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Reseña
Por un hijo

por Leonardo Olmos

20 de noviembre de 2018

Por un hijo 1
“En este mundo traidor nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira” (Campoamor, 1905: 102) se lee en Las Dos Linternas, poema de Ramón de Campoamor, autor español del realismo literario cuyo texto ha influido tanto la retórica jurídica, pues subraya la subjetividad en la que pueden analizarse distintos hechos: por ejemplo, la ley que acota un juicio oral con motivo de un divorcio o la riña que comprende la custodia del hijo menor de una pareja de franceses de mediana edad. Por Un Hijo (Jusqu'à la garde, Xavier Legrand, 2018) abre con una extensa y agobiante secuencia donde una juez escucha las distintas versiones de dos abogadas que defienden a sus respectivos clientes: Miriam (Léa Drucker), la madre, y Antoine (Denis Ménochet), el padre. 
Ambos se presentan ecuánimes e íntegros. En teoría, la mayor preocupación supone la del hijo, cuya visión ha sido presuntamente viciada por su madre, y que ha pintado a su padre como un monstruo capaz de herir físicamente a los suyos. En realidad, Antoine se nota afligido por la injusta percepción con la que Miriam ha permeado su imagen y considera que ella se ha aprovechado de su “condición de mujer” para sacar ventaja de un juicio a todas luces sesgado. En la teoría y realidad, exclusivas del microcosmos en el que se lleva a cabo ese litigio —y que ocurre en ese cuarto asfixiante tanto para los letrados de la ley como para los clientes de los mismos—, lo que menos importa es el hijo en cuestión, sino la posición de poder y quién terminará mejor parado al terminar el juicio. A pesar de la falta de pruebas, y otras lagunas legales, se dicta la sentencia: la madre deberá compartir la custodia con Antoine, poco importó la opinión del niño, Julien (Thomas Gioria), que declaró durante el juicio que no se sentía seguro junto a su padre.
El director Xavier Legrand —que en 2017 ganó el León de Plata a la mejor dirección en el Festival de Cine de Venecia— inicia su filme con la escena del litigio para después presentar su posición respecto a la falta de seriedad de los juzgados y el desdén que le otorgan a la voz de los niños. Critica las leyes que se enfocan, casi de forma exclusiva, en la disputa de los padres y en la repartición de los bienes, relegando a los hijos a una mera denominación material. Es una manera inteligente de abrir esta opera prima —a la que sólo antecede el cortometraje de ficción nominado al Oscar Just Before Losing Everything (2013) que sirve, a su vez, como prólogo a Por Un Hijo. 
Desde el color de ese cristal particular, el espectador entra al universo de Julien y se piensa de entrada que éste trata de manera injusta a su padre, sólo para darse cuenta, no mucho tiempo después, que la realidad es otra: el padre es colérico y manipulador, y la madre vive con tanto miedo que evita a toda costa encarar a Antoine. Así, Julien tiene que enfrentarse solo a esos dos escenarios y trata de adaptarse a las necesidades de cada padre. 
Legrand ofrece algo similar a lo que hizo Andrey Zvyagintsev en Loveless (2017), con la que Por un hijocomparte una premisa similar; es decir, humaniza a los personajes, hasta sus actitudes aparentemente egoístas. Sin embargo, mientras que la película de Zvyagintsev nunca toma en cuenta la posición del niño —y, por consiguiente, el drama de ese personaje se torna más oscuro y deprimente— para Legrand éste desempeña un papel central y, por eso, juega con la narrativa de suspenso avant-garde, para la que crea paralelismos con el cine de Claude Chabrol —tanto en la estructura como en la atmósfera de un thrillermeramente comercial. De esta forma, combina el lenguaje autoral con elementos formales: cuadros cerrados y estáticos en segmentos largos, donde la cámara jamás pierde la paciencia, mientras los personajes estallan en ese mismo espacio. También hay silencios perentorios donde se pierde todo ruido ajeno a los personajes y su tranquilidad. Son como los elementos que el director austriaco Michael Haneke utiliza en filmes como La Pianista (2001) y El Listón Blanco (2009) para transmitir una cualidad “hiperrealista” a sus historias. 
 
Y menciono a esos autores porque Por Un Hijo pertenece a lo mejor de ese cine, uno de posiciones claramente humanistas, pero narrado con un filtro sórdido y subyugante. Legrand construye una química “mortal” entre sus actores y juntos crean relaciones tan incómodas que resulta doloroso apreciarlas. A pesar de su corta duración, la película consigue tanta tensión que en momentos pareciese que estamos viendo el filme más elocuente de Alfred Hitchcock. Después el enfoque sobrio nos recuerda otro estilo, uno que presenta fragmentos de una sociedad estudiada minuciosamente por el director. Si se reúnen todos estos elementos no hay duda sobre la maestría del primer largometraje de Legrand: técnicamente es una proeza, pero en términos narrativos también trata distintos temas de manera determinante y nunca condescendiente, por lo que no se afecta el ritmo de la película ni el perfil complejo e interesante de los personajes de la cinta. 
 
Por Un Hijo es un filme sobresaliente, pero difícil de ver. Si bien, cuenta con los elementos para envolver a su audiencia (y con la capacidad de síntesis como para dejar el relato en 90 minutos de duración), el director no está interesado en hacer que la gente pase un buen rato en la sala de cine: se libera del sentimiento meloso con que otros filmes tratan el tema de los hijos en medio de un divorcio. Esa una película que no se lleva por complacencias y pone al espectador en el mismo escenario que sus personajes, haciéndolo también sufrir. A veces el buen cine también causa dolor de cabeza y de estómago. Todo depende del color del cristal con que se mire.

REFERENCIAS

Ramón de Campoamor, Doloras y Humoradas, Barcelona, Casa Editorial Maucci, 1905, p. 102.

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