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Reseña
The Banshees
of Inisherin
por Carmen Gaxiola

7 de marzo de 2022

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La vida en Inisherin es tranquila y sin consecuencias, como cada ola que se rompe en sus playas nubladas. Una isla tan próxima al continente que se le puede ver con solo alzar un poco el cuello. En ella todo el horizonte es verde y el guardarropa siempre es el mismo, sin importar la estación, gracias a la brisa del clima oceánico. Sus habitantes, aunque joviales unos con otros, eligieron convenientemente vivir a diez minutos de distancia del vecino más cercano, a quien todos los días saludan al cruzar caminos.

 

Motivado por esta rutina inquebrantable, al punto de las dos de la tarde del primero de abril, Padraic (Colin Farrell) toca a la puerta de Colm (Brendan Gleeson) —su compañero de cervezas de toda la vida. Jura seguir medio dormido, o atrapado dentro de una de esas pesadillas donde uno grita pero el cuerpo no responde; pues su llamado no genera reacción alguna del hombre corpulento, que le da la espalda. Colm Doherty es el músico de la isla y el oído más agudo a la redonda, ¿acaso es Padraic, como sugiere el título de la cinta, un alma en pena y murió anoche mientras dormía? Imposible, su hermana (Siobhán Súilleabháin) puede verlo, y lo escucha fuerte y claro.

 

Cada choza en la isla es funcional, pero austera; por lo que los habitantes de Inisherin tienen puntos de reunión donde encuentran la calidez y la compañía que no tienen en sus propias cuatro paredes: la iglesia y su infalible misa del domingo, el comercio de la señora O’Riordan (Bríd Ní Neachtain) —que, al no poder salir de su puesto, ruega siempre que le paguen con noticias de quién hizo qué—, y para el resto está el pub. Es en ese lugar donde Colm deja de hacer oídos sordos y rompe el silencio: "Padraic Suilleabhain, has dejado de agradarme y quiero que me dejes tranquilo. No me has hecho nada, simplemente ya no quiero ser tu amigo y si insistes en volver a hablarme me cortaré los dedos de la mano uno a uno y te los dejaré en la puerta".

 

Los Espíritus de la Isla (2022) es la cuarta película del dramaturgo, convertido en director, Martin McDonagh; y cuenta con todas las virtudes (y ninguno de los vicios) de haber sido escrita por alguien que viene del teatro. Nominada a nueve premios Óscar, se posiciona especialmente firme en la categoría de guion original. Sus personajes se hablan con familiaridad y la isla es tan pequeña que todos tienen las mismas muletillas. En este pequeño ecosistema de elogios e insultos incluso Dominic —el joven simplón del pueblo (interpretado por el también nominado Barry Keoghan)—puede transformar una escena cómica en tragedia, y viceversa, con su elocuente impertinencia.

 

Situada en una isla ficticia en la Irlanda de los veinte, la historia parece a primera vista una fábula con toques de realismo mágico. Tal vez sea un embrujo de la señora McCormick (Sheila Flitton), la anciana sabia vestida de negro que siempre mira desde el horizonte; tal vez son los ‘‘espíritus’’ quienes se apoderaron de Colm y lo despojaron de paciencia y empatía hacia Padraic —el amigo con quien no tiene nada en común, pero cuya simpleza jamás había sido problema.

 

Tras una segunda lectura, Los Espíritus de la Isla resulta también una analogía de la guerra civil irlandesa que demanda tu atención, pues son muy atinados los momentos en los que, del otro lado del mar, en tierra firme, se escuchan detonaciones que no te dejan olvidar el combate a un par de kilómetros y que son tema de conversación para nuestros personajes

 

Indudablemente, las guerras civiles son el conflicto armado donde más resalta la autodestructiva naturaleza humana. El equivalente en gran escala a la bíblica pelea de hermanos; en ellas no importa quién gane, porque la devastación se queda en casa. Colm Doherty, tras una epifanía sobre su propia mortalidad y lo eterno, decide cortar de raíz su infructuosa amistad con Padraic y enfocarse en dejar su huella en el mundo con su música. Es el mismo Colm Doherty quien da el paradójico ultimátum: de no ser dejado tranquilo para componer en paz, se cortará los dedos de la mano con la que sostiene su violín.

 

A la puerta de Padraic Suilleabhain llegaron en total cinco dedos, pero por suerte, la gran pieza musical para la posteridad logró completarse y llevará por nombre "Los espíritus de Inisherin". "Pero no hay espíritus en Inisherin" responde Padraic, tan seguro como de pocas cosas. Colm parece ceder, pero añade: "tal vez sí, solo que no son almas en pena lamentándose mientras te llevan a rastras al infierno, tal vez solo están por ahí sentadas, observando y divirtiéndose con lo que ven". 

La autora vive en Culiacán, habla sobre cine y las peculiaridades del lenguaje en @lakrmen.

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