De acuerdo con la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica (CANACINE) en 2019 se registró un incremento de veinte por ciento en la asistencia a las salas de cine en México. Las comedias románticas llevan la batuta en la preferencia de los espectadores, le siguen los dramas sobre clases sociales y conflictos familiares; al ser estos los temas de mayor demanda, se convierten también en lo que producen quienes realizan cine.
Por fortuna, dentro del grupo de realizadores, existen rebeldes que abandonan esos cánones y se aventuran a contar otro tipo de historias. Hari Sama es vivo ejemplo de ello. Él tomó como suyas las carteleras mexicanas de finales de año y arrojó, como quien avienta una bomba molotov en favor de alguna causa, Esto no es Berlín.
Así, nos regaló un relato que da voz a un adolescente extraviado en la vida, en el mundo, en el Estado de México del año de 1986, en vísperas del Mundial de Fútbol, en aquello que ahora conocemos como la lejana Ciudad Satélite. Y que hoy es el lugar donde debemos buscar los vestigios creativos del realizador. Sama ha confesado que el filme tiene mucho de personal; y, la verdad, no hacía falta que lo reconociera, se nota lo entrañable de sus memorias.
Esto no es Berlín es una afrenta al México monopolizado por “Siempre en domingo” y su dictadura de música simplona destinada a masificar su consumo. Y esto es fundamental para entender la intensidad del encuentro del protagonista con el mundo punk. Estamos en un México recalcitrantemente conservador, guadalupano, futbolero y macho, características sociales fundamentales para entender lo disruptivo de este relato cinematográfico.
Se trata de la historia de Carlos y su encuentro de epifanía con el mundo underground del punk, un movimiento rodeado de ideales anticapitalistas y manifestaciones artísticas que para la década eran impensables. Sama no obvia el consumo de drogas y sus consecuencias, pero lo presenta sin carga moralina, cosa que se agradece y fortalece su narrativa, convirtiendo al filme en una bocanada de aire fresco.
La relación más importante que tendrá Carlos será con el punk, aderezada con aquellos conflictos inherentes a la edad: el primer amor, la tentación de lo prohibido, lo doloroso de los amores imposibles y el descubrimiento de la identidad sexual. Por ese motivo, el performance final cobra un impacto de bomba. Se convierte en un evento grotesco que se acerca al fin último del arte: convencer, sacudir, incomodar, embelesar; en fin, ocasionar algo distinto a la indiferencia.
Por eso, le voy a pedir que cuando mire la película se traslade a los ochenta, reconstruya esa sociedad y la analice en el contexto de aquel entonces; que considere el acontecer cultural, la intensidad política de los movimientos underground alrededor del mundo, el papel de la política y la planeada apatía hacia ella, o todo lo contrario.
Esto no es Berlín se constituye como un relato redondo donde se presenta el eterno debate juvenil entre la pertinencia o la estupidez de mezclar lo público con lo privado, de tomar posiciones políticas a partir de la manera que tenemos de vivir la vida. Y, claro, es un debate característico de la adolescencia, pero les aseguró que varios adultos deberíamos de replantearlo a lo largo de nuestra vida. Así, pues, somos espectadores del despertar convulso y atormentado de Carlos.
Pero no me haga caso y acérquese a la producción, déjese envolver por el ambiente de rebeldía y lo embriagante de la banda sonora. Yo sé que debería de retumbar en mi cabeza pura música punk, pero luego de mirar la peli me quede pensando en esa melodía de “Volver a los 17” de Violeta Parra, la culpa fue la hermosa fragilidad de esos adolescentes, ingenuos, rebeldes y esperanzados, por eso no podía dejar de pensar en aquello de:
Volver a los diecisiete después de vivir un siglo
es como descifrar signos sin ser sabio competente
volver a ser de repente tan frágil como un segundo
volver a sentir profundo como un niño frente a Dios,
eso es lo que siento yo en este instante fecundo.
Y es que nunca volveremos a ser tan ingenuos ni frágiles como a los 17. Finalmente sé que resulta perorata la queja ante el contenido del cine mexicano, pero, créame, en esta ocasión estamos ante una producción que produce esperanza al apostar por el valor de las historias. Esto no es Berlín aún defiende espacios en las carteleras, así que corra a verla.