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Reseña
La última locura de la señora darling
por Alejandro Gaspar

4 de julio de 2019

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¿Hasta dónde podemos llegar para recuperar algo que nos pertenece? ¿Qué necesidad tenemos de traer de vuelta aquello que habíamos dejamos arrumbado en alguna parte de nuestra memoria? La última locura de la señora Darling (Julie Bertuccelli, 2018) es un filme que plantea estas preguntas como hilo conductor para mostrarnos el entramado de posibilidades que tiene la imaginación y la memoria. En el filme, el espectador se encontrará apasionante la historia de la protagonista (Catherine Deneuve): una necesidad obsesiva por encontrarse —y reencontrarse— a sí misma en objetos, personas y en su propia conciencia; casi como ir a tientas y tropezarse con retazos de una vida marcada por la tragedia, el dolor y la culpa; pero también, con el desapego y el amor fati como virtudes humanas. 

 

Una mañana veraniega la señora Darling se despierta de un "sueño" que le ha durado una década —una alegoría, si se quiere platónica, que se esboza, donde Claire Darling sale de su caverna y se encuentra con la verdad del mundo. Diez años sin relacionarse con el mundo exterior y que la llevarán a tomar la decisión de la noche a la mañana, de despojarse de todas, o casi todas, sus pertenencias, ofreciendo una venta de garaje a precios irrisorios y a la que asiste todo el pueblo de Verderonne. La razón: una señal que ha recibido y que le demanda deshacerse de todo lo accesorio. Una purga material y espiritual, que le ayudará a emprender un viaje desconocido. Sin embargo, y de manera involuntaria —aunque si se quiere bajo una mirada psicoanalítica no habría actos involuntarios— esta purga removerá el pasado sin retorno alguno. 

 

Parecido al polvo, el pasado comienza a tomar forma tangible conforme se reacomodan los muebles de la casa y la habitación de su mente. Los recuerdos y las ilusiones serán tan vívidas que la señora Darling y Marie, su hija, tendrán que librar una batalla contra sus propios fantasmas, aquellos que las configuraron y les dieron un carácter frío y una voluntad indomable.

Si bien la película es una adaptación de la novela estadounidense Faith Bass Darling´s Last Garage Sale de Lynda Rutledge, la propuesta estética de la directora otorga a la película una identidad propia, y su esencia impregna la sala de cine. Se nota una madurez en su trabajo y se percibe el conocimiento aprendido de directores como Kieslowski o Tavernier, de los que fue asistente. Su mirada la notamos en la elegancia y sobriedad de los planos cinematográficos, en la recreación de la época, en la alcurnia y sosiego de los personajes.

 

A mi parecer, la cinta encuentra su sentido en el viaje interior de sus personajes, que se confrontan a sí mismos, desatando así una realidad onírica incluso por encima del realismo más duro que rige la estética del filme. A mayor realidad, mejor idealismo, sería la conclusión. Aunque el drama constituye el elemento per se para potenciar la individualidad de cada persona, La última locura de la señora Darling nos recuerda que no es necesario tomarse las cosas a título personal, que el drama debe ser también un accesorio del cual es necesario desmontarse si se quiere comenzar un nuevo camino, más ligero.

Alejandro Gaspar es filósofo por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Se dedica a la producción de eventos culturales en Ciudad de México. Ha publicado en suplementos culturales como La Jornada Semanal, Confabulario de El Universal y el Programa Cultural Tierra Adentro de la Secretaria de Cultura del Gobierno de México, entre otros. Actualmente estudia la maestría en producción editorial en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). 

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