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Reseña
Green Book
por Pablo Andrade

19 de febrero de 2019

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Peter Farrelly es un director conocido por comedias como Loco por Mary (1998) y Una pareja de idiotas (1994) con Jim Carrey y Jeff Daniels. En ese sentido, hay que decirlo: Green Book (2018), su último trabajo, no representa un salto de calidad con respecto al resto de la filmografía de su director; o, mejor dicho, no me parece que se aleje demasiado del cine comercial y agradable al que nos tiene acostumbrados. No quiero decir que las películas previas de Farrelly sean malas, sino simplemente que Green Book también es una película de fórmula que incluso posee las mismas características de los títulos mencionados: ligereza, comicidad y levedad.

El filme, que por cierto está basado en hechos reales, cuenta la historia de un italoamericano llamado Tony Lip (interpretado por Viggo Mortensen) que pasa la vida de trabajo en trabajo para mantener a su familia. Un día es contratado por el pianista de jazz Don Shirley (Mahershala Ali) para que sea su chofer durante una gira de dos meses por el sur profundo de Estados Unidos en los años sesenta. Don es negro y homosexual, lo que además de ser características que a Tony le desagradan, causará manifestaciones de odio y de racismo durante su viaje por estados sureños que parecen sólo apreciar a la otredad cuando es un divertimento para las clases sociales altas y blancas. El final de la película se adivina desde el principio; y es que estamos ante la vieja fórmula de dos personajes que al inicio de su viaje son antagónicos y que, conforme van compartiendo experiencias, dejan atrás sus diferencias construyendo una amistad más allá de los prejuicios. Tony Lip aprende una valiosa lección sobre no discriminar a la gente por su color de piel y el mismo Don descubre cosas valiosas en la vida simple y feliz de Tony.

 

En realidad, lo que eleva un poco a la película por encima de otros filmes de Farrely, y lo que ha conseguido que diferentes academias y sindicatos nominaran a Green Book a premios importantes durante esta temporada, es su dúo protagonista: Viggo Mortensen y Mahershala Ali, quienes son el alma y corazón de Green Book. Este filme es una prueba más de que un par de actores en plena forma, capaces de sacar el máximo provecho de sus personajes, son el motor que puede hacer que un filme convencional, en su forma y en su fondo, se desempantane y se convierta en entretenimiento de calidad. Al final, creo que Green Book es eso: cine comercial, puesto al servicio del entretenimiento y, sobre todo, de la necesidad del público por encontrar una película, temporada tras temporada, que los haga sentir bien. Es una “feel good movie” como algunos críticos estadunidenses les gusta decir.

 

Espero que mis palabras hasta este momento no desanimen al lector de ver esta cinta. En ningún momento quiero decir que Green Book sea una película hueca. Es más, en verdad creo que el cine que se ha dado a la tarea de revisar la vena racista de Estados Unidos sigue siendo necesario y que no todas las películas que lo traten tienen que ser dramáticas y serias —también creo que en el cine mexicano es ineludible que empecemos a hablar sobre nuestro propio racismo. Así pues, se agradece que el problema sea atendido desde diferentes géneros, estilos y tonos; y creo que precisamente Green Book lo hace desde la perspectiva de una comedia agradable sobre la amistad, sin escenas demasiado dramáticas o difíciles de ver, sin complicaciones.

 

Pero, como suelo decir, estas son sólo algunas opiniones mías e invito al amable lector a generar las suyas yendo a ver Green Book en su cine favorito. La película está nominada a varios premios de la academia, incluyendo Mejor película, y por lo menos se lleva el de Mejor actor secundario para Mahershala Ali. Mortensen también se encuentra nominado, pero parece que este tampoco será su año. Ya va siendo hora de reconocer a este enigmático interprete políglota, multifacético y mestizo que se ha venido consolidando como uno de los mejores actores de la actualidad cinematográfica mundial. Se la deben desde Eastern Promises (David Cronenberg, 2008).

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