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Reseña
Oppenheimer
por Luis Fernando Rosas Ramírez

8 de marzo de 2024

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La búsqueda exhaustiva de una sala con pantalla de 70 mm finalmente tuvo su recompensa al sumergirme en Oppenheimer (2023), la última película de Christopher Nolan. Este "biopic" de tres horas nos introduce en la complejidad del padre de la bomba atómica, tejiendo un espectáculo que no escatima en virtuosismo y que se posiciona como el claro favorito para dominar la próxima ceremonia de los Oscar.

 

Lo que distingue a Oppenheimer no es solo su narrativa visualmente espectacular, sino también el enfoque meticuloso en las disyuntivas internas del protagonista. Nolan explora con precisión el dilema moral de Oppenheimer, atrapado entre el orgullo de su triunfo científico y el peso abrumador de la culpa. Esta tensión entre el bien y el mal alcanza su clímax con la tensa prueba de la bomba atómica, un momento que Nolan utiliza para cuestionar los límites de la ambición humana y la responsabilidad ética.

 

Sin duda, Oppenheimer se adentra en un terreno más político y complejo tras su explosivo clímax, un cambio de tono que en principio promete profundidad, pero gradualmente desvanece en su ejecución. La película intenta explorar el arrepentimiento de Oppenheimer por su creación, pero este tema, crucial y cargado de potencial emocional, se aborda de manera superficial. En lugar de profundizar en las profundas implicaciones morales y éticas de sus acciones, Nolan opta por enaltecer la figura de Oppenheimer, casi llevándolo al estatus de héroe trágico. Esta decisión narrativa puede interpretarse como una falta de tacto hacia las víctimas de la bomba atómica, cuyas voces y sufrimientos permanecen notablemente ausentes del relato —aunque haya algunas pequeñas referencias.

 

Esta elección de enfoque refleja un patrón en el estilo de dirección de Nolan, marcado por una frialdad cerebral que, aunque fascinante en términos de estructura narrativa y conceptual, a veces puede alienar el componente emocional esencial para historias de tal magnitud. Su película anterior, Tenet (2020), sirve como ejemplo claro de este enfoque: una obra maestra técnica con una trama compleja que desafía al espectador a seguir cada giro, pero que fue criticada por la falta de desarrollo emocional y conexión con los personajes. En Oppenheimer este enfoque cerebral parece haber influido en la representación del arrepentimiento del protagonista, abordado más como un dispositivo narrativo que como una verdadera introspección en la culpa y la responsabilidad. 

 

Esta aproximación a Oppenheimer y su legado, enfocada más en el drama político y en la figura misma del científico que en las consecuencias humanas de sus acciones, subraya una oportunidad perdida para examinar con mayor profundidad las complejidades éticas y morales de una figura histórica tan ambigua. Aunque la película sobresale en muchos aspectos, este tratamiento superficial del arrepentimiento y la falta de reconocimiento de las víctimas evidencia un aspecto en el cual la narrativa de Nolan podría haberse beneficiado de una mayor calidez y empatía hacia todas las partes afectadas por la historia real detrás de Oppenheimer.

 

A pesar de estas críticas, Oppenheimer es innegablemente un logro cinematográfico. La película brilla por su capacidad para humanizar a sus personajes, mostrándolos en toda su complejidad emocional e intelectual. Las actuaciones son buenas —la película tiene prácticamente aseguradas las victorias a Mejor Actor y Mejor Actor Secundario— y la dirección de Nolan es sólida, al dotar a la película de impresionantes efectos prácticos. Por la muy probable victoria de la cinta a Mejor Película, Oppenheimer destaca como una obra que marcará un antes y un después en la carrera de Nolan.  

 

A nivel personal, Oppenheimer me dejó sumido en una profunda reflexión. Me hizo contemplar la paradoja de perseguir la meta más elevada de nuestra vida: ese sueño por el cual estamos dispuestos a arriesgarlo todo, sólo para enfrentarnos al darnos cuenta de que tal vez fue un error. Esta epifanía casi instantánea, el reconocimiento de que nuestra mayor victoria podría ser, de hecho, nuestro error más grande; es una reflexión que resuena poderosamente a través de la narrativa de Nolan que encapsula la esencia del dilema humano: la ambición de alcanzar nuestras metas más altas, a pesar de los riesgos, y la capacidad de enfrentarnos a las consecuencias imprevistas de nuestras decisiones. Me vi, incluso, reflexionando sobre la figura del colega, del amigo, o del jefe, que en la superficie parece un aliado, pero que en realidad puede ser el primero en sacrificarnos cuando la situación lo requiere.

 

La carga de la culpa que conduce a Oppenheimer a desmantelar su mundo, la culpa insuperable que no logra redimir, me llevó a una escena particularmente evocadora con Einstein. Esta escena simboliza la incertidumbre que todos enfrentamos sobre el legado de nuestras propias vidas. La reacción en cadena desencadenada no fue en la atmósfera, sino en el contexto de la Guerra Fría, demostrando que el legado de la bomba atómica y la oposición de Oppenheimer a su proliferación desató un peligro aún mayor.

Precisamente esa ambigüedad, esa inquietud que Nolan infunde en su audiencia, es lo que me dejó más fascinado e incómodo. El director logra exactamente lo que se propone: provocar una reacción profunda y, en ocasiones, perturbadora. No estamos frente a un misterio por resolver, ni a una serie de interpretaciones elevadas. Estamos frente a la esencia misma de la contradicción humana, frente a mis propios temores, debilidades y decisiones, que tienen el potencial de iniciar una reacción en cadena con el poder de destruir mi propio mundo.

 

Oppenheimer no solo es una película sobre la figura histórica y su contribución científica, sino también una meditación sobre las profundidades del alma humana, sobre cómo nuestras ambiciones y temores nos definen. Christopher Nolan nos invita a explorar estos temas con una narrativa que trasciende el tiempo y el espacio, y que sin duda hace de Oppenheimer una obra maestra que resonará en los próximos Óscares, destacándose especialmente en las categorías de Mejor Actor, Mejor Actor Secundario y Mejor Director; así como (muy probablemente) Mejor Película. Este filme no sólo es un retrato de su personaje titular, sino un espejo que refleja nuestras propias luchas internas, nuestras victorias y derrotas.    

El autor es profesor de derecho y defiende derechos humanos como funcionario público.

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