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Recomendación
Somewhere

Año: 2010

Dirección: Sofia Coppola

Guión: Sofia Coppola

Fotografía: Harris Savides 

Elenco: Stephen Dorff, Elle Fanning, Chris Pontius, Lala Sloatman y Michelle Monaghan

​Música: Phoenix

7 de junio de 2017

Un hombre conduce su Ferrari por un circuito y da vueltas, y vueltas, mientras escuchamos música de Phoenix. Se detiene. Regresa al lugar donde se hospeda, nada menos que el Chateau Marmont en Sunset Boulevard. No es un hotel, es su casa, por lo pronto. Pero tampoco se trata de un hogar. Después espera acostado en su cama mientras dos hermosas mujeres bailan frente a él. Sonríe. Bebe poco a poco su cerveza. A sorbos. Se queda dormido. Pedidos de comida, hechos a la recepción del hotel, se apilan a un costado de su puerta. Un amigo lo visita de vez en cuando y bebe con él, o se entretiene con videojuegos. Su representante le llama; tiene que presentarse a una conferencia de prensa y después a una sesión de fotos con otra mujer —una colega del trabajo que lo desprecia por asuntos personales. Es el estreno de una nueva película y uno de los actores más populares del momento la protagoniza: él.

Somewhere (2010) cuenta un episodio en la vida de Johnny Marco (Stephen Dorff), un actor del Hollywood contemporáneo, más allá de la pantalla y de los artificios que concede ésta a las personas involucradas en el cine como arte, negocio y espectáculo. Suponemos que Johnny tampoco es su nombre real. Y es precisamente este detalle lo que le interesa a Sofia Coppola: retratar la otra cara de Hollywood, lo que se esconde detrás de actores y directores a través de su vida cotidiana. Dicho de otra forma, una historia lejos del encanto sofisticado de las pasarelas, de las sesiones de fotos, y de las revistas de espectáculos.

 

Así, acudimos con Johnny a fiestas organizadas en su cuarto, algunas sin su consentimiento, donde es uno más de los invitados. Aburrido, toma unos tragos, procura a varias mujeres —sin comprometerse—, con algunas se acuesta, y se levanta el siguiente día, y continúa la misma rutina monótona. Bañarse, tomar las pastillas contra la alopecia, prender un cigarrillo, beber una cerveza en el balcón, mirar hacia la alberca o a otros balcones, y las personas que los habitan. 

Luego se dirige a un estudio, donde maquillistas lo convierten en un anciano con una máscara de hule —mientras espera horas hasta que la mezcla fresca se seca. Se emborracha otra vez, cae y se lastima el brazo. Después de esta patética travesía y con el brazo enyesado, entramos al otro capítulo de su vida. Éste es el que le importa, donde su hija es la protagonista; porque Somewhere es también la historia de padre e hija, y en cierta manera también la de su directora.

 

Cleo (Elle Fanning) —una chica risueña, inteligente y talentosa— visita su padre el fin de semana. Se acerca verano y Johnny la acompaña a su clase de patinaje. Y ahí lo entiende. Mientras él se distrae en las gradas viendo mensajes en el teléfono, su hija patina al ritmo de la música. Desvía su mirada a la pista y su semblante se transforma. Está encantado. La secuencia es conmovedora. Por primera vez se da cuenta. Frente a él está el complemento que le faltaba a su vida: la convivencia con su hija. La madre de Cleo, su antigua pareja, se irá por un tiempo. No le dice mucho más. Sólo le pide que la lleve a un campamento ese verano. Y así, padre e hija pasan unas semanas juntos: cocinan, viajan a Italia, asisten a ceremonias de premiación, se asolean junto a la alberca, conversan y están el uno para el otro.

 

Coppola intenta, como en otras de sus películas, entender el lugar que ocupan los personajes en su mundo, contrastar su vida personal y pública, así como sus distorsiones, y ayudarlos un poco; porque están perdidos y caminan sin rumbo guiados por la inercia de la vida. Desde luego, aunque algunos se han ocupado en señalarlo antes, no deja de ser interesante las referencias a otras películas de Coppola en las que los protagonistas están también extraviados y atrapados en hoteles o palacios: como Bill Murray en el Tokio de Lost in Translation (2004) o Kirsten Dunst en el Versalles de Marie Antoinette (2006). En las anteriores, la salida se encontraba en un amor imposible —pero inolvidable—, en la liberación sexual, o en alternativas más radicales como la guillotina; aquí está en el amor paternal.

 

De esta manera, se nos comparte un poco de la historia de Coppola; se nos muestra qué es nacer en este medio, cómo se crece en un mundo de privilegios y ficciones: con un hombre que se dedica al arte del cine, pero que no deja de ser un padre. Hay talento. Quizá también algo de fortuna; porque, a fin de cuentas, se estuvo en el sitio y momento indicados. En una fiesta un hombre, que también desea ser actor, adula a Johhny. Le pregunta sobre su preparación y "el método": los estudios y las herramientas técnicas y actorales que le permitieron convertirse en un artista consagrado, y actuar con Meryl Streep o Al Pacino, por ejemplo. La respuesta parece inesperada. Jonnhy confiesa que sólo posó frente a la cámara. Fue a algunas audiciones, buscó un representante y comenzó a grabar películas.

 

En ocasiones el cinéfilo desea estar en los zapatos de los actores, actrices y directores, o de cualquiera que se encuentra tras bambalinas de las películas que nos apasionan. Se suele buscar los caminos que estos siguieron, o conseguir aquello que los hacen distintos a uno mismo. El problema es que no se ha detenido a reflexionar que tal vez fue un golpe de suerte, que no son tan distintos a nosotros y que quieren lo que otros también poseen. Para empezar, desean que se distinga entre sus vidas públicas como artistas de cine y las otras como padres, amigos o hermanos; es decir, su vida privada en donde disfrutan cosas sencillas como comer helado y nadar. Así, en Somewhere no vemos la presencia de la estrella de cine, sino la ausencia de ella; considera que muchos de los que se dedican al cine no dejan de tener los pies en la tierra y están tan perdidos como nosotros, porque no acaban de asimilar el sitio en el que se encuentran: en alguna parte. Hoy por hoy, en un escenario lleno de programas, revistas y difusión de imágenes maquilladas y ficticias, la simple idea de retratar precisamente lo contrario —un verdadero ser, sin máscaras— no sólo es original: es un alivio.

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