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Reseña
I, Tonya

por Carlos Iván Guevara

10 de abril de 2018

Asistí a mi sala de cine de confianza para ver la cinta I, Tonya (Gillespie, 2017), en esencia, por dos razones: en primer lugar, mi novia es fanática de los deportes sobre hielo —particularmente del patinaje artístico— y me pareció un buen detalle invitarla. En segundo lugar, fui atraído por el hecho de que Allison Janney arrasó en el circuito de premios, adjudicándose el SAG, el Globo de Oro, el BAFTA y el Óscar a Mejor Actriz Secundaria por encarnar a Lavona Harding, madre de la protagonista.
 
Tenía conocimiento de que el filme está basado en hechos reales, pero lo cierto es que no estaba familiarizado con la historia en cuestión. Fui con la idea de encontrarme con la típica historia deportiva en la que un atleta se sobrepone a inimaginables obstáculos que la vida y sus circunstancias le imponen y para mi sorpresa, resulta que no es el caso de I, Tonya.
 
I, Tonya es la historia de Tonya Harding (Margot Robbie), oriunda de Portland y quinto retoño de Lavona Harding (Allison Janney), que saltó a la fama por sus destacadas habilidades en el patinaje artístico. Entre sus principales logros destaca ser campeona de los Estados Unidos, un par de asistencias intrascendentes a los juegos olímpicos de invierno y ser la primera mujer estadounidense en aterrizar un "triple axel" en competencias oficiales. A lo largo de esta biopic de ritmo incesante, narrada en retrospectiva por sus protagonistas —y en momentos valiéndose de escenas en las que se rompe con la "cuarta pared"— el cineasta Craig Gillespie retrata el atribulado andar de Tonya: logros personales, fracasos, desencuentros, ascenso y caída del vox populi gringo y, tal vez lo más importante, la manera en que la enfermiza y violenta relación que tuvo con su madre Lavona y su esposo Jeff (Sebastian Stan), la enfrascaron en una vorágine perversa, en que ambos personajes la hunden para después motivarla a salir adelante, una y otra vez.
Varias cosas llaman la atención. En primer lugar, Margot Robbie nos entrega la mejor actuación de su corta carrera cinematográfica, ya que da vida a una mujer real, que lejos está de ser un modelo a seguir, que vive en un mundo que constantemente le está pidiendo ser quien no es; que sufre y expresa rabia, pero que termina reproduciendo todo ese esquema de valores (o no valores) bajo los que fue criada. Que inicia buscando su lugar en el mundo y que termina dejándote con la sensación de que aún sigue haciéndolo.  
Me parece que I, Tonya funciona muy bien como un ejemplo de cómo en diversos campos de la convivencia social el mérito y el esfuerzo, y muchas veces el mismo talento, pasan a segundo plano ante factores superfluos que apuntan más a la prevalencia del statu quo o a la misma corrección política. En el caso de Tonya, y de muchos otros deportistas, estudiantes, profesionistas (pongan la ocupación que quieran), poco importa lo sobresaliente de las habilidades y destrezas del sujeto, cuando “el sistema” se empeña en desechar todo lo que pudiera parecer anómalo o ajeno a la homogeneidad del todo.
Asimismo, considero que se expone una crítica muy interesante sobre la tendencia que tienen algunas sociedades, particularmente la estadunidense, de crear "gigantes con pies de barro"; ídolos de fama efímera que por cuestiones muchas veces lamentables y nefastas, se colocan en el ojo de la opinión pública, para ser explotados mediáticamente y  después ser arrojados al olvido por la siguiente gran historia. La discusión me parece interesante, porque nos presenta una encrucijada: ¿el problema es la oferta mediática que responde a intereses económicos o agendas que muchas veces se escapan a nuestra comprensión?, ¿el problema somos las personas que, en una sociedad del consumo incesante, poco nos interesa  informarnos, conocer el trasfondo y formar una visión crítica de los acontecimientos?, o ¿es un asunto de oferta o de demanda? El consumo es vertiginoso y generador de adrenalina. 
 
En materia de la discusión pública, me parece que la aplicación es pertinente: historia de moda, se apaga: next! Es claro que la fama de Tonya se elevó a niveles insospechados por el asunto legal en el que ella, su esposo y sus allegados se vieron envueltos, más que por cualquier hazaña deportiva que pudiera haber entregado en la pista de hielo. La cinta es tajante en esta afirmación cuando en una escena minúscula, pero no por ello menos poderosa, los medios que cubrían su historia corren despavoridos a reportar los primeros detalles del caso que dominaría por los próximos años los encabezados nacionales, me refiero a O. J. Simpson, dejando a Tonya en el baúl del olvido.
Así pues, considero que la película cumple. Si bien asistí a verla por razones ajenas a mi gusto personal, me parece que es recomendable y digna de una buena reflexión. Tonya nos enseña paso a paso que no hay caminos fáciles, mucho menos un camino único hacia el éxito. Después de sus andanzas como patinadora profesional y de prohibírsele volver a pisar una pista de patinaje por el resto de su vida, Tonya incursionó en el mundo del boxeo, la lucha libre profesional y la televisión de realidad. Como lo menciono en líneas anteriores, la protagonista inicia buscando su lugar en el mundo y termina dejando la sensación de que aún sigue haciéndolo.
Cierro con un trío de ideas cortas. Uno puede entender el éxito avasallador de Allison Janney en el circuito de premios; dos, creo que se le patinó gacho a la Academia no haber considerado a la cinta por lo menos en el renglón de director y guion original —thumbs up para el excelente trabajo del guionista Steven Rogers—; y, tres, les recomiendo que después de verla se den un clavado a Youtube y echen un ojo a los videos de las competencias que se representan en la película y sobre el “incidente” de Nancy Kerrigan: la fidelidad del retrato es verdaderamente impresionante.  
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