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Reseña
killers of the flower moon 
por Pablo Andrade

10 de marzo de 2024

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Al adentrarme en Killers of the Flower Moon (2023), el último trabajo de Martin Scorsese, experimenté lo que sólo puede describirse como un regreso triunfal a la grandeza del cine, un dominio en el cual Scorsese se mueve con una destreza y maestría reservadas para los cineastas más consumados. Desde el arranque de la película, se manifiesta como un testimonio de su inigualable capacidad para contar historias, esa habilidad única que distingue a los verdaderos maestros del arte cinematográfico. Scorsese trabaja codo a codo con Rodrigo Prieto, cinefotógrafo mexicano cuya excepcional habilidad para jugar con la luz y la sombra, y su capacidad para componer imágenes que hablan por sí solas, resultan fundamentales en la narrativa de Scorsese, permitiéndole desplegar la historia de una manera visualmente espectacular y cargada de resonancia emocional. Este talentoso equipo se completa con la participación de colaboradores habituales como los inigualables Leonardo DiCaprio y Robert De Niro, cuyas actuaciones, sólidas y profundamente comprometidas, profundizan la inmersión del espectador en una trama envolvente y compleja.

 

En Killers of the Flower Moon, Martin Scorsese nos sumerge en la complejidad de una trama que refleja uno de los capítulos más sombríos de la historia estadounidense, centrándose en la comunidad Osage y su brutal exterminación durante la década de 1920, un periodo marcado por la codicia del petróleo que yacía bajo sus tierras. Leonardo DiCaprio da vida a Ernest Burkhart, un hombre ambicioso y complejo, cuya inocencia inicial se ve corrompida por la avaricia y el deseo de poder. Robert De Niro, por su parte, interpreta a William Hale, un poderoso barón del petróleo que personifica la voracidad y la manipulación del capitalismo, un patriarca que dirige con mano de hierro su esquema de acumulación de riquezas a expensas de la vida y la cultura Osage.

 

La trama de la película se desarrolla en torno a estos dos personajes y su relación con la comunidad Osage, mostrando cómo Burkhart, bajo la influencia de Hale, se ve arrastrado a un espiral de conspiraciones y violencia. A través de sus acciones, Scorsese pinta un retrato devastador de cómo la codicia y el racismo institucionalizado se entrelazan para despojar a un pueblo de su patrimonio, su dignidad y, finalmente, su existencia. La meticulosa reconstrucción de esta época, acompañada de una atención al detalle casi documental, nos revela la extensión y profundidad de la corrupción y la deshumanización que el sistema capitalista, apoyado por estructuras patriarcales, puede alcanzar.

 

La historia de la separación de su familia, que debió afectar notablemente al joven Spielberg, se va compaginando con la persecución de su vocación como cineasta. Sammy pasa rápidamente de ser un niño al que le gustan las películas a uno que “necesita” hacer sus propias filmaciones “para tener el control”, como le dice Mitzi al padre de Sammy, Burt (Paul Dano), un hombre de ciencia que no comprende la inclinación hacia las artes de su hijo. Especialmente le cuesta entender que el cine no es un hobby, sino una necesidad vital para Sammy, que de no ser satisfecha puede llevarlo a la infelicidad.

 

La relación entre Ernest y William es emblemática del modo en que el poder y la avaricia corrompen los lazos humanos, transformándolos en herramientas para la opresión y el beneficio personal. Esta dinámica se convierte en un microcosmos que refleja las tensiones más amplias de la sociedad estadounidense de la época, revelando cómo las ambiciones de unos pocos pueden llevar a la destrucción de muchos. La habilidad de Scorsese para entrelazar estas historias personales con temas de alcance histórico y social dota a Killers of the Flower Moon de una resonancia emocional y una profundidad que trascienden el relato individual, conectándonos con las luchas y sufrimientos de la comunidad Osage.

 

Este enfoque no solo evidencia la maestría narrativa de Scorsese, sino que también invita al espectador a reflexionar sobre las consecuencias a largo plazo de los crímenes cometidos en nombre del “progreso” del capitalismo tardío. Al exponer las raíces profundas de la injusticia y la explotación, Killers of the Flower Moon desafía nuestra comprensión de la historia americana y nos llama a reconocer las historias olvidadas que han moldeado el presente sangriento de los Estados Unidos.

Killers of the Flower Moon se erige como un espléndido retorno a los temas que han definido la carrera de Martin Scorsese: el poder, su naturaleza corruptible, y el intrincado tejido de relaciones sociales que se forman en su sombra. Esta exploración no es nueva para Scorsese, quien ha dedicado buena parte de su obra a desentrañar las diversas facetas del poder y los patrones de dominación que operan al margen —y a veces en contra— de la ley. Al igual que en su obra maestra Goodfellas (1990) esta última película ahonda en cómo la corrupción, la ambición desmedida y las tensiones morales se entretejen en el corazón de la sociedad estadounidense, ofreciendo un retrato crudo y sin concesiones de sus protagonistas. 

A lo largo de su ilustre carrera, Scorsese ha mostrado una fascinación constante por las figuras que navegan en los límites de la ley, aquellos cuya búsqueda de poder los lleva a forjar emporios sobre la base de la violencia, la intimidación y la explotación. Desde las calles de Nueva York de Goodfellas hasta los pasillos del poder financiero en The Wolf of Wall Street (2013), el director ha plasmado con maestría cómo estos individuos manipulan las estructuras sociales y económicas para su beneficio, desafiando a menudo el orden legal establecido.

En Killers of the Flower Moon, Scorsese retoma este hilo narrativo, situando la acción en un contexto histórico donde los mecanismos de poder se entrelazan fatalmente con la ley. La película no solo examina los crímenes contra los Osage como actos aislados de avaricia, sino que los presenta como manifestaciones de una estructura de poder más amplia, que permea las relaciones sociales y se enfrenta a la ley no como un límite, sino como un obstáculo a sortear o manipular. Este enfoque refleja una constante en la obra de Scorsese: la complicada relación entre aquellos que detentan el poder y los marcos legales diseñados para contenerlo. En ese sentido, las similitudes entre Killers of the Flower Moon y Goodfellas se extienden más allá de la mera temática; en ambas cintas, Scorsese se sirve de personajes complejos y profundamente humanos para explorar las contradicciones inherentes al sueño americano. Se trata de individuos atrapados en una red de ambiciones personales y estructuras de poder mayores que ellos. Scorsese despliega un profundo entendimiento de cómo la seducción del poder y la riqueza puede corromper, cómo la lealtad se convierte en una moneda de cambio, y cómo la línea entre el bien y el mal se difumina en la búsqueda de la autosuperación.

Esta exploración detallada de la relación entre poder y ley, y cómo esta dinámica afecta a las personas en diferentes estratos de la sociedad, se ha convertido en una marca registrada de Scorsese. Al confrontarnos con estos temas, el director no solo ofrece una crítica de los mecanismos de poder y corrupción, sino que también invita al espectador a reflexionar sobre la naturaleza humana y las complejidades de la justicia en el mundo moderno. Killers of the Flower Moon se suma así a un corpus de trabajo que no solo destaca por su calidad cinematográfica, sino también por su capacidad para provocar un diálogo continuo sobre los temas más apremiantes de nuestra época.

 

Sin embargo, el corazón y el alma de Killers of the Flower Moon reside en la actuación de Lily Gladstone cuya presencia se revela no sólo como una pieza clave en el engranaje narrativo de Martin Scorsese, sino como el alma emotiva que vertebra la historia. Gladstone interpreta a Mollie Burkhart, una mujer Osage cuya vida se ve trágicamente alterada por los oscuros intereses que rodean a su comunidad y su familia. Su personaje, víctima de un entramado de codicia y asesinato orquestado por los personajes de Leonardo DiCaprio y Robert De Niro, se convierte en un símbolo poderoso de resistencia y dignidad ante la deshumanización.

 

La interpretación de Gladstone aporta una profundidad y complejidad extraordinarias, encapsulando el estoicismo y la sobriedad de una mujer desafiada por las circunstancias más adversas. Sin embargo, su papel en la película sugiere un potencial aún mayor que podría haber sido explorado. Al centrarse en la red de poder masculina, la narrativa de Scorsese podría haber encontrado en Mollie Burkhart y, por ende, en Gladstone, una oportunidad para revolucionar la perspectiva tradicionalmente adoptada en sus historias. Un mayor protagonismo de su personaje hubiera permitido al relato adentrarse en una dimensión más íntima y potente de la tragedia Osage, ofreciendo una visión desde el interior de la comunidad indígena afectada y, en particular, desde la experiencia femenina indígena, aspecto raramente explorado con tal profundidad en el cine de gran escala.

Esta aproximación habría permitido a Scorsese no sólo reafirmar su maestría como contador de historias, sino también desafiar y expandir su propio canon narrativo, incluyendo voces y perspectivas históricamente marginalizadas. La actuación de Gladstone, ya de por sí emotiva y resonante, habría servido como el vehículo perfecto para este giro narrativo, enriqueciendo la textura de la película con capas adicionales de significado y empatía.

La nominación de Lily Gladstone al Oscar como Mejor Actriz no solo celebra su inmensurable talento, sino que también reconoce la importancia de su personaje en el corazón de la trama de Killers of the Flower Moon. Una victoria en esta categoría no solo sería un merecido reconocimiento a su desempeño, sino también un homenaje a la historia que ella ayuda a contar, marcando un hito en la representación de las mujeres indígenas en el cine. Esto podría servir como un recordatorio de las historias no contadas y de las voces que aún esperan ser escuchadas en el cine y más allá, instando a una industria a menudo reacia al cambio, a adoptar narrativas más inclusivas y revolucionarias.

En conclusión, Killers of the Flower Moon es un recordatorio de la relevancia del cine de Scorsese y de la importancia de contar historias que pongan en el centro a los subalternos, ofreciendo una mirada crítica a los episodios oscuros de la historia norteamericana y celebrando, a través del arte cinematográfico, la resistencia y la dignidad de aquellos que la historia ha intentado silenciar. Con esta obra, Scorsese nos invita a reflexionar sobre las sombras de nuestra sociedad occidental, demostrando que el cine, en manos de maestros como él, sigue siendo una herramienta poderosa para el cambio y la empatía. 

El autor forma parte del equipo editorial de CINEMATÓGRAFO.

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