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Ensayo
Pedro Infante:
el ídolo de México
por Joaquín Balancán Aguirre

3 de mayo de 2017

Para mi abuela que me enseñó cómo reía Pedro

El pasado 15 de abril, se cumplieron 60 años del fallecimiento del actor, cantante e icono del cine mexicano: Pedro Infante; un artista que se consagró gracias al éxito que alcanzó con muchas canciones de grandes compositores mexicanos como José Alfredo Jiménez, Manuel Esperón o Consuelo Velázquez.

Pero sin lugar a dudas, su sencillez con el público, así como su repentino y trágico deceso, fueron los factores decisivos que le permitieron encumbrarse como mito y objeto de admiración de muchos mexicanos.

Es en el terreno cinematográfico es donde se pueden rastrear mayores elementos que justifican este lugar de privilegio que ocupa Pedro Infante en el imaginario colectivo. Formalmente su carrera inició a los 22 años, como extra en la cinta En un burro, tres baturros (José Benavides, 1939) y terminó con Escuela de rateros (Rogelio A. González, 1956) cuando Pedro contaba con 39 años de edad y estaba en la cima de la fama. Además, debe hablarse de la gran cantidad de cintas que filmó en un plazo de 18 años de carrera. Concretamente 61, de las cuales en 55 interpretó el papel protagonista.

En pináculo de su carrera se fue forjando por la diversidad de papeles que interpretó y el toque que dio a cada uno; por ejemplo, la actuación múltiple en Los tres huastecos (Ismael Rodríguez, 1948) en la cual encarnó a Lorenzo, un bandolero bravucón, junto con sus dos hermanos uno cura y el otro militar. También puede destacarse su interpretación de Juventino Rosas en Sobre las olas (Ismael Rodríguez, 1950), su inolvidable actuación como un pobre mecánico, a lado de Silvia Pinal, en El inocente (Rogelio A. González, 1955) o su laureada actuación en Tizoc (Ismael Rodríguez,1956), un personaje que descubre el amor y lo lleva hasta el límite de sus fuerzas. En esta película compartió créditos con la gran María Félix.

De igual manera debe destacarse la asociación de Pedro con muchas de las escenas más icónicas del cine mexicano. Por ejemplo, la escena de Ustedes los ricos (Ismael Rodríguez, 1948), cuando los gritos histéricos de Pepe se vuelven un llanto desgarrador ante la muerte de su hijo. Otro ejemplo, es la escena de A toda máquina (Ismael Rodríguez, 1951) cuando Luis Aguilar y Pedro cantan “parece que va a llover” a bordo de sus motocicletas de policías de tránsito.

Mención aparte merece la escena de la serenata en la película Dos tipos de cuidado (Ismael Rodríguez, 1952) donde por medio de la pantalla dividida, (usada por primera vez en una película) y con la música de Manuel Esperón, se dan cita los dos charros del cine nacional: Jorge Negrete y Pedro Infante.

 

Hay que decir que es casi imposible separar a Pedro Infante de los personajes que interpretó y esta es una de las principales razones por las cuales se convirtió en un icono. Independientemente de que casi todos los productores, guionistas y directores diseñaban a los personajes específicamente para “el carpintero de Guamuchil”, debe reconocerse la facilidad y la conexión tan rápida que lograba con los espectadores era motivada por su innegable carisma. Esta característica, podría decirse, solo la alcanzan los mitos.

En este sentido, autores como Juan Mora han sostenido que “un mito no pretende dar información objetiva al describir la realidad física de las cosas, el mito tiene más que ver con la emoción, con la forma, el cómo vivimos esa realidad”. Al respecto podemos recordar Un rincón cerca del cielo (Rogelio A. González, 1952), el drama que Pedro protagoniza junto a Marga López, donde se recrea la situación de miles de familias del país ante la falta de dinero y la adversidad que padecen quienes emigran a la ciudad en busca de oportunidades.

De esta manera, el lugar que Pedro Infante ocupa en la cinematografía nacional y en la cultura popular, se nutre por la conexión con las mexicanas y mexicanos de a pie. Aquí viene bien parafrasear a José Agustín, quien dijo que Pedro Infante encarnó una figura arquetípica en México pues nadie como él ha logrado constelar tantos signos de la identidad nacional; por eso, cuando murió en un accidente de aviación en 1957, hubo un auténtico luto en el país y se consolidó una presencia que sigue viva y eficaz.

Con sus películas, muchas mexicanas y mexicanos aprendieron a enamorar y a enamorarse, a gozar con los amigos, a sufrir de a de veras, escindirse en el llanto o en el relajo, a ser los hijos apegados a la madre y proveedor natural del hogar.

Seguramente, en la cúspide de su carrera la figura de Pedro Infante se convirtió en un modelo, en una aspiración del mexicano popular: deportista, guapo, de buena voz, actor natural. Su figura trascendió las fronteras y convenciones sociales, el reconocimiento por su simpatía le permitió adentrarse en el gusto de las clases medias y altas de México, tan solo el éxito que siguen constituyendo las ventas de sus discos y las transmisiones de sus películas en la televisión, son muestra del reconocimiento e importancia de este artista.

Así, fueron muchos los reconocimientos que recibió su obra cinematográfica; por ejemplo, después de varias nominaciones, recibió el Ariel como mejor actor con la película La vida no vale nada (Rogelio A. González, 1955). De igual manera, por su interpretación en la película Tizoc, resultó ganador del Oso de Plata en el Festival Internacional de Cine de Berlín.

 

Como anécdota, podemos agregar que poco antes de su fatídico accidente, Pedro deseaba empezar a dirigir filmes producidos por su propia casa productora; sin embargo, la posibilidad de actuar con Marlon Brando y Joan Crawford hizo que postergara este anhelo. Finalmente, su trágica muerte nos impidió disfrutar de ambas posibilidades. Para concluir hay que decir el ídolo también tenía sus propios ídolos, pues Pedro Infante admiraba con devoción a Jorge Negrete y a Tom Mix. Es imposible negar que el pueblo de México sigue manteniéndolo a él, con la misma devoción, como la máxima figura del cine nacional.

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