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Ensayo
Stalin frente al espejo
CONSIDERACIONES EN TORNO A
IVÁN EL TERRIBLE DE SERGEI EISENSTEIN
por Alejandro Porcel Arraut 

4 de diciembre de 2018

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Stalin tenía un enorme interés por la industria del cine; su opinión respecto de las películas era final, pero siempre la expresaba en términos amables: “sólo es una recomendación, eres un hombre libre, haz lo que quieras con tu proyecto”. Incluso utilizó las películas como una herramienta diplomática; en una ocasión compartió la sala de proyecciones con Churchill, ambos vieron juntos Rout Before Moscow (1942). [1]

 

Cinéfilo empedernido y duro censor del sétimo arte, entendía la gran importancia de las cintas como propaganda del régimen, pero lo que es más impactante no es su enorme involucramiento en las producciones cinematográficas, sino la profunda influencia que las películas tenían sobre él. Éstas se convirtieron en sus gafas para entender la realidad, tomaba decisiones en razón de lo que veía ahí. [2]  

 

Stalin consideraba a Eisenstein un trotskista, pero también un cineasta muy talentoso, por lo que le encomendó la realización de una obra que necesitaba una gran capacidad técnica y que era crucial para su alter ego: Iván el terrible. La película se dividió en dos volúmenes, el primero fue exhibido en 1944; el segundo hasta 1958, dado que Stalin prohibió su exhibición, a raíz de su disgusto con la transformación del personaje de Iván el Terrible. Stalin quería utilizar esta cinta para justificarse en la figura “gloriosa” del primer Tzar. Por su lado, Eisenstein había hecho grandes producciones para glorificar la revolución de octubre de 1917 y el poder de las masas, del pueblo (como El Acorazado Potemkin (1925) y Octubre: diez días que sacudieron el mundo (1928), pero no parecía tan claramente alineado con el estalinismo.

 

Es por esto que esta película y las reacciones que suscitó son evidencia ideal para analizar a Stalin reflejado en el espejo a través de la figura de un Tzar fuerte, justo y visionario, y la alteración de esta visión por la inteligente crítica que hace Eisenstein. En muchos sentidos, si se quiere entender el estalinismo, se debe ver Iván el terrible de Sergei Eisenstein. Hagamos el ejercicio de imaginar la proyección de ambos volúmenes en la sala de cine del Kremlin a través de los ojos de Ivan Bolshakov, Ministro de Cine en tiempos de Stalin. Que sirva de fotografía de la película y sus circunstancias. [3]

Ivan El Terrible
Iván El Terrible 3

I.

Stalin no había estado de buen humor esos días, sabía que debía haber puesto una película extranjera, algo de John Ford o John Wayne, o Volga Volga… Algo que le levantara el ánimo. Era tarde, apenas llegamos al Kremlin nos dirigimos a la sala de cine, las copias habían llegado esa mañana… Quizás hubiera sido mejor que se perdieran. Pero él estaba impaciente por ver la nueva producción de Eisenstein, yo sabía que no debimos haber confiado en él.

 

Le di las copias al proyeccionista, las puso en el carretel y encendió el aparto. Los camaradas Stalin, Beria, Molotov y Zhdanov se sentaron y empezaron a murmurar con emoción sobre la obra que estaban por ver. ¿Sería tan buena como Octubrey Alexander Nevsky?, ¿sería verdaderamente socialista? Mi puesto como Ministro de Cine pendía de un hilo, la producción más grande jamás hecha en la Unión Soviética estaba por entrar a su juicio final. 

 

Tomé asiento un par de filas delante de ellos. La película inició, ¡qué magnífica, que espectacular la escena de la coronación! ¡Las luces, los contrastes; los claroscuros me remontaron al expresionismo alemán, pero con un manejo de la cámara y un montaje único! ¡Qué grande es Eisenstein! Podía sentir la sonrisa de Stalin ante la magnífica transformación del príncipe de Moscow en el único Tzar de toda Rusia, el padre unificador. Sentí escalofríos en la espalda.

 

Las imágenes se amontonaban una sobre otra con estridente armonía, de ellas emanaba una historia roja y brillante. La misión de Iván había sido dictada por el destino, él debía expulsar a los extranjeros, el orden y la mano dura eran imperativos para este cometido, tal como Stalin lideraba con voluntad de hierro la guerra en contra de los enemigos alemanes. Además, al igual que el camarada Stalin, el primer Tzar gobernaba para el pueblo y con él; rompió sus cadenas y caminaron juntos hacia la libertad. Los boyardos son los peores enemigos, sólo conocen los banquetes y los desfiles, ¡cualquier flecha del enemigo es mejor que estar en su compañía!

 

De los magníficos encuadres salían grandes verdades. El Tzar Iván es la pintura de aquel hombre que mira hacia el frente, sin dudar de las medidas que debe tomar para llegar al final del camino. En medio de la batalla de Kasán voltee para ver su expresión, pero Stalin también había volteado hacia atrás, no tengo idea de qué estaba buscando o perdido a sus espaldas. Volví la mirada a las grandiosas imágenes con la confianza de que la proyección sería un éxito, seguro de que vendrían muchas más producciones en el futuro. ¡Malditos sean los burgueses, los moderados y los trotskistas! ¡Viva el pueblo, viva Iván, viva Stalin, viva el desarrollo!

 

En un ambiente de emoción que flotaba tenso sobre la sala terminó la primera parte de la película. Decidimos hacer una pausa para rellenar nuestros vasos, ¡qué corra el vodka! Las felicitaciones y sonrisas fluían como pocas veces, yo estaba extasiado. No fue sólo el manejo espléndido de la luz y la cámara, pero la historia era un espejo magnífico de nosotros. Se encendieron las luces y me acerqué a mis camaradas, abracé a Stalin y le susurré al oído, “dos Romas han caído, Moscú es la tercera, y no habrá cuarta”. Stalin gritó: “’¡el pueblo de la mano del Tzar en contra de los burgueses”! Levantamos nuestros vasos y bebimos.

 

II.

Lo que siguió fue un desastre. La sala de cine tardó poco en convertirse en una de terror, como el reinado de Iván el Terrible. Si bien la proyección se reanudó acompañada de divertidas burlas a las vestimentas burguesas europeas, este ánimo de alegría desapareció pronto. El Tzar Iván había perdido su clara convicción y determinación, se había convertido en un hombre necesitado de afecto, confundido, reactivo y paranoico. Ya se habían escuchado los primeros carraspeos de disconformidad, pero los alaridos llegaron cuando —en una escena humillante— el Tzar se arrodillo para suplicar a la iglesia su apoyo. ¡¿“Qué es esto”?!, gritamos todos. 

 

La condena de Eisenstein se escribía mientras mis camaradas y yo sentíamos mareos ante lo que parecía una alucinación. El Tzar estaba perdido en su locura y debilidad, era un títere de su trono… golpea y desprecia al pueblo, mata por capricho, ¡seguro que el vodka que bebíamos estaba envenenado! Rodaron las cabezas de los boyardos, un mal sueño en las noches que siguieron a las purgas. Pero ¿qué habíamos hecho, dónde estaba Lenin, el proyecto socialista, el Tzar fuerte y justo? Sólo hacia falta un desnudo para que Stalin incendiara la copia con sus propias manos. 

 

Me volví de nuevo para verlo, el terrible enojo se veía hasta en su sombra, tan intensamente marcada en la pared de la sala, encuadrada brutalmente por la luz de la pantalla. Cuando la imagen se tornó roja –durante el festín demoniaco–, la sombra estaba rodeada por un mar de sangre. Volví la cabeza hacia la pantalla, con miedo de perderla. En ese momento Stalin se levantó, y en lo que temí que era el fin de mi carrera en el partido, se dirigió fuera de la sala a través de una puerta demasiado pequeña. Se escuchó un alarido lejano: ¡“maldito trotskista; esto no es una película, es una pesadilla”! 

 

Cuando volvió no pronuncio palabra. Yo volteaba constantemente hacia atrás y Stalin hacia lo mismo, ambos paranoicos de nuestra retaguardia, yo de él y él de la oscuridad, o ¿de su sombra? Las imágenes eran destellos esquizofrénicos: el hombre de pueblo vestido en ropas monárquicas, un baile de máscaras, “el pueblo es un grupo de esclavos”, la sombra de la larga barba del Tzar en los muros de la capilla, el rojo de la sangre escurriéndose hasta la sala, hasta salpicarnos y ensuciar el traje de Stalin. Todo se había convertido en un gran teatro de la historia, estábamos deambulando en el ciclo interminable del camino perdido, sin inicio, sin final. Todas las puertas estaban cerradas y nos ahogábamos en el rojo que escurría del cine.

NOTAS Y REFERENCIAS

 

[1] Simon Sebag Montefiore, “Why Stalin loved Tarzan and wanted John Wayne shot”, The Telegraph, consultado el 7 de marzo de 2017. 

[2] When he saw a movie about Catherine the Great's Admiral Ushakov, he suddenly decided to build a vast fleet, quoting from the movie. When he decided to tax the impoverished peasants and was told they were too poor to pay, he pointed to one of his own propaganda films that had no resemblance to reality. Another time, the sight of some missile in a propaganda movie inspired him to order a whole new line of weaponry”, (loc. cit.).

[3] El relato a continuación es una ficción mía, utilicé la figura de Ivan Bolshavok como una herramienta para acercar la narración lo más posible al acontecimiento real. Pero, nada de lo descrito debajo está basado en hechos, o fue dicho por Bolshavok.

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