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Reseña
TELEVISIÓN

Hay un momento hacia la mitad de Sharp Objects (2018), miniserie de HBO basada en la novela homónima de Gillian Flynn, en el que la periodista Camille Preaker (Amy Adams) se refugia en el cuarto de su infancia, mientras un bacanal con tintes profundamente racistas —pero de “importancia histórica”— sucede en los jardines de la victoriana casa de su madre. Camille llama a Frank Curry (Miguel Sandoval), su editor y figura paterna, para darle un reporte sobre su reciente investigación: “cuando estoy aquí, me siento como una mala persona” dice ella sollozando. 

Curry, al otro lado del teléfono, entra en pánico. Hace señas a su esposa para avisar que Camille no se encuentra bien. “Eres una de las personas más decentes que conozco”, responde Curry para brindar afecto a su aprendiz. Sin embargo, Curry no puede dejar de sentirse impotente por no poder hacer más y a la vez culpable por mandar a Camille a un pozo de veneno y podredumbre, usando la labor periodística como justificación. Quizá un reportaje como ese saque al ninguneado periódico de Curry de la sombra del periodismo digital.

 

Justo en ese momento el espectador recibe un trancazo brutal y se olvidan las expectativas generadas respecto a otra serie de misterio y asesinatos, pues Sharp Objects se convierte en un oscuro estudio de personaje: un macabro drama humano que tiene un sardónico, y hasta perverso, sentido del humor como columna vertebral. Es una sátira social que se siente oportuna, pero que no deja de ser dolorosa.

Es Gillian Flynn, por supuesto, la que escribe tanto el libro como parte de la adaptación para televisión. En 2012, Flynn publicó Gone Girl (Crown Publishing Group), aquella comedia negra disfrazada de un clásico whodunit —el who has done it? de la novela policiaca— que disecciona con mordacidad las “maravillas” del sueño americano y del matrimonio moderno. David Fincher hizo la adaptación hace un par de años. Jean-Marc Vallée (Wild, 2014) toma ahora la batuta para traer el primer libro de la autora a la pantalla chica. El resultado es absorbente.

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Sharp Objects

Año: 2018

 

Guión e historia: Marti Noxon (basado en la novela Sharp Objects de Gillian Flynn)

Dirección: Jean-Marc Vallée

Elenco: Amy Adams, Patricia Clarkson, Chris Messina, Eliza Scanlen, Matt Craven, Henry Czerny, Sophia Lillis y Miguel Sandoval.

Fotografía: Yves Bélanger y Ronald Plante

Transmisión inicial: HBO

20 de septiembre de 2018

por Leonardo Olmos

La historia es de Camille, una periodista promedio en sus treinta, cuyo pasado pintaba para que eventualmente se convirtiese en una mujer popular y acaudalada de Wind Gap, un pueblo ficticio de Misuri. No obstante, la turbia muerte de su hermana menor y una enfermiza relación con su madre, Adora (Patricia Clarkson), la llevan a hundirse en una depresión, que expresa escribiendo con objetos filosos palabras y frases sobre su piel. Así, “arruina” su perfecta apariencia, pero dibuja, a su vez, un mapa emocional que sirve como barrera; es decir, una especie de protección contra los que desean entrar a su mundo y conocerla realmente. Y aunque Camille también intentó alejarse de su pueblo natal y del entorno nocivo apenas tuvo oportunidad, la depresión no cedió; y la vereda termina llevándola al alcoholismo, a clínicas de rehabilitación y a terrenos emocionales sórdidos. 

Sin embargo, una serie de hechos violentos la invitan de regreso con su familia y al lugar donde creció: una adolescente de Wind Gap aparece estrangulada y con dientes removidos en el bosque, y otra compañera de la escuela desaparece. Frank Curry, editor de un diario en St. Louis, se entera de los sucesos y decide enviar a Camille de regreso a su pueblo natal, con la esperanza de que el trabajo de campo de su reportera le brinde al periódico una serie de artículos dignos de reconocimiento —como los que hizo una reportera para un diario de la competencia.

Camille mira a su pasado con rencor y, a regañadientes, regresa para contar la historia de unas niñas que no pudieron escapar de una comunidad que juzga y desconfía, y que se encuentra en un pánico estridente. La cercanía de Camille a la dinámica local y sus experiencias previas con los habitantes (la mayoría aún viven en Wind Gap) y el reencuentro con su madre, padrastro y media hermana —y hasta su relación con un agente de la policía estatal que está ahí para resolver los crímenes— cuentan con los elementos necesarios para que escriba algo de notoriedad para su diario. Y de esa forma, las primeras entregas de su reportaje causan revuelo y conducen a los personajes de esta historia a desoladores, aterradores e inesperados caminos. 

 

Jean-Marc Vallée, que en cine se ha caracterizado por sus trabajos indulgentes, de sobriedad taciturna, creados quizá para ganar un reconocimiento popular como un Oscar, se ha transformado recientemente en un caso curioso; y digo esto, porque sus obras para televisión resultan más integrales y más contundentes que su trabajo para la pantalla grande. El año pasado, por ejemplo, adaptó Big Little Lies (2017) para HBO, que resultó una grata sorpresa, entre otras cosas, por las interpretaciones de su elenco femenino. 

Son varias las razones del sólido trabajo para televisión de Vallée: la primera es su terquedad con los detallados argumentos narrativos. Le importa mucho que el espectador conozca de forma minuciosa la vida de sus personajes, que los observe hasta en los momentos donde están solos, sin nada o poco que hacer; pues sabe que son esos pasajes donde los personajes revelan de qué están hechos. En cine, por supuesto, se tienen que adecuar estas intenciones a una duración limitada, por lo que se descartan muchos de esos instantes. El segundo motivo, quizá aún más importante, es su obsesión con las imágenes que evocan memorias o sentimientos de los personajes. En cine esas imágenes supondrían una solvencia narrativa errática, pero en televisión Valleé tiene suficiente tiempo para desarrollarlas de forma excepcional y extrasensorial. 

En Sharp Objects la mente de Camille divaga, ya sea por los litros de vodka que guarda en botellas de agua purificada, como por sus incontrolables regresiones a los peores momentos de su vida. Estos momentos e imágenes atormentan constantemente al espectador —a veces por segundos y en ocasiones por secuencias completas— y tienen el efecto de generar interés en el destino de los personajes. Camille maneja por las calles del pueblo, y el sonido del viento y las llantas sobre el pavimento nos llevan de pronto a su pasado. Miramos atrás: la vemos tirada en el baño de una clínica rasgando su piel hasta que la palabra “fix”(reparar) queda marcada en su antebrazo ensangrentado, o incluso esos recuerdos remiten aún más atrás cuando era una adolescente (interpretada por Sophia Lillis) y descubre una tenebrosa cabaña en el bosque, con paredes decoradas con pieles de animal e imágenes pornográficas. Al director le obsesionan, como se dijo, los detalles, y, por tanto, intenta transmitir a la audiencia el estado de ánimo y las emociones que habitan ese mundo. Esta aproximación no es apresurada. Se toma su tiempo para narrar y describir todo: el ritmo es decididamente lento, para que el misterio vaya develándose poco a poco. 

El mayor logro de la miniserie es que adapta la intención original de la autora: hacer un estudio de personaje dentro de la clásica narrativa del asesino en serie y de las novelas criminales. De esta forma, el whodunit se convierte más bien en un Who is She? Como lo ha descrito Flynn en otros sitios, su interés se enfoca en Camille; y para el lector, y en este caso el espectador, la historia transcurre a través de sus ojos. Por eso, se tiene ese sentimiento pesimista y abrumador después del cierre de cada capítulo. 

Debe decirse que estas sensaciones se lograrían sólo a medias si no fuese por la brutal actuación de Amy Adams. Es, sin duda, el papel más oscuro y visceral de su carrera. Adams es una actriz de una versatilidad admirable, capaz de emitir humanidad hasta al personaje más despreciable. Aquí lo demuestra y va más allá: su interpretación es fascinante. Camille no es particularmente empática. Es fría, despectiva, volátil e irresponsable; pero, a pesar de eso, la mirada de Adams se aferra a lo más humano de su ser y a la complejidad de su personaje. Además, tiene a su lado a Patricia Clarkson como la madre de Camille y a Eliza Scanlen, que interpreta a la media hermana de Camille, Amma. Ambos papeles son igual de complicados y afortunadamente también están bien desarrollados. 

Por otra parte, se nota la influencia del equipo creativo de la serie que está conformado, en su mayoría, por mujeres —entre otras, están Marti Noxon y Flynn a la cabeza. La variedad de personajes femeninos domina la población de Wind Gap y los personajes masculinos pasan a segundo plano, son secundarios tanto en desarrollo como en complejidad: sólo mascullan y manchan sus camisas de sudor. Así, las mujeres de Wind Gap son fuertes, empáticas y hasta adorables, pero también tienen un lado misterioso y oscuro, uno que las pinta como desalmadas y pragmáticas. Estos personajes dibujan un mapa de los vicios y virtudes del conservadurismo americano, pero el retrato jamás es condescendiente. En otras palabras, la sátira es aguda, pero el drama no es desalentador. Pareciese a ratos que es una combinación de The Real Housewives —el reality show de la televisión estadunidense— con Twin Peaks (1990-1991, 2017) de David Lynch; y en otras ocasiones remite a esos retratos cinematográficos surrealistas y terroríficos sobre Estados Unidos, como los de Lynch en Blue Velvet (1986), por ejemplo.

Y sí, Sharp Objects también es una historia de misterio. Se trata de descubrir qué pasó con las niñas y sus victimarios, y no deja de ser el gancho e hilo conductor de la serie. Y como tal, funciona bien. Es una especie de diversión gótica y temperamental, con giros de tuerca cercanos a los melodramas de horror de los años setenta, como Carrie (Brian De Palma, 1976) y aquellas películas con madres e hijas envenenándose y apuñalándose por la espalda, literal y en sentido figurado.

 

Pero hay una pasión mayor a lo largo de la serie: el arte cinematográfico. Y se nota en su fotografía subexpuesta y cruda, y en su estética detalles lúgubres —como las palabras que aparecen y desaparecen de paredes y superficies para indicar el estado anímico de Camille. También está su diseño sonoro, que va de lo acogedor a lo horroroso; y se aprecia en su elección musical: toda la música es diegética, y mucha de ésta es de Led Zeppelin. 

Sharp Objects es un logro: por su lenguaje cinematográfico trasladado a la televisión, por su desplante de actuaciones y la inteligencia de su guion, pero sobre todo por mantener al público cautivo durante los ocho capítulos. En cada uno de ellos se tiene la sensación de que no hay esperanza, ni respiro, y que los momentos de felicidad o ligereza son efímeros. Sin embargo, aunque falta el aire, no deja de ser adictiva. Se requiere paciencia, pero la recompensa está en el desenlace: por esa escena en particular, la mirada y actuación de Adams serán difíciles de olvidar. 

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