El cine bélico ha tenido múltiples funciones en la historia del séptimo arte: desde ser un instrumento de propagada hasta una manifestación artística antiguerra. En ambos lados de la moneda, hay que decirlo, hay buenas y malas películas; pero uno de los aspectos que más llaman la atención es, sin duda, la recreación de la experiencia de estar en batalla. En ese sentido, e independientemente del enfoque que se le quiera dar a la guerra —heroica o irracional—, el cine se ha esforzado por recrear con lujo de detalles la sensación de estar en medio de una sangrienta batalla. Tal vez habrá quien vea en ello un acto de glorioso sacrificio y otros—entre los que me incluyo— solo podemos observar el terrible sin sentido y el horror de la guerra.
Pero, hay que admitirlo, ya sea que se tenga una u otra posición, el cine bélico y la recreación visceral de las batallas es un tipo de filme que seduce y que, si se hace bien, puede alcanzar niveles artísticos notables. En los últimos veinte años hemos tenido películas de guerra que han logrado experiencias cinematográficas de inmersión total que destacan por su gran apartado técnico y de dirección, así como por su recreación artística, tales como Rescatando al soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998), la obra maestra Cartas desde Iwo Jima (Clint Eastwood, 2006), Hasta el último hombre (Mel Gibson, 2016) y Dunkirk (Christopher Nolan, 2017), entre otras.
Este año, y para conmemorar el centenario del fin de la Primera Guerra Mundial, Peter Jackson nos trae un extraordinario documental titulado Jamás llegarán a Viejos (They Shall Not Grow Old, 2018), que se agrega a la lista de grandes películas del cine bélico. A pesar de su naturaleza documental no pierde la capacidad de hacer sentir al espectador, y colocarlo no solamente en medio de una cruenta batalla, sino, de plano, viviendo el día a día de los soldados ingleses en las trincheras llenas de muerte, ratas, sangre, lodo, mierda y pulgas.
Para lograrlo, el afamado cineasta detrás de la trilogía de El señor de los anillos, recurre a distintos materiales originales provenientes de la Gran Guerra como filmaciones, fotografías, dibujos y testimonios de soldados ingleses que lograron sobrevivir y que fueron grabados hace cuatro décadas. Jackson aplica a este material sofisticadas técnicas cinematográficas actuales como la restauración digital de imágenes —las cuales fueron coloreadas para este filme—, tecnología de tercera dimensión y, sobre todo, una reconstrucción sonora impecable, incluso de las voces de los soldados a través de actores de doblaje.
Lo anterior logra un efecto extraño en el espectador: la sensación de que estamos viendo una puesta en escena, con actores y diseño de producción actuales. Sin embargo, nunca pasa más de un minuto antes de que recordemos que estamos ante imágenes de archivo reales, que estamos viendo a seres humanos que en verdad estuvieron en las trincheras viviendo el terror de una de las guerras más crueles de todos los tiempos. Es francamente impresionante.
Como en todo documental que deja ver la perspectiva de su creador, Jackson no se priva de hacer una declaración de lo que él opina sobre la guerra y borra casi por completo toda explicación histórica o política sobre el conflicto. Esto podría molestar a quienes buscan un documental de corte estrictamente académico; sin embargo, acrecienta la experiencia humana de los hombres que estuvieron en batalla. El director está más interesado en hacernos sentir parte del día a día en la trinchera, incluso nos hace imaginar el insulso sabor del estofado –o lo que sea que fuere—que se comía entre batallas y los aromas a sangre, sudor y putrefacción que imperaban en el ambiente; así como el frio, la comezón de los piquetes de pulgas, la disentería, el horror del gas mostaza, las botas pegadas a la piel que arrancaban jirones completos al ser retiradas, entre muchas otras cosas. También nos hace conscientes de la degradación de la salud mental de los soldados cuando están en el campo de batalla y nos revela algo que, aunque parece obvio, muchos parecen ignorar: cuando se está en medio de una batalla no hay convicciones políticas, no hay nacionalismos, simplemente se trata personas brutalmente deshumanizadas matándose entre ellos para sobrevivir.
Los relatos de los sobrevivientes lo confirman: ¿para qué sirvió la guerra?, ¿por qué tengo que matar a un muchacho alemán que ni siquiera conozco?, ¿cómo continuo con la vida después de esto? El cierre del filme es desolador: los veteranos de guerra regresan a un mundo y a una sociedad que no comprende lo que han vivido. Así, Jamás llegarán a viejos de Peter Jackson, se sitúa en esa vertiente de filmes bélicos que protestan contra la guerra, que señalan el sin sentido de los nacionalismos y que nos recuerda la veracidad de la famosa locución latina homo homini lupus: el hombre es el lobo del hombre.
Jamás llegarán a viejos se exhibe actualmente dentro de la 66 Muestra Internacional de Cine en la Cineteca Nacional.
El autor forma parte del equipo editorial de CINEMATÓGRAFO.