TELEVISIÓN
Recomendación
Fleabag (Phoebe Waller-Bridge), protagonista de la serie del mismo nombre, viaja en un vagón del metro de Londres y observa detenidamente el escenario. Caras serias, alguien resolviendo crucigramas, londinenses vestidos de traje, ancianos, y mujeres camino a su trabajo… variedad de pasajeros. De repente una melodía con tonos electrónicos cambia su semblante: se retuercen, ríen y sufren a manera de cólicos menstruales. Fleabag rompe el muro imaginario con el espectador y anuncia: “I think my period’s coming”.
Para el segundo episodio, y después de aquella secuencia onírica, la empatía y cariño por esta mujer —que manipula, miente, engaña, que es egoísta y algo depravada, pero que posee un sentido del humor (negro) exquisito— es indiscutible. Más allá de las inquietudes de la serie sobre el papel que desempeñan las mujeres en el Londres contemporáneo, Fleabag se mira en una sentada. En menos de cuatro horas uno ha terminado el recorrido que retrata un episodio miserable en la vida de nuestra heroína y en su transcurso se garantizan risas, sorpresas y hasta momentos conmovedores.
Fleabag está atormentada por la trágica, pero ridícula, muerte de su mejor amiga Boo (Jenny Rainsford) —socia en una cafetería temática adornada con fotografías de un cuyo. Intenta conseguir un préstamo y financiamiento que la salve de su bancarrota. Lidia con la relación conflictiva que tiene con su querida hermana Claire (Sian Clifford), con su padre (Bill Paterson) y con su odiosa y pretensiosa madrina (Olivia Colman), que está estupenda como villana insufrible. Disfruta los interminables rompimientos y reconciliaciones con un novio meloso (Hugh Skinner), el sexo con un tipo apuesto que conoce como “Arsehole Guy” (Ben Aldridge) —me ahorraré los motivos del nombramiento—, y detesta los encuentros desagradables con su cuñado Martín —Brett Gelman en un papel como tipo repugnante, similar al que actúa como el Dr. Greg Colter en la serie Love de Netflix (Judd Apatow, Lesley Arfin y Paul Rust, 2016-2018).
En el inesperado desenlace, la comedia cede a una cruel revelación que cuestiona nuestra relación con la protagonista. Ese matiz confronta con una historia que, pese a ser comedia, se siente más compleja que otros dramas en televisión. En otra secuencia, un encuentro inesperado en su cafetería ofrece un mensaje de redención generacional sobre la relación con padres, hermanos, amigos, con el sexo, con el trabajo, con las finanzas personales, pero, sobre todo, con la vida como adulto. El visitante la consuela y le recuerda que las personas suelen cometer errores y ella retoma una frase de Boo: “that's why they put rubbers at the end of pencils”. Su interlocutor no lo entiende del todo y pregunta si se trata de un chiste. Fleabag confiesa que no lo sabe.