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Reseña
Ford v Ferrari
por Pablo Andrade

31 de diciembre de 2019

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Hace un par de semanas fui a ver una película llamada Ford vs Ferrari (2019) de James Mangold y debo decir que la exaltación que tuve inicialmente fue desapareciendo poco a poco en los días posteriores. Siempre me pasa lo mismo con Mangold: aunque sus últimos esfuerzos como director lo han convertido en un contador de historias sólido y como resultado sus películas suelen ser bastante satisfactorias —parece haber desarrollado un estilo visual similar al del legendario Clint Eastwood, guardando las distancias por supuesto— en realidad siempre me queda la sensación de que el elemento más fuerte de sus filmes son las actuaciones de sus protagonistas. Esto no está mal; sin embargo, pareciera que, al paso del tiempo, el resto de los apartados empezara a desdibujarse para dejar en la memoria del espectador únicamente a las interpretaciones. En su filmografía hay muchos ejemplos de esto: Walk the line (2005), 3:10 to Yuma (2007), Logan (2017) y ahora Ford v Ferrari, que se apunta para ser la película más redonda del director hasta el momento.

 

Ford v Ferrari nos cuenta la historia de amistad entre el ingeniero automovilístico Carroll Shelby y el piloto inglés Ken Miles, quienes unen sus talentos y rijosas personalidades para construir el mítico Ford GT40 con el cual la escudería norteamericana derrotaría a Ferrari en la famosa carrera de las 24 horas de Le Mans en 1966. El principal acierto de la cinta consiste precisamente en centrar la historia en la relación entre estos dos individuos quienes enfrentan una serie de obstáculos que van más allá de lo automovilístico para demostrar que están en lo correcto. Es decir, se trata de una película sobre personajes excéntricos e innovadores luchando contra un sistema que reprueba lo novedoso, aunque para ganar se necesite precisamente eso: innovación y riesgo.

El producto final es bastante sólido y entretenido, técnicamente es impecable y en verdad hablamos de una buena película; sin embargo, nuevamente son las actuaciones de los actores protagonistas quienes se llevan los aplausos por encima de los demás elementos. En esta ocasión, se trata de Christian Bale (Ken Miles) y Matt Damon (Carroll Shelby) los encargados de brindarnos dos de las interpretaciones más sólidas del año, aunque sin duda es Bale quien se lleva los reflectores. El actor galés nos sorprende nuevamente con otro trabajo de método que lo perfila como el nuevo Daniel Day Lewis ahora que éste ha anunciado su retiro definitivo de las producciones cinematográficas —al menos hasta que algún director de la talla de Spielberg, Scorsese o Thomas Anderson lo convenzan de volver a actuar. Damon está bastante bien en su papel, pero el animal interpretativo de Bale es tan arrebatador que se convierte en el alma de la cinta casi instantáneamente. 

El aspecto que más me ha gustado en esta película es la pulsión que tienen los personajes principales por lograr algo cuyo entendimiento escapa incluso a ellos mismos. Miles y Shelby están inmersos en una búsqueda de superación personal que no necesariamente tiene que ver con hacer que Ford derrote a Ferrari en las 24 horas de Le Mans, sino más bien con la materialización de una visión personal sobre lo que significa ser el mejor. Ambos, disimiles al principio, se dan cuenta que deben apoyarse el uno al otro para lograr la mejor oportunidad de apaciguar su fuego interno: son dos hombres que dejan a un lado sus diferencias para alcanzar a trabajar en equipo y lograr de manera individual horizontes nuevos que solo son visibles dentro de sí mismos. No importa que para el resto del mundo esa comezón por alcanzar cosas aparentemente irracionales y hasta cierto punto suicidas, no tenga ningún sentido. Ellos saben que los grandes genios de la historia siempre han sido tachados de locos. 

 

Así, Ford v Ferrari destaca como una propuesta madura que recuerda a la forma clásica de hacer cine, pero nos deja con la sensación de que la mejor película de Mangold aun esta por llegar; una donde el fuego de sus personajes —como el Johnny Cash de Walk the line o el Ken Miles de este filme— se transmita a los espectadores y se convierta de una vez por todas en un cineasta apasionante. Sin duda, en una época con “cineastas” que viven del remake y la repetición interminable de fórmulas probadas, la aparición de nuevos Eastwoods, Scorseses y similares, es más que necesaria y esperada por todos los cinéfilos.

 

El autor forma parte del equipo editorial de CINEMATÓGRAFO.

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