Reseña
por Leopoldo Rodríguez Aranda
10 de julio de 2017
Lejos de Casa
Spider-man
de regreso a casa
Stan Lee puede ser considerado sin duda un visionario, una de esas personas que tienen el privilegio de imaginar más allá de los límites de lo posible. El universo de súper héroes por él creado es único y comparable sólo a lo que los Hermanos Grimm hicieron con los cuentos de hadas y las fábulas animales. Pero en esa comparación es justo donde comienza la enorme diferencia entre unos y otros.
Pero primero una cosa y luego la otra. En el universo Marvel, Spiderman, Spidey para los que lo conocemos, ocupa un lugar central junto con Superman o Batman. A diferencia de éstos, Spidey tiene rasgos que lo hacen más asequible a nuestras realidades: no es de otro planeta, no es millonario, ni pertenece a organizaciones que luchan contra el mal y hacen uso intensivo de la tecnología.
Spiderman es un chico en preparatoria que vive una situación económica limitada, al cuidado de su tía May, huérfano, y con las preocupaciones mundanas que todos compartimos. Allí su virtud pero también su debilidad argumentativa ya que en el mundo de la ciencia ficción buscamos alejarnos de la realidad, distraernos del día a día y transferir a nuestros héroes favoritos la carga de nuestra existencia, por eso gustan más aquellos de origen extraterrestre, millonarios, con situaciones que pueden ser complejas pero que toman la cotidianeidad como algo que estorba y a la que no se le permite estropear su relación con su identidad secreta ni en su lucha contra la maldad y los villanos.
La última entrega que nos hace Marvel, Spider-man: Homecoming —en México, De Regreso a Casa (2017)— es buena a secas. Sin duda, la casa Marvel y los guionistas se sintieron presionados por innovar al personaje, sin cambiar algunas peculiaridades de la historia base. Pero el cambio o “renovación” no fue muy afortunada en algunos aspectos. Desde una Tía May que más parece una cougar cuarentona hasta un “protector” millonario con acceso a high-tech (Ironman-Tony Stark) que trata con desdén y con una suplencia de la figura paterna que pretende ser hilarente sin lograrlo del todo. Desde el reclutamiento que hace Stark de Spidey en Captain America: Civil War (Anthony y Joseph Russo, 2016) ya nos anunciaban que la secuela del personaje iba a ser muy distinta a las expectativas.
Ambos aspectos, junto con un muy joven Spiderman, y un nuevo traje parlante al estilo de la armadura de Stark, son los elementos que pretenden acercar al personaje con las nuevas generaciones acostumbradas a los estereotipos de súper héroes que mencioné en líneas previas. De hecho, pareciera que nos van a regalar escenas donde Spidey se acerque más a la serie Spiderman 2099 (1992), pero no llegó a eso la película.
Por lo demás, la trama está mejor armada en comparación con la simplicidad de algunos personajes como el mismo Buitre que en el comic es un personaje siniestro que gusta de lastimar a la población civil por el hecho mismo de hacerlo, mientras que el de la película es un personaje más humano, interesado en el tráfico de armas más que en causar daño a la población o las autoridades, y que es magistralmente personificado por Michael Keaton, que nos debía justamente el personaje después de la multi premiada Birdman (Alejandro G. Iñárritu, 2014), donde no hay súper héroes y en la que por el título esperábamos el uso de poderes meta humanos. La actuación de Keaton es maravillosa justo porque causa tanto temor con el traje como sin él, es más, la escena del coche donde traslada a Peter y a su amor imposible al baile de la escuela —que por cierto es de piel oscura para acercar más al personaje a los clichés de lo políticamente correcto— es deslumbrante justo porque confronta muchos sentimientos que para un chico de 15 años resultan muy complicados de resolver: odio, amor, miedo, coraje, todo en una sola experiencia, amén de lo temible que resulta un suegro mafioso de apariencia completamente normal e inocente.
La historia tiene un buen armado ya que pone a Spidey frente a un rival digno de la construcción del héroe en los momentos en que está definiendo el papel que quiere jugar y cómo utilizar sus dones. El villano es digno rival justo porque solo pretende mantener oculto y operando su negocio de armas forjadas con la tecnología y materiales que dejó la invasión alien que ocurrió en la película de The Avengers (Joss Whedon, 2012) antes que tratar de dominar la ciudad o el mundo, como nos tienen acostumbrados muchos villanos épicos. Como casi todo malvado, Buitre se construye a partir de una injusticia operada desde las élites empresarial y política que, nada paradójico, encarna Tony Stark. Justo aquí es donde se observa que el bien y el mal son la misma moneda, que uno provoca y genera la existencia del otro.
En general la película emociona sin llegar a superar las entregas previas y tiene el acierto de evitarnos la repetición del origen del personaje. Sin embargo, los fans esperamos más. El personaje en el cómic ya evolucionó, ya tiene familia, enfrenta situaciones más complejas y sigue viviendo con la angustia de resolver lo mundano, cosa que lo hace más atractivo a quienes gustamos más de esa combinación de realidad y ficción que la de los demás personajes, que si bien fascinantes, caen en el total desapego de la realidad.
Al final, queda claro que habrá una película más. Ojalá en esa nos den gusto a los fans y nos regalen la aparición de villanos como Carnage o tantos otros que desde el comic generan emociones. Y también, claro, dibujen un Spiderman más maduro, más resuelto, más súper héroe de carne y hueso como el que tenemos en el corazón desde hace muchos decenios.