La semana pasada Taika Waititi recibió el premio BAFTA a mejor guion adaptado por su trabajo en Jojo Rabbit (2019), película que también dirige y coprotagoniza. Sin embargo, a pesar del esfuerzo que representa el filme de encumbrarlo como un autor y no como un cineasta “de encargo”, lo cierto es que acaba por exponerlo como un imitador de otro director con mayores credenciales que él: Wes Anderson. Al final, así podríamos definir Jojo Rabbit: un ejercicio en el cual un alumno imita el estilo del maestro. Lo anterior no está para nada mal; es un paso fundamental en la vida creativa de la mayoría de los artistas y más allá de eso hasta podríamos decir que Jojo Rabbit es una película con méritos propios para pasar un buen rato en el cine: es divertida, es dulce y es reconfortante; "a feel good movie" como les dicen.
El problema no es que Jojo Rabbit sea una comedia ligera y que haga sentir bien al espectador, sino la imperiosa necesidad que ha tenido la industria por encumbrar antes de tiempo a directores que aún necesitan rodar unas tres o cuatro buenas películas antes de que se ganen el derecho de decir que filmaron una “obra maestra”. En ese sentido, el filme de Waititi está muy lejos de ser una obra mayor y se queda muy corta a la hora de ofrecernos una lectura fresca de la Segunda Guerra Mundial, el holocausto y los horrores de una época en la que Europa, por segunda vez en el siglo XX, inició un proceso de autodestrucción basado en el odio irracional entre pueblos y naciones. Insisto, no es que la película sea mala, sino que probablemente sea un ejercicio estilístico que tiene que ser valorado en su justa dimensión antes de echar las campanas al aire.
El filme nos cuenta la historia de un niño alemán llamado Jojo que pertenece a las juventudes hitlerianas. Un día descubre que su madre esconde en su ático a una niña judía. Esto representará para Jojo un verdadero parteaguas y conforme vaya creciendo su relación con la chica irá cambiando su concepción del mundo encarnada en la figura de su amigo imaginario que no es otro que el mismísimo Hitler.
El tono de película, que es claramente cómico al principio y un tanto dramático al final, acaba por convertir a los nazis en una caricatura; y no es que la comedia sea un genero menor o que no se pueda explorar un tema como el nazismo y la Segunda Guerra Mundial desde este ángulo —de hecho, Wes Anderson lo hace de alguna manera con el fascismo en El Gran Hotel Budapest (2014)—, sino que en Jojo Rabbit acaba por no decirnos nada más. Todo se queda en la forma sin llegar al fondo, y en la creación de personajes muy simpáticos pero que no nos dicen nada sobre el tema del que nos hablan. Quiero insistir en que esta falla no se debe a que la película sea una comedia, pues también hay dramas que se han vendido como obras cumbres sobre las guerras mundiales que son más bien témpanos de hielo incapaces de decir nada emocionante al público —por ejemplo, la fría Dunkirk (Christopher Nolan, 2017) y la palomera 1917 (Sam Mendes, 2019).
Acaso el principal problema de Jojo Rabbit sea el mismísimo Taika Waititi y su interpretación como el Hitler imaginario amigo del protagonista. Si bien al principio sus intervenciones son muy divertidas, sobre el final su personaje acaba por no aportar nada y por tener participaciones cada vez más insulsas. Se nota que el deseo de tener protagonismo se apodero del Waititi actor y le ganó al Waititi director. Hay que rescatar el trabajo con el resto de los actores que, sin ser nada del otro mundo, es muy correcto. Siempre es bueno ver a Scarlett Johanson en papeles diferentes al de la Viuda de Negra de Marvel y Sam Rockwell es un actor siempre interesante.
Hablando de Marvel, la próxima película de Waititi es la secuela de Thor Ragnarok (2017) dirigida por él mismo. Al final, me parece que Waititi sigue siendo un director de encargo impulsado por esa maquinaria llamada Disney que últimamente se ha empeñado en convertirse en el nuevo rasero de la calidad cinematográfica occidental. Nada más lejos de la realidad. Creo que darle premios tan grandes como el BAFTA y muy posiblemente el Oscar terminarán por dañar no solamente la credibilidad de estos galardones que antes gozaban de legitimidad, sino también algo que resulta más lamentable: podrían dañar la carrera de un director con un futuro interesante si se le conmina a seguir madurando su estilo.
Me gustaría acabar con una nota irónica. Es probable que este domingo Waititi gane el Oscar a mejor guion adaptado. Adivinen quién nunca lo ha ganado: el mismísimo Wes Anderson.
El autor forma parte del equipo editorial de CINEMATÓGRAFO.