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Reseña
TÁR
por María Guillén Garza Ramos

19 de enero de 2023

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TÁR (2022) no es una película sobre una compositora. Ni sobre el mundo de la música clásica. Tár es una fábula moderna protagonizada por un monstruo o mejor dicho una monstrua moderna, sobre un tema clásico: el poder y el genio.

 

Todd Field, director de Tár, tiene una biografía fascinante, extraña, distinta a la mayoría de los directores. Ha dirigido sólo tres películas en su vida y las tres han sido nominadas al Óscar: In The Bedroom (2001) y Little Children (2006) —aunque Tár no ha sido nominada oficialmente, en los Globos de Oro obtuvo nominaciones a mejor película y mejor guión, y Cate Blanchett ganó mejor actriz. Antes de ser director, Field fue jugador de béisbol, jazzista, actor en papeles menores, más conocido por su papel como Nick Nightingale el pianista de Eyes Wide Shut (Stanley Kubrick, 1999). Pasaron dieciséis años entre su última película y ésta. Field tiene una carrera envidiable y ha estado relativamente cerca de los circuitos de prestigio y premiación sin estar realmente en el ojo del huracán. Posiblemente su cercanía al éxito y el haber mantenido cierta distancia es lo que le permitió ser tan preciso en Tár

 

La película sigue a Lydia Tár (Cate Blanchett): pianista, compositora, directora de la Orquesta Filarmónica de Berlín, parte del club EGOT, ganadora de un Emmy, Grammy, Óscar, Tony. En la película, el personaje de Lydia Tár sigue y quizá supera en la ficción los pasos de Leonard Bernstein, quien además de ser compositor consiguió el estatus de celebridad e ícono cultural, de estrella. La escena inicial es una entrevista entre Tár y el escritor Adam Gopnik del New Yorker en un auditorio lleno. La entrevista va sobre los logros de Tár, su excepcionalidad, su carisma. 

 

Field señala que el personaje de Tár pudo haber sido empresaria o actriz o dedicarse a cualquier otra cosa, el aspecto musical está lejos de ser incidental, pero más que ser un estudio sobre la música es sobre la psicología de los personajes que amasan poder en algún campo determinado. Está cerca de Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941) y El Lobo de Wall Street (Martin Scorsese, 2013), sólo que Field comete el acierto de saltarse el ascenso del personaje y sólo mostrar su caída. Quizá el matiz es que Lydia Tár es innegablemente excepcional y talentosa. Ha trabajado muy duro para llegar a donde está y no es una embustera. Y, aunado al puro talento, Tár tiene un ejército de seguidoras leales, de amantes, a quienes compensa astutamente dándoles un poco de atención o premia su lealtad con favores. En realidad, tiene que entregar muy poco de sí, los otros son quienes deben esforzarse por buscar su aprobación. Su vida es un ejercicio constante de manipulación, evasión, pericia. También ha hecho su carrera a base de grillas, traiciones, favoritismo. 

 

El aspecto más interesante de la película es que muestra el momento preciso en el que ese esquema se sale de control. No es el suicidio de una antigua estudiante y amante, a quien le destruyó la vida, lo que la lleva a la ruina, sino que empieza a ser demasiado obvio para los demás que sus decisiones son arbitrarias, cuestionables. Esto la lleva a tomar una decisión que nadie cuestione, que nadie sospeche, su reemplazo será una opción que todos aprueben, no será su alumna leal, vuelta asistente. La cadena se rompe, pues su alumna harta de ser pisoteada, decide traicionarla y revela su verdadera naturaleza al mundo. Este incidente les da peso a otros y se va sumando una cadena de desgracias. Muy pronto se vuelve aparente para todos que Lydia Tár es un monstruo, que abusó de su poder, que abusó de sus alumnas, que mintió. 

 

Se ha interpretado (incorrectamente en mi opinión) que el punto detrás de la malicia de Tár es que Field está diciendo que las mujeres y las lesbianas también son malvadas o que también tienen potencial de serlo. Yo creo que Field no critica los movimientos sociales actuales de manera tan burda. De hecho, en una escena Tár sermonea a un alumno que se rehúsa aprender Bach porque es un cishetero blanco misógino y le dice que lo único que debería importar es el talento. Esa escena, más que ser una crítica al muchacho es una punzada irónica lanzada a Tár, quien elige a una solista no por su talento, sino porque le gustó por joven y guapa. Ella escapará de la idiotez quizá, pero su ética está lejos de ser la meritocracia justa y transparente del esfuerzo puro. 

 

De alguna forma, lo que Field hace con la historia de Tár es algo más obvio, pero que no se dice lo suficiente, no hay poder de esa naturaleza que no requiera sacrificios y no hay poderosos buenos. A veces paga la persona, a veces pagan los demás, a veces el poderoso sale ileso, al menos en el sentido de que la imagen del personaje se mantiene intacta o lejos del escrutinio público. Pero al final no hay tal cosa como separar el arte del artista, el mundo del arte, o cualquier mundo que conlleve algo de talento y poder, está plagado por genios y genias, que precisamente por serlo usan y abusan de su inteligencia para avanzar sus carreras. Y la contraparte es que el mundo los consume con voracidad: la prensa, las editoriales, el público necesita íconos, a quienes posiblemente también necesiten volver monstruos. Pero ese proceso son uno y el mismo. Y más que ser escandaloso, parece un ciclo que se autorregula, de cierta negación en su etapa inicial, mientras todo funcione, y de indignación cuando el sistema produce víctimas tangibles, concretas. Field dice: “[t]he lines of power really interest me: Who enables it, and what benefit do they get from it? And when is it no longer a benefit?” La pregunta de Tár es esa: ¿Cuándo le llega su hora a la monstrua?

La autora vive en la Ciudad de México y tiene tres perros. Conduce el programa "Síndrome de Estocolmo" en @nofm_radio. 

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