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Reseñas
Por Jorge Zendejas, Rainer Matos, Luis Osnaya y Pablo Andrade

22 de diciembre de 2017

The last jedi

Notas desde diferentes asientos

Jorge Zendejas, Rainer Matos, Luis Osnaya y Pablo Andrade nos comparten cuatro distintas reflexiones sobre la última entrega de Star Wars: The Last Jedi (2017) de Ryan Johnson. Así, CINEMATÓGRAFO ofrece una mirada a vuelo de pájaro del contrastante recibimiento que ha tenido la película entre críticos, cinéfilos y seguidores de la mitología de George Lucas. Las aportaciones contienen spoilers

The Empire, your parents, the Resistance, the Sith, the Jedi... let the past die. Kill it, if you have to. That's the only way to become what you are meant to be.

Kylo Ren

I. Imaginación oprimida

por Jorge Zendejas

Senadores, altos funcionarios, y el mismísimo canciller, salen apresurados a la terraza de un edificio de la capital, mientras observan horrorizados el horizonte. En otros lugares como el castillo de Maz Kanata (Lupita Nyong’o) en el planeta Takodana también hay testigos de los últimos momentos de la frágil República. La película anterior destruyó literalmente —con un rayo de luz anaranjado— todo el legado de George Lucas, y no esta última cinta como afirman algunos. Más de treinta años de esfuerzos de la Alianza Rebelde para restaurar una nueva República y la orden Jedi para que su nuevo ocaso se mostrara sin importancia alguna, en segundos. Y para colmo la misma cantaleta. A pesar de algunos destellos que ameritan mención aparte —como la contienda en el escenario nevado entre Rey (Daisy Ridley) y Kylo Ren (Adam Driver) o una narración que guiña a Steven Spielberg, mentor del director—, The Force Awakens (2015) de J.J. Abrams realizó una aproximación idéntica a la Death Star original de A New Hope (1977), sólo que más grande. Qué decepción. De hecho, el menoscabo de la obra de Lucas se remonta un poco más atrás, a la compra de ésta por el consorcio multimillonario que extenderá la historia al infinito. 

 

Algunos se alegraron con la noticia, pues consideraban mejores filmes a los originales estrenados en los setenta y ochenta del siglo pasado. Además, se prometió que la nueva trilogía rescataría aquello que los seguidores de Star Wars más añoraban: una nueva versión a la orilla de la galaxia en el Outer Rim, donde no ocurre mucho. Las precuelas les parecías sosas y aburridas, sin el humor, carisma o química que compartían sobre todo Carrie Fisher y Harrison Ford en los papeles de Han y Leia. Desacreditaban esos elementos shakesperianos de Lucas que favorecían una dialéctica del poder político, particularmente del personaje más complejo de esta serie de películas: Sheev Palpatine o Darth Sidious (Ian McDiarmid) —que como narran las precuelas, escaló al poder desde el Senado y por encima de la antigua orden Jedi de manera memorable. 

Quedan en los recuerdos esos brotes de imaginación desbordada como la persecución del asesino a sueldo en las calles transitadas de la capital de la Antigua República: Coruscant —ese planeta con espectaculares atardeceres y ocupado completamente por una ciudad de rascacielos. También se deja atrás el duelo de Obi-Wan Kenobi (Ewan McGregor) y Jango Fett (Temuera Morrison) en el lluvioso planeta de Kamino de Attack of the Clones (2002); o la apertura de Revenge of the Sith (2005) con el planeta capital de fondo y bajo la vertiginosa dirección del creador de la saga; y los coloridos y emocionantes duelos con sables láser: desde el arresto del canciller Palpatine por un puñado de Jedis, el enfrentamiento con Mace Windu (Samuel L. Jackson); el ascenso al lado oscuro de Anakin Skywalker (Hayden Christensen y Jake Lloyd) para convertirse en Darth Vader (James Earl Jones y David Prowse); hasta el duelo final entre profesor y alumno en el escenario apocalíptico del planeta volcánico de Mustafar. No eran perfectas.

 

En efecto, la mitología de Lucas y sus limitaciones como director se muestran en el lenguaje y diálogos acartonados, no sólo en las precuelas también en las originales. Es incapaz de convertir las palabras en imágenes; y, por eso, las actuaciones también se sienten incompletas. Estas carencias, no obstante, se complementaban bien con lo que otros directores en los que se inspiró Lucas —John Ford, Howard Hawks y Akira Kurosawa— ordenaban obsesivamente: la transformación de una sucesión de imágenes en expresiones y acciones visuales o dramáticas. De este modo, los grandes talentos y complejidad de Lucas como artista se plasmaron mejor en las precuelas, donde los avances tecnológicos le permitieron hacer un uso extensivo de animación y llevar su imaginación a límites que jamás hubiese contemplado en su juventud. Perdió de las manos un universo que tomo vida propia; sí, en detrimento del diálogo, pero también con las restricciones que el universo de Star Wars y el mundo de seguidores conceden. 

 

The Last Jedi (Rian Johnson, 2017) abre justo donde terminó la anterior. Una Resistencia disminuida bajo el liderazgo de la princesa Leia Organa huye de la base rebelde mientras una fortalecida Primera Orden, escisión del antiguo Imperio, destruye las pocas naves y tripulación que quedan. A la desesperanza se suma la caída en desgracia del maestro Jedi Luke Skywalker (Mark Hamill), retirado voluntariamente en las islas de Ahch-To donde se encuentra el primer templo Jedi.

 

De entrada, debe decirse que Johnson cuenta con una inteligencia y talento cinematográfico notable. Miraría una y otra vez los vivos colores en rojo de la cámara del trono de Snoke (Andy Serkis) y la exquisita coreografía del duelo posterior; o el enfrentamiento en el atardecer del desierto de Crait entre Kylo y Luke, el ingreso al casino de Canto Bight con la toma en grúa en honor a Wings (William A. Wellman, 1927); o aquella misteriosa e inspiradora secuencia en la que Rey se escabulle de Luke y entra a una cueva de Ahch-To, aparentemente poseída por el lado oscuro de la Fuerza, en busca de su identidad y la de sus padres. Ahí, se encuentra frente a una cortina a manera de espejo y ve su reflejo multiplicándose, moviéndose como ella, y después en secuencia, mientras chasquea sus dedos y se oye el eco de su voz; y se percata no hay nadie más que ella. Su búsqueda ha terminado. Son imágenes que no se olvidan fácilmente. 

 

Más allá de estas consideraciones cinematográficas, el regreso de personajes memorables para los seguidores de Star Wars —y el abandono de la solemnidad con toques de humor— se complementa con uno de los elementos más polémicos para los admiradores: el retrato de un Luke depresivo y descuidado, que brinda la mejor actuación de Hamill en esta historia galáctica. La breve reflexión sobre el fracaso es tal vez el elemento más interesante de la película y va bien con la vía que eligieron desde la anterior. A fin de cuentas, nuestros héroes de antaño frustraron su intento por restaurar la República y progresar en sus respectivas vidas, tanto Leia en el Senado —donde buscó convencer sin éxito a sus pares de las amenazas de la Primera Orden—, como Luke con su tímida, tardía y endeble construcción de una escuela para la nueva orden Jedi —esfuerzo que finalmente culminó con la destrucción del nuevo templo a manos de su sobrino—; y hasta Han como padre distante e incapaz de abandonar su vida como contrabandista. 

 

Con esto como referencia, la enseñanza sobre la pérdida y el fracaso cobra un nuevo sentido a través de las sabias palabras de Yoda (Frank Oz), y otorgan a su vez propósito al final de la película con una nueva esperanza. Esta vez no está en un caballero Jedi, sino en una nueva generación que buscará restaurar una vez por todas la antigua República y quizá de paso también la visión de Lucas —aquella que no se ha perdido del todo. Así, aunque padece de un intermedio lento, dedica una larga oda a la guerra, deja historias sin concluir en el tintero y presenta nuevos personajes con poco desarrollo o interés, The Last Jedi de Johnson deja la historia de Star Wars encaminada, para que la familia Skywalker obtenga el desenlace que merece.

II. #Whynotlando

por Rainer Matos

Recientemente salí de ver una película llamada The Last Jedi. El mensaje que deja es doble: sumarse a decir no al maltrato animal y repetir hasta el cansancio lo incluyentes que son los estadunidenses hoy con las minorías. Fuera de eso no hay mucho. 

 

El problema de la corrección política, la estadunidense, es meter personajes con calzador, estelares o semiestelares, y desviar una trama que podría ser interesante, en línea con las características de la saga, hacia un protagonismo forzado. De las casi tres horas del filme podría ahorrarse una si no hubiese estos protagonismos, no sólo por respeto a las asentaderas del cinevidente sino también a la saga misma. Pienso en el personaje Rose Tico (Kelly Marie Tran), interpretada por una hija de inmigrantes vietnamitas, y en menor grado Finn (John Boyega), ya conocido, que sobran por completo, pero cuya ausencia representaría una crítica por la vía del siempre sensible tema estadunidense del racismo. (Vaya, en el universo Star Wars ¿qué mayor inclusión quieren que droides y aliens con papeles más entrañables?).

 

Lo poco rescatable, para los que sí somos fans: la última media hora, el Luke fracasado que bebe leche de una criatura extraña, la “oscura” escena de Rey y Kylo con Snoke —aunque seguimos sin saber cómo demonios apareció un Sith todopoderoso a la muerte de Palpatine, ni lo sabremos—, alguno que otro chiste y una particular escena en que Laura Dern (¿neta? ¿Laura Dern?) acaba con una flota de Star Destroyers a la velocidad de la luz.

 

Fuera de eso, nada. Y, peor, aún no sabemos #WhyNotLando. Por fortuna, J. J. Abrams regresará a dirigir el Episodio IX, pero me aterra lo que los guionistas tengan en la cabeza de aquí a entonces.

III. Antiguas promesas

por Luis Osnaya

The Last Jedi generó una respuesta ambivalente. Críticos de cine, neófitos y público en general reconocieron por igual la visión, técnica narrativa y calidad cinematográfica de Rian Johnson. No es en vano. Es una apuesta audaz y necesaria para satisfacer las exigencias de una nueva generación de espectadores. Para lograrlo, en esta última entrega de la saga, Rian Johnson tuvo que renunciar a ciertas reglas y temas preestablecidos, e inclusive a personajes que se convirtieron en sinónimos de Star Wars. No es casualidad que un porcentaje considerable de aficionados hayan tenido una respuesta crítica y negativa ante el cambio. Durante gran parte de sus vidas experimentaron e hicieron propia la mitología de Star Wars, idealizaron a sus personajes y su vida posterior a Return of the Jedi (Richard Marquand, 1983). Lo sé porque exactamente eso hice yo.

 

Como introducción a la trilogía de secuelas, The Force Awakens fue ejemplar. Sin descartar algunas de sus críticas, J.J. Abrams logró replicar la experiencia de A New Hope, al tiempo que abrió camino para que los directores de los episodios VIII y IX crearan su propio guion, definieran el rumbo de la serie y rellenaran vacíos que se crearon de forma intencional. Aquí entra Rian Johnson. Lucasfilm lo designó como director desde temprano en la producción de la nueva trilogía. Fue el primer candidato en buena medida por su capacidad probada para crear historias convincentes y emotivas, y por representarlas eficazmente en la pantalla —basta con ver el fantástico capítulo “Ozymandias” de la serie de televisión Breaking Bad (AMC-Vince Gilligan, 2008-2013) para comprobarlo. Desde luego, Johnson no es como el resto de los directores; y no permitiría que ejerciesen control desde la producción de Disney, y mucho menos que su visión fuese atemorizada o modificada por los aficionados. Así, creó la historia que a su parecer otorgaría una mejor herencia a la historia de Star Wars.

 

Y es precisamente ese legado lo que a mi parecer nos causó más sentimientos encontrados a los verdaderos aficionados. Primero, The Last Jedi muestra una versión alternativa y completamente contraria a la que se especuló durante tantos años sobre personajes entrañables; por ejemplo: Luke Skywalker bajó del plano místico —en el que cerró el Episodio VII— y se tornó en una versión desilusionante caracterizada por un ermitaño obsesionado con sus errores. Otro problema es Snoke, a quien Johnson le arrebata todo su potencial de villano para sustituirlo con un débil Kylo Ren. En este aspecto, coincido con el señalamiento que hace Snoke cuando arremete contra Kylo y le recuerda que no está a la altura de Darth Vader —aunque agregaría que Snoke tampoco es el memorable emperador Palpatine. No sólo eso. El segundo aspecto al que más me opongo es el intento Johnson de destruir a lo largo de la película las antiguas promesas sobre los personajes y la mitología de Star Wars, aquellas que nos otorgaron los episodios anteriores. Para el Episodio IX serán tan irrelevantes como el rápido y triste final del legendario Almirante Akbar (Timothy D. Rose). 

 

Sin embargo, debo reconocer que —aunque The Last Jedi no haya cumplido con mis expectativas y seguramente con las del resto de los aficionados— no es, en términos generales, una mala película y espero que cada vez que la vuela a ver se convierta en una mejor experiencia. De cualquier forma, dejando esto atrás, tengo grandes esperanzas sobre el posible desenlace del Episodio IX. Aunque tendrá menor margen de acción, J.J. Abrams puede finalizar la nueva trilogía de Star Wars de una forma épica e inesperada. Si la frase de Luke “[t]his is not going to go the way you think” define a la perfección el Episodio VIII, me gustaría pensar que la de Poe Dameron (Oscar Isaac) “[w]e are the spark, that will light the fire that'll burn the First Order down” definirá al Episodio IX. 

IV. El Imperio de la nostalgia

por Pablo Andrade

Mi padre me llevó al cine durante tres fines de semana consecutivos para ver la trilogía original de Star Wars —en su versión restaurada— allá por el año 1997. Recuerdo que, desde aquel primer encuentro con el universo creado por George Lucas, lo que más me atrajo no fue lo que veía en la pantalla —que era fantástico—, sino la fascinación de mi papá por ese mundo lleno de magos místicos, vaqueros espaciales, princesas guerreras, proxenetas alienígenas y samuráis intergalácticos, en el cual el bien y el mal son dos lados de una sola energía vital que rige al universo: la fuerza. 

 

Aunque yo tenía apenas siete años, podía notar que mi padre realmente creía en esos conceptos (el bien, el mal, el orden universal) y que hasta la fecha para él la vida se debate constantemente entre el deber que tenemos todos de hacer el bien (aunque a veces sea difícil y requiera sacrificios) y la tentación de seguir el camino fácil, pero finalmente incorrecto que nos lleva a experimentar odio, tristeza y soledad.

 

Lo que quiero decir en realidad es que para mí Star Wars no es una saga que me haga sentir nostalgia por mí, sino por mi padre. La fantasía intergaláctica de Lucas es dentro de mí corazón la historia de mi papá y de su principal héroe cinematográfico, probablemente el único que le conozca, Luke Skywalker. 

 

Ahora bien, después de ver The Last Jedi me queda la sensación de que la saga está dando un giro hacia una nueva etapa, una donde ya no hay tanto espacio para los caballeros Jedis, los Siths, el lado oscuro y el luminoso de la fuerza; que las viejas mitologías están viendo su ocaso o por lo menos están evolucionando hacia algo distinto. Sin embargo, creo que lo diferente no tiene que ser necesariamente algo malo; de hecho, la película es muy interesante y muy entretenida (salvo una primera mitad bastante floja), y tiene un final verdaderamente emocionante, que es lo que uno espera de una película de Star Wars.

 

Habiendo dicho esto, mi preocupación es que a mi padre no le guste la película y, lo que sería aún peor, que termine decepcionado. Antes de ver la película ya había leído que para los fans más acérrimos de Star Wars, The Last Jedi ha resultado ser hasta ofensiva, y que algunos ya han iniciado peticiones formales para que Disney la retire del canon. Además, existen declaraciones del mismísimo Mark Hamill donde dice no estar de acuerdo con la visión de Johnson sobre su personaje: el Maestro Jedi Luke Skywalker.

 

Personalmente no me pareció tan mala la evolución de Luke y hasta encontré en él nuevos conflictos que lo humanizan. Por su personaje atraviesan nuevas tormentas y reflexiones sobre el peso del pasado, los errores, la culpa, el fracaso y el valor necesario para encarar un futuro. Ver a un Luke tan frágil ante estos temas, lejos de arruinarlo, lo convierten en un personaje mucho más interesante y nos recuerda que hasta un Maestro Jedi puede dudar y tener miedo.

 

Este fin de semana iré a ver la película nuevamente e invitaré a mi papá a ir conmigo. Veremos si, como un gran número de warsies, mi padre termina decepcionado y con el corazón partido por el derrotero que ha tomado la vida de su héroe; o si, por el contrario, como el propio Skywalker en la película, acaba por aceptar que las historias evolucionan; que ha llegado el momento de hablarle a nuevas generaciones; que algunos viejos conceptos deben cambiar; y que llegar a ser sabio no implica un camino de perfección irreprochable, sino uno de dudas, miedos, inseguridades y sobre todo fracasos… pues éste es sin duda el mayor de los maestros.

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