El western es el más antiguo de los géneros cinematográficos —la primera película de este tipo es la todavía fantástica Asalto y robo de un tren (Edward S. Porter, 1903)— y su relevancia en la actualidad pasa por su capacidad para reinventarse constantemente e integrar nuevas temáticas y estilos. Se trata de un género que sigue fascinando a las audiencias y que, en principio, suele ser descrito como arquetípico, con una estructura que repite personajes y argumentos. Aunque es cierto que existe un conjunto de convencionalismos, la verdad es que el western ha demostrado ser uno de los pocos géneros que mejor se ha adaptado al revisionismo y la nueva película de la directora Jane Campion, El Poder del Perro (The Power of the Dog), representa el último giro de tuerca que da entrada a un nuevo tipo de historias sobre el oeste y sus sempiternos cowboys.
El Poder del Perro es una mezcla entre western y thriller psicológico que tiene como principal inspiración estilística a Petróleo Sangriento (2007), la obra maestra de Paul Thomas Anderson, pero también recuerda a El Jinete Pálido (1985), otra película del genio Clint Eastwood, por su atmósfera de desasosiego y constante amenaza. Jane Campion ocupa esa tensión para contarnos la historia de un vaquero llamado Phil Burbank, que puede ser descrito como el típico héroe que interpretaba John Wayne, el cowboy por excelencia, en sus grandes clásicos como Río Bravo (Howard Hawks, 1959) y La diligencia (John Ford, 1939), ahora encarnado por Benedict Cumberbatch, quien ve trastocado su mundo cuando conoce al hijo de su nueva cuñada interpretada por una sutil y elegante Kirsten Dunst. Peter, el nombre del muchacho, es un ser frágil y misterioso, víctima de abusos por parte del personaje de Cumberbatch, por el que se siente atraído sexualmente. La negación de este sentimiento es el detonante de la violencia que ejerce Burbank, socialmente construido como un macho del oeste, contra Peter. También es el punto de partida que la directora ocupa para reflexionar sobre las masculinidades tóxicas y sobre los estereotipos del cine que tiene a los hombres como eje de todos sus argumentos en general, y sobre las películas de vaqueros en particular.
La cinta triunfa gracias a la firmeza y sensibilidad de su directora, quien se confirma como una de las cineastas contemporáneas más relevantes —no hay que olvidar su cinta El Piano (1993)— y que aquí se arroja de manera valiente a decodificar un género históricamente dominado por hombres. Quizá esto último es lo que ha molestado a ciertos exponentes del western clásico como el actor Sam Elliot, quien se refirió a El Poder del Perro como “un pedazo de mierda” y se quejó diciendo que “había homosexualidad en toda la película”. Lo que Elliot no alcanza a ver es que el mensaje de Campion no solamente es vigente y necesario en un momento donde las luchas feministas ocupan cada vez más espacios otrora negados por la industria cinematográfica; sino que El Poder del Perro, lejos de ensombrecer la grandeza clásica del western, la renueva. Lleva al género a nuevos horizontes llenos de posibilidades creativas que retarán a su público tradicional, pero que también lo obligarán a confrontarse consigo mismo, justo cómo lo hace el mejor arte.
Una mención especial merece el estupendo reparto comandado por los ya mencionados Cumberbatch y Dunst, y complementados por los no menos brillantes Jesse Plemons y Kodi Smit-McPhee. En conjunto conforman una de las alineaciones de intérpretes más emocionantes del año y que liderados por una valiente y audaz cineasta como Campion han creado un western destinado a brillar entre los mejores exponentes del género como Los imperdonables (Clint Eastwood, 1992), Más corazón que odio (John Ford, 1956) y La pandilla salvaje (Sam Peckinpah, 1969), entre muchas otras obras maestras que el cine de vaqueros le ha dado a la historia.
El autor forma parte del equipo editorial de CINEMATÓGRAFO.