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Ensayo
UN año sin cine

31 de diciembre de 2020

por Pablo Andrade
La Dolce Vita.jpg

Cuando la pandemia comenzó en los primeros meses del 2020 y el encierro se convirtió, al menos por un tiempo, en la nueva vida cotidiana pensé que tendría mucho más tiempo para ver cine. Sin embargo, conforme los días pasaron y una marcada sensación de tristeza generalizada iba ganando terreno me percaté que no estaba viendo tantas películas como lo hubiera pensado; apenas unas cuantas en las plataformas digitales y salvo la magnífica serie The Wire, nada me entusiasmó especialmente.  

Ahora pienso que la necesidad de ficciones, de experimentar otras vidas y otras formas de ser, se vieron satisfechas por la literatura, pero el cine y las películas pasaron a un segundo plano que me resulta fastidioso reconocer. Ahora que el año está terminando —mientras la pandemia sigue su curso— me doy cuenta de que extraño mucho la antigua normalidad en la cual podíamos ir de manera física al cine. Disfrutaba enormemente poder ir siempre que quisiera y mejor todavía si podía ir solo. Me gustaba ir en bicicleta al cine más cercano, comprar el boleto en la taquilla, comer en un lugar cercano y esperar los minutos previos a la función, adelantando en mi mente la experiencia inmersiva e insustituible de ir a una sala cinematográfica. 

Durante la crisis cineastas como Christopher Nolan, cuya cinta Tenet resultó un fracaso al ser estrenada en medio de la pandemia, y Denis Villeneuve, quien ha tenido que atrasar la premier de su versión de Dune, han encabezado una resistencia contra Warner por anunciar que la nueva forma de estrenar de sus películas seria vía streaming, anunciando de cierta forma el fin de la experiencia cinematográfica en salas, ¿será cierto que en el futuro inmediato iremos cada vez menos a las salas?  

La última vez que fui al cine antes de que empezara la pandemia fue para ver una cinta con Willem Dafoe llamada Mi último amigo dirigida por Héctor Babenco. Se trata de una historia en la cual un hombre se entera que padece de cáncer, y entre las quimios y la recuperación descubre el verdadero significado de la vida, el amor y la amistad. Un lugar común y trillado, si se quiere, pero en ese momento fue un experiencia reconfortante. Salí del cine feliz y comí una rica comida en un restaurante cercano, saboreando en mi mente las secuencias, las buenas actuaciones y afianzando el mensaje de la cinta en mi mente. Esta experiencia, por sencilla que parezca, es uno de los grandes placeres de mi vida como cinéfilo y no la he podido replicar en casa bajo ninguna circunstancia.

 

Escribo estas líneas con nostalgia para que sean publicadas en CINEMATÓGRAFO, un proyecto que mantengo con mi amigo Jorge desde hace casi cuatro años, en el cual nos proponemos hablar de cine desde la parte vivencial. No se trata de las películas solamente, ni de los directores, ni de los aspectos técnicos. Se trata de la experiencia personal de todos los que hemos escrito en este espacio con la esperanza de compartir aquello que el cine nos hace sentir, de las pasiones y los miedos que experimentamos cuando nos enfrentamos a aquello que Lotte Eisner llamo “la pantalla demoniaca”. Este año en el que ir al cine se convirtió, de la noche a la mañana, en una actividad de riesgo, estoy seguro que todas y todos hemos tenido nuestra propia conversación interna en la que el futuro del cine en general, y en específico el de las salas cinematográficas, nos preocupa.  

Con todo, no quiero que esto sea un texto triste, sino esperanzador. A pesar de que no vi tanto cine como hubiera querido fueron precisamente mis amigos quienes me contaron que hubo descubrimientos interesantes aunque hayan tenido que verlos en la televisión o la pantalla de sus computadoras portátiles. En enero, reservaré un espacio para ver cosas que se estrenaron durante el año y que me han dicho que son verdaderas joyas, como Otra Ronda de Thomas Vinterberg, Mank de David Fincher, Da 5 Bloods de Spike Lee y hasta la serie de Jon Favreau, The Mandalorian, que al parecer recuperó a Star Wars de la ignominia.

Entonces hay luz en la oscuridad, hay cosas lindas que esperan por ser vistas y que nos recuerdan que el cine seguirá su función como gran fabulador de nuestra sociedad sin importar qué escenario distópico enfrentemos. El cine seguirá siendo el gran proveedor de ficciones que tanto necesitamos.

Por ello quiero este texto tome forma de agradecimiento; a Jorge, a todos y todas quienes han escrito en este espacio y, por supuesto, a CINEMATÓGRAFO por ser algo nuestro y por darnos la libertad que todos anhelamos en nuestro día a día. La nueva normalidad es un reto, pero estoy seguro de que mantener espacios para la creatividad será fundamental para asegurarnos de que nuestra humanidad perviva y se sobreponga a cualquier calamidad.

 

Por un nuevo año lleno de cine, de amistad, de nuevas experiencias y de la capacidad de adaptarnos para seguir disfrutando de una de las pasiones más increíbles que ha cultivado la humanidad en los últimos 126 años de su existencia: la cinefilia.

El autor forma parte del equipo editorial de CINEMATÓGRAFO.

* Ilustración de Jimena Vega para CINEMATÓGRAFO inspirada en una secuencia de La Dolce Vita (1960) de Federico Fellini. 

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