás, ese era el método del campamento, raptar a los niños de sus casas para enseñarles disciplina. Es sorprendente que sus millonarios y refinados padres hayan pagado por algo así. Más adelante su vídeo porno publicado en contra de su voluntad, su reality, sus fiestas, la llevaron a convertirse en lo que sea que cada uno entienda por Paris Hilton. Algunos la odian “porque no hace nada”, que es no querer entender qué hace, otros creen ciegamente en su personaje, que también es su manera de decirnos fuck you, pero con la misma gracia y elegancia que lo haría Grace Kelly. Lo que distingue a Paris de otras celebridades es que ella merece y porta el nombre con una especie de noblesse oblige que la hace mejor. Su carisma, tanto en su fase camp o trágica es igualmente deslumbrante, siempre consigue ser encantadora, incluso cuando maltrata a sus empleados brevemente antes de perder un vuelo, porque rápidamente los besa y los abraza: les dice “LOVE YOU”. Ella, a diferencia de Taylor Swift, no tiene que intentar caer bien, lo logra porque es "naturalmente buena" y carismática.
En nuestra época se duda de las virtudes externas, de la bondad que hace una demostración de sí misma. Tengo presente el chiste de a quién se prefiere: un alcohólico, misógino, o a un vegetariano amante de los animales. Uno es Churchill y el otro Hitler. Esa filosofía de “no juzgar un libro por su portada” tiene como reverso el profundo desprecio por la gente que es superficialmente buena, pero quizá también lo es por dentro; aunque eso es más difícil de demostrar y siempre debatible al grado de ser negado. A Paris Hilton se le conoce, entre otras cosas, por su amor a los animales y sus obras de caridad. Su amabilidad de Papa católico es igualmente contradictoria que la del Papa, la Iglesia parece ser una de las instituciones más crueles de las que se tiene registro. Sin embargo, el Papa es amado así como Paris, a la que tampoco podría otorgársele el título de buena en mayúsculas porque es la embajadora de una industria igualmente monstruosa. Tomando eso en cuenta, se puede ver que la bondad de Paris es genuina, así como supongo es genuina la bondad del Papa. Se entrega a sus fans con total devoción, le da cumplidos a todas las personas con las que se toma fotos, y no hace caras de asco, como sí suelen hacerlo otras celebridades que se incomodan, cuando le tocan el hombro o la cintura. Es religiosamente generosa y por eso tiene seguidores en todos los países. Sus fans incluyen una demografía variada de jóvenes, viejos, señoras, señores, niñas que las siguen por todos los aeropuertos. Hay que recordar que vino a México, fue a San Gregorio, Xochimilco, y donó cientos de miles de dólares para contribuir con las reparaciones del terremoto. Algunos podrían decir “es una estrategia publicitaria”. Bien, algunos famosos y no tan famosos no se dignan ni a eso.
Objetivamente hermosa, hay algo que la hace más interesante y rara, su nariz aguileña, sus parpados caídos, su delgadez extrema. Un ícono de la superficialidad en el mejor sentido de la palabra, que sólo podría ser creado por una persona sumamente profunda, también en el mejor sentido de la palabra, y no sólo eso sino alguien ligeramente rota. A lo largo del documental se va revelando que además de ser diosa plástica es un enigma. Paris se va transformando en una niña genio visiblemente en control de su alrededor, que finge berrinches y caprichos, y caos y novios alemanes con cejas depiladas que no parecen gustarle nada. Su voz característica es también un artificio. ¿Cuál es mi voz? Se pregunta. En el documental oscila entre su voz ronca que alarga las vocales y otra más seria, más “normal”. Padece insomnio, nunca se ha “enamorado”, se aburre fácilmente. En el reencuentro con sus compañeras de la institución a la que la enviaron, la recuerdan como callada y brillante, todas dicen haberse sorprendido cuando vieron The Simple Life (Mary-Ellis Bunim y Jonathan Murray, 2003-2007) por el contraste entre esa princesa banal y la persona retraída que ellas conocieron.
Pero el documental no es interesante por eso, porque “complejice” a una persona, o la “humanice”, recurso ya muy gastado, sino porque funde dos procesos modernos: la disolución del camp al mostrar que su historia de origen es la tragedia y no la comedia, lo cual nos lleva al descubrimiento de nuevas sensibilidades aún por categorizarse. Y en segundo lugar, utiliza el autoconocimiento como modo de construcción y destrucción en el mismo ciclo vital. A diferencia de un documental sobre Elvis en el que terceros lo desmitifiquen, las celebridades se dieron cuenta que ellos mismos pueden realizar esa tarea sin ayuda de otros. En ese sentido por dos caminos marca el fin de una era. Un ícono camp se suma a las filas de la sensibilidad más actual, menos glamurosa, menos artificial. La celebridad ya no es un secreto, sino una exposición íntima, no en el sentido pornográfico sino espiritual. La fama y la riqueza son traumáticas; producen y engendran monstruos de los que antes nadie quería hablar y hoy toda la industria del entretenimiento va de psicoanalizarse a sí misma. Cada modelo, rapero, cantante, actriz, director tiene que encontrar en su propia historia al héroe maldito, a la doncella raptada, al monstruo, sobre todo tiene que estar consciente de su propia paradoja mortal. Paris dice que cuando estaba en la celda soñaba con hacer más dinero que el resto de su familia para que nadie pudiera controlarla. Su sueño es el dinero infinito. Mil millones y podré relajarme, podré ser feliz, aunque confiesa que de adolescente quería hacer cien millones, pero que cuando uno alcanza sus metas descubre que quiere más. Y mira sus zapatos con desprecio y dice, lo curioso es que ni siquiera me gustan. Al final, la directora le pregunta si al fin ella y su marca podrán divorciarse y ella podrá ser feliz (un defecto muy gringo ese de haber entrado en las entrañas de algo, complicarlo y después buscar el final más simple). Ella sonríe y dice que no, que sería un divorcio muy caro.
La directora insiste:
—You’ll age out of it.
—No. I’ll just be like this forever.
Ese género parece ser el único modo de decir el mundo de hoy, el de las paradojas trágicas que además son conscientes de serlo, existencias desdichadas como Ariadnas, Helenas, Casandras, Ecos, enamoradas de su propia historia.