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Reseña
Paterson
por Pablo Andrade

17 de agosto de 2017

Mucho se ha dicho recientemente sobre la particularidad del cine como experiencia sensorial. Filmes como Dunkerque (Christopher Nolan, 2017) y Valerian y la ciudad de los mil planetas (Luc Besson, 2017) han resaltado la importancia de ver películas en salas perfectamente equipadas para poder disfrutar de sus respectivos apartados técnicos —en ambos casos realmente impresionantes.

 

Conviviendo con dicha oferta, se encontraba el último filme de Jim Jarmusch Paterson (2016), una película pequeña e intimista sobre un conductor de autobús llamado Paterson —interpretado exquisitamente por Adam Driver— que vive en un pueblo del mismo nombre y que escribe poesía en sus ratos libres. La película cosechó muy buenas críticas tras su paso por festivales y en circuitos comerciales.

 

El hecho llama la atención porque, a pesar de ser visualmente impresionantes y de contar con sendas campañas que se centraron, en parte, en lo definitorias que serían para revolucionar la experiencia de ir al cine, los filmes de Nolan y Besson no se libraron de recibir críticas que señalaban la falta de historias más profundas y un desarrollo más sofisticado de los personajes, elementos que se elevan maravillosamente en el filme de Jarmusch. Por supuesto que lo anterior no quiere decir que Dunkerque y Valerian sean malas películas —aunque en el caso de la cinta de Besson existan muchas más irregularidades que en la de Nolan—, sino que el público cinéfilo sigue siendo heterogéneo y que la “experiencia definitiva” de ver cine en salas de cine aún no existe.

 

De esta manera, parece comprobarse una vez más que en la historia del séptimo arte ningún avance técnico —la imagen en tercera dimensión o el formato IMAX, por ejemplo— después del perfeccionamiento del lenguaje cinematográfico, alcanzado por David W. Griffith en El nacimiento de una nación (1915), ha sido realmente significativo como para alterar sustantivamente la esencia del cine como relato y como espectáculo. Así pues, es mucho más sensato decir que estos elementos se han sumado a lista de recursos disponibles para contar una historia de manera cinematográfica —recursos que en manos de directores habilidosos como Nolan pueden derivar en muy buenas propuestas.

 

En ese sentido, Paterson es una película reivindicativa de muchas cosas. Por un lado, es una cinta que recupera la experiencia de ir al cine, para ver un relato en pantalla grande contado de manera clásica: con un guion, fotografía, edición y actuaciones bien balanceados; y, por otro lado, como obra, es una película que reivindica a la vida cotidiana —esa en la que aparentemente no pasa nada— como una aventura que vale la pena vivir.

 

Jarmusch se aleja del dramatismo para contarnos la que podría ser la vida de cualquier persona durante una semana. No hay giros inesperados, no hay sorpresas demasiado abruptas, sino simplemente una cadena de momentos que se suceden día tras día en la vida del protagonista.

 

Sin embargo, esto no quiere decir que la película carezca de entramado emocional, sino todo lo contrario, pues a través del personaje de Paterson podemos ser partícipes de su esfuerzo por encontrar belleza en pequeñas acciones, como disfrutar de su almuerzo, contemplar el paisaje urbano, escuchar culposamente (o no) pláticas ajenas mientras conduce su autobús, tomar una cerveza en su bar favorito, compartir derrotas, sueños y esperanzas con pareja y, sobre todo, hacer de la poesía una estrategia valiente para transformar vida en algo mucho más rico.

 

Este punto merece especial atención pues en Paterson, Jarmusch nos dice que la poesía no es un producto cultural inalcanzable que sólo pertenece a cierto sector cultivado de la población, sino que es un bien al que todos podemos tener acceso para disfrutar y que todos podemos crear. Lo anterior porque en Paterson se deja ver la idea de que la poesía —y en general el arte— es una herramienta de la cual podemos disponer para expresarnos en cualquier momento y que no está destinada a ser utilizada sólo por los artistas.

 

Resumiendo, resulta muy curioso que Paterson haya convivido en la cartelera —al menos en nuestro país— con otras cintas tan diferentes y que, en cierto sentido, representaban exactamente lo opuesto en fondo y forma al filme de Jarmusch. Si algún cinéfilo tuvo la oportunidad de ver películas como Dunkerque, Valerian, Baby Driver (Edgar Wright, 2017) y Paterson durante el mismo fin de semana, seguro salió sorprendido por el contraste de ésta última con respecto a las anteriores. ¿Cuál de todas representó una experiencia verdaderamente original?

 

Lo dicho. No existe tal cosa como la experiencia definitiva a la hora de ir al cine y qué bueno que es así, pues quiere decir que seguirán existiendo propuestas fílmicas como sensibilidades y gustos hayan en este mundo. Para quien esto escribe, el señor Jarmusch y Paterson representaron la mejor experiencia que pude tener durante aquel maratónico fin de semana cinéfilo. 

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