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Reseña
fragmentado
por Adriana Orrico

4 de abril de 2017

Fragmentado es un viaje a través de la vulnerabilidad humana, la impotencia ante los traumas infantiles personales y sus expresiones sociales, además del reto cerebral que implica superar todo ello. Es un enfrentamiento con los monstruos íntimos para generar esquemas de supervivencia o elegir dejarlos fluir; y, así, encontrar (sólo en el caos) refugio.
 
La película nos ofrece un protagonista —en la piel de James McAvoy— capaz de imprimir a cada identidad un rictus diferente. Nos muestra, en sólo unos segundos y sin cambiar de posición, una transición hipnotizante de personajes bajo el mismo rostro. Bien acompañado por Anya-Taylor Joy que, sin encasillarse, ya comenzaba a perfilarse en La Bruja (2015) como una elocuente actriz de thriller en virtud de su misteriosa expresividad. Sin embargo, también merece mención el respetable trabajo del reparto completo.
 
Night Shyamalan dirige esta entrega, planteando por comienzo una situación cotidiana, que mantiene los ánimos del espectador al margen, para dar inicio a un muy justo crescendo que exhibe las historias paralelas: en primer plano, el secuestro de 2 amigas y su inadaptada compañera Casey —que es invitada de manera fortuita al festejo de un cumpleaños. Este primer planteamiento es apuntalado con los flashbacks de Casey, que va comprendiendo, desde una etapa temprana de su infancia, su vulnerabilidad y desarrolla aptitudes de defensa a partir de ello: aprende a priorizar importancia sobre urgencia y estrategia sobre ansiedad para ser capaz de enfrentarse a las enfermizas hostilidades, que inevitablemente se hacen presentes en casi cualquier contexto del mundo que habitamos. Es decir: amenazas de las que usualmente nos defendemos mediante fugas disociativas cotidianas —salidas que el cerebro abre ofreciendo finas amnesias, oportunas expresiones de arte o un sinfín de compensaciones terapéuticas que nos permiten seguir cohabitando. 
La exposición de ambas historias dirige de manera sutil al auditorio hacia una conclusión valiosa y bien resuelta, gracias al planteamiento de sólidas interrogantes que nos mantienen interesados en la trama. Interrogantes que, además de sostener la historia, merece la pena extrapolar fuera de la pantalla.
 
¿Es el dolor la expresión más pura de nuestro ser? Cierto es que la mayoría de las ideas que definirían a los individuos tienen raíz o eco en criterios afines que vienen de otros, y que la felicidad tiene expresiones regularmente evidentes. El dolor, en cambio, resultará un misterio cada vez que lo enfrentemos, poniéndonos de cara (sin escape) contra uno mismo.
 
Es así que la intención de purificar el entorno (liberando a éste de quienes no han sufrido) inclina a la personalidad más oscura del protagonista, bajo la actuación magistral de James McAvoy, a volver de la carne banal su alimento —afianzando su fuerza a partir de la capacidad de su cerebro para dotarle de condiciones físicas extraordinarias, que fungen como defensa a los abusos que le sometieron durante sus albores. Para la ejecución de la premeditada purga, ésta aún indescifrada personalidad, cuenta con el apoyo de sus diferentes identidades —mismas que aluden a esos matices del ser que de algún modo todos empleamos. Remiten, por ejemplo, a la gama de expresiones o cambios de voz que utilizamos al dirigirnos hacia diferentes receptores, o los ánimos transformados con que nos presentamos en diversos ambientes o contextos, etcétera.
 
¿Qué tan capaces seremos de liberarnos de prejuicios para así controlar nuestras bestias?
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