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Reseña
The Fabelmans
por Pablo Andrade

12 de marzo de 2023

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Para Andrea

 

Steven Spielberg, uno de los grandes maestros del séptimo arte, lleva casi cinco décadas dirigiendo películas fabulosas, algunas de ellas auténticas obras maestras. Son muchas las veces que un filme de Spielberg ha aportado emoción y belleza a mi vida. Al final de cuentas, esas son las cosas que se le pueden exigir al cine como arte. Y no son poca cosa. Con 76 años y varias decenas de películas a cuestas, el artista ha decidido hacer un ejercicio memorístico y rodar una película sobre su propia vida, sobre sus padres, sus hermanas, las heridas de la infancia y, como no puede ser de otra manera, sobre el surgimiento de su gran pasión por el cine, no solamente como cinéfilo, sino como medio para expresarse a sí mismo y lidiar con las tribulaciones de la vida.

 

The Fabelmans es el resultado de esa ambición artística que de primera instancia parecería inabarcable; sin embargo, la maestría de Spielberg hace posible que la película abarque todos los aspectos que quería contarnos: no solamente es una película sobre qué significa el cine y, más específicamente, sobre la vocación o “el llamado” que lleva a alguien a convertirse en cineasta —sin ser una de esas chabacanerías a las que un segmento de la crítica llama “cartas de amor al cine”—, sino que también es una mirada profunda, casi desde el psicoanálisis, a la figura de sus padres y un regreso a esa etapa de la vida llamada infancia en la surgen todas las heridas que tratamos de sanar el resto de nuestras vidas.

 

Precisamente la herida causada por el divorcio de sus progenitores es uno de los grandes traumas que Spielberg ha intentado conjurar en muchas de sus películas. Es común encontrar en su filmografía representaciones de familias rotas y la enorme huella de abandono que esto causa en los niños. En Encuentros Cercanos del Tercer Tipo (1977) vemos a Roy Neary, interpretado por Richard Dreyfuss, abandonar a su esposa e hijos para seguir una suerte de mandato superior y alcanzar su destino: él ha sido seleccionado para irse con seres extraterrestres en un viaje intergaláctico y debe dejar atrás a su familia sin importar el costo emocional que esto conlleva. Esta historia, la de un progenitor que deja a su familia para ir en busca de su felicidad, aparece de nuevo en The Fabelmans, cuando Mitzi (Michelle Williams) —la madre de Sammy (Gabriel LaBelle y Mateo Zoryan Francis-DeFord), el alter ego de Spielberg en esta película— acepta que sufre una depresión que sólo puede remediarse si abandona a su esposo para irse con Bennie (Seth Rogen), amigo de la familia y el verdadero amor de Mitzi.

 

La historia de la separación de su familia, que debió afectar notablemente al joven Spielberg, se va compaginando con la persecución de su vocación como cineasta. Sammy pasa rápidamente de ser un niño al que le gustan las películas a uno que “necesita” hacer sus propias filmaciones “para tener el control”, como le dice Mitzi al padre de Sammy, Burt (Paul Dano), un hombre de ciencia que no comprende la inclinación hacia las artes de su hijo. Especialmente le cuesta entender que el cine no es un hobby, sino una necesidad vital para Sammy, que de no ser satisfecha puede llevarlo a la infelicidad.

 

Esta otra herida, la del arte, es el otro eje narrativo de The Fabelmans: el largo y solitario camino que deben recorrer las personas que se han dado cuenta que su verdadera vocación es la de crear a través de medios artísticos. “Recuerda este dolor” le dice a Sammy un extravagante tío abuelo (Judd Hirsch) que trabaja en el circo como domador de leones, porque es el dolor de quienes se van quedando solos por dedicarse a su sueño. Esa búsqueda, ese empeño por forjarse a sí mismo como un cineasta total —él escribe, dirige, produce, fotografía y edita todos sus filmes de adolescente — llevan a Sammy a utilizar al cine como medio de expresión, uno vital, para poder comunicarse primero con su familia y después para ser aceptado en su comunidad estudiantil en la cual es el único muchacho judío.

 

The Fabelmans se sitúa en esa tradición de películas que ocupan a la infancia y la primera juventud para explicar el mundo interior de su creador. No son pocos los esfuerzos que han realizado varios directores para echar la vista atrás y hacer una película sobre la memoria y el imaginario personal. Al verla uno piensa inmediatamente en otras películas como Roma (Alfonso Cuarón, 2018) y Belfast (Kenneth Branagh, 2021) por mencionar dos ejemplos recientes; sin embargo, creo que la película que más inspiró a Spielberg fue la obra maestra Los 400 Golpes (1959) de uno de sus grandes ídolos François Truffaut —a quien por cierto tuvo la oportunidad de dirigir precisamente en Encuentros Cercanos del Tercer Tipo. De ella, Spielberg retoma la representación de la familia nuclear rota, las consecuencias directas en las emociones de un niño, y el arte como refugio y posterior vocación de vida. Sobre todo, creo que The Fabelmans comparte la misma energía rebelde y la maestría cinematográfica que está reservada solamente a gigantes del séptimo arte como Spielberg y Truffaut.

Pero si hay algo que distingue al nuevo filme del director de La Lista de Schindler (1993) es su extraña naturaleza como película de no-ficción, término sacado del ámbito literario que hace referencia a novelas en las que el contenido se presenta al lector como verídico; sin embargo, la única prueba que tenemos de ello es la palabra del autor. En otras palabras, creemos que lo que estamos leyendo es verdad porque el autor nos lo dice, sin realmente tener ninguna manera de comprobarlo. En ese sentido, la no-ficción autobiográfica es todo producto que se presenta bajo la premisa de estar contando la verdad desde el punto de vista de su creador; aunque muy probablemente no todo lo que se nos presenta está contado exactamente como ocurrió. 

Creo que esto es normal y está bien, porque todo libro o filme que tenga pretensiones autobiográficas tiene como materia prima la memoria, que no es sino la reconstrucción ficcional de nuestra vida: una selección, a veces parcial e inconsciente, de episodios vividos y dependiendo del lugar desde el cual analicemos el pasado nuestro recuerdo de las cosas puede ser uno u otro. Por eso en The Fabelmans Spielberg decide no juzgar a sus padres. No lo hace con su madre por haber terminado su matrimonio luchando por su verdadero amor, ni con su padre por haber tenido miedo de que su hijo fracasara en la vida si decidía perseguir una carrera como cineasta. Al contrario, Spielberg ha concretado aquí una mirada profundamente comprensiva y amorosa a sus padres, se nota que es el resultado de años de reflexión, de terapias, de acercamientos y distancias. Él mismo ha dicho que está película surgió de la imperiosa necesidad de contar su historia y de la terrible pérdida de sus dos padres.

Otra de las claves del éxito de esta fundamental cinta en la carrera de Spielberg, que desde ya debe ser considerada un clásico por quienes atesoramos su obra —y creo que para cualquier amante del cine— recae en su fantástica capacidad para ser un espejo para el espectador. El talento nato de Spielberg para narrar a través de recursos cinematográficos — ese “saber contar” dijera el crítico español Carlos Boyero— hace que The Fabelmans fluya con gracia entre las aristas de la memoria, el imaginario colectivo y la ficción total. Como resultado, creo que es muy fácil verse reflejado en lo que está ocurriendo en pantalla. Resulta casi imposible no sentirse conmovido, porque la historia de los padres de Sammy puede ser la de nuestros propios padres, y, sobre todo, es tangible la sensación de reconciliación con el pasado. Catarsis, reflexión e introspección: el cine de Spielberg nunca había sido tan terapéutico en un sentido literal de la palabra. También, creo que esta cinta puede inspirar a todos aquellos que han sentido dentro de sí mismos la necesidad de expresarse a través del arte en cualquiera de sus formas: este es un llamado para no abandonar nunca esa necesidad de crear aunque sea dolorosa, porque uno debe hacer aquello que de verdad ama “para no deberle la vida a nadie” como le dice Mitzi a su hijo casi al final de la película.

Finalmente, no se puede escribir de The Fabelmans sin mencionar su sorprendente final. Sammy conoce al “mejor director de cine de todos los tiempos”, un aguerrido, excéntrico y genial John Ford interpretado por otra leyenda del cine: David Lynch. La sola interpretación del director de verdaderas joyas como Eraserhead (1977) y Mulholland Drive (2001) le agrega un toque de surrealismo y fantasía a una escena que está destinada a convertirse en uno de los grandes enigmas de la historia del cine. ¿Habrá ocurrido así el encuentro entre ambos? ¿En verdad le habrá dicho Ford, en el ocaso de su carrera, esas palabras a un joven Spielberg al principio de la suya? Sea como sea, la frase que suelta el personaje de Lynch es una de las mejores lecciones sobre cine jamás filmadas. Nuevamente el juego entre el imaginario personal, el colectivo y la ficción total: Spielberg haciendo del cine, de su cine, un metarrelato hermoso que debe ser visto por todos los amantes del séptimo arte.

Recientemente Spielberg recibió el Oso de Honor en el Festival Internacional de Cine de Berlín. En su discurso de agradecimiento dijo que no se sentía tan cómodo con el término a "lifetime achievement", porque parecía que su vida estaba acabada y él no había hecho más que empezar. Nosotros no podemos estar más emocionados por el futuro del cine de Spielberg que es también, de manera ineludible, el futuro del cine. Así, en general. 

El autor forma parte del equipo editorial de CINEMATÓGRAFO.

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