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Recomendación
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Esther Kahn (2000)
de Arnaud Desplechin 

Año: 2000

Dirección: Arnaud Desplechin

Guión: Arnaud Desplechin, Emmanuel Bourdieu basado en el cuento “Esther Kahn”de Arthur Symons 

Fotografía: Eric Gautier

Elenco: Summer Phoenix, Ian Holm, Fabrice Desplechin, László Szabó y Frances Barbert 

​Música: Howard Shore

8 de octubre de 2019

por María Guillén

Esther Kahn (2000) tiene una extraña cualidad en el nombre, hay algo inquietante y bello en el sonido que produce esa combinación de palabras. Esther por sí mismo no es gran cosa, tampoco Kahn, pero hay algo grandioso en Esther Kahn, título de la película casi desconocida y olvidada de Arnaud Desplechin. Se trata de una joven judía que aspira a ser actriz en el Londres de finales del diecinueve. La película está inspirada en el libro de historias cortas del escritor inglés Arthur Symons, mejor conocido por sus estudios sobre simbolismo y ensayos de crítica literaria.

Las Aventuras espirituales de Symons tienen como protagonistas a individuos que se encuentran incómodos en casi todas las situaciones y que tienden a aislarse; sujetos que se aburren de sus familias, de la escuela y de los demás en general. El amor no les inspira ninguna clase de entusiasmo. Los hombres de Symons, como el pianista prodigio Christian Trevalga, temen a las mujeres y la idea de vivir con una es similar a la de dormir en una jaula junto a un monstruo. A pesar de ser brillantes, ninguno de ellos tiene interés de participar en algo similar a la vida pública. La economía y la política son algo así como el clima: cosas para llenar el tiempo. Ellos, sin embargo, se rehúsan a perder el suyo en cualquier trabajo, la idea de tener que trabajar para vivir les resulta desagradable: 

De vez en cuando, mi padre solía hablarme en serio, diciéndome que debería elegir una profesión y ganarme la vida. Siempre respondí que no había nada que pudiera hacer, que odiaba todas las profesiones, que prefería morir de hambre que ensuciar mis manos con los negocios, y que mientras pudiera seguir viviendo como estaba viviendo, no quería nada más[1]

Obstinados, tercos, lejos del mundo, podría pensarse en la inmadurez de un niño que se rehúsa a crecer, de no ser porque la inmadurez supone cierta indiferencia, cosa que no es verdad para los personajes, pues todos asumen sus vidas con gravedad absoluta, con dignidad sacerdotal. Las aventuras espirituales representan la búsqueda por el sentido de héroes que no encuentran esperanza en los otros, y posan todas las esperanzas en sí mismos. El ensimismamiento no termina en tragedia porque eventualmente llegan a una respuesta; todos ellos están aquí por una razón, su obstinación no es en vano.  

Esther Kahn proviene de un barrio gris y maloliente, impresiona a los adultos por su silencio y timidez, no hace más que observar atentamente a los demás, segura de que sus gestos dicen mucho más que sus palabras. Extremadamente huraña, como una niña lobo a la que separaron de su jauría y llevaron al seno de una familia de sastres judíos, Esther ignora los demás, le aburren las conversaciones de la cena y las anécdotas de sobremesa. Su pasatiempo consiste en imitar a los otros, memorizar sus movimientos y tono de voz, todo con curiosidad juguetona, hasta que su madre recalca esa rareza y señala que su hija es como un pequeño mono, y como los monos no tienen alma acechan a los humanos para hacerse de una. Esther lo toma como una ofensa mortal. Siempre guardará cierto rencor contra ellos. Su rareza evoluciona con el tiempo, todos sus hermanos tienen claro el futuro que les depara, es decir, sus ambiciones materiales. Al menor le encantaría hacer mucho dinero, la de en medio quiere ser reconocida por su inteligencia, y la mayor desea ser admirada por su elegancia y belleza. Esther en cambio desconoce su porvenir material, pero tiene claro su destino.

Todas estas cosas requerían un esfuerzo, y Esther era desidiosa. Quería ser admirada y tener dinero, por supuesto, y no quería que la gente la considerara estúpida; pero ella sabía que todo esto vendría a ella, gracias a una cualidad en sí misma, aún no descubierta. Luego se sacudiría todo a lo que ahora se aferraba, como una prenda gastada que se guarda sólo hasta que puede reemplazarse. Se vio a sí misma rodando en un carruaje hacia el oeste; ella nunca volvería. Y sería como una venganza por lo que sea que la mantuvo sofocada en esta calle olvidada; ella quería ser cruelmente vengada. [2]

Su pasión se revela poco tiempo después, cuando va al teatro por primera vez y se siente totalmente hechizada. Esther sale del teatro en un estado de somnolencia, como embrujada y poseída. Sus hermanos hablan y ella por primera vez, también. Está segura de lo que dice y arremete duramente contra una de las actrices de la obra criticándola por su desempeño, por su falsedad, por haber fallado en contar la verdad. Pasa los siguientes días yendo a teatros pequeños con la convicción inamovible de que va a ser actriz. Con la certeza, quizás la única en su vida, de poder contar la verdad y mostrar en el escenario las cosas que siempre guardó para sí. El escenario es el desenlace de todas las preguntas que hasta ese momento no ofrecían solución. 

 

Para el papel de Esther, Desplechin eligió a Summer Phoenix, una actriz relativamente desconocida hoy en día, a pesar de haber sido absolutamente deslumbrante en esta película. Phoenix, poseedora de una belleza peculiar, no obvia sino perturbadora consigue transformarse y apropiarse del personaje. Sus ojos ovalados y enormes, enfebrecidos, y su mirada perruna que oscila entre lo diáfano y lo furtivo se roban la película. La interpretación de Phoenix recuerda un poco a Daniel Day Lewis, por su crudeza y visceralidad, por la total entrega hacia el personaje y la convicción con la que representan el desamor, gozo, dolor, violencia. 

Hay algo muy original en el hecho de que apenas pueda leer y escribir, de que su voz sea como un gemido ronco, pero se empeñe en un oficio que consiste en memorizar diálogos larguísimos y literarios, en comprender obras de Shakespeare o Ibsen y mostrar cierto refinamiento. La imposibilidad de su empresa es obvia, sería una contradicción de no ser porque la película borra con eficacia cualquier noción preconcebida de lo que significa ser un buen actor, y reconstruye esos parámetros a partir de Esther, de sus obstáculos y limitaciones. No importa si es competente en general, porque toda la película es una defensa de la subjetividad. Su hermana ayuda a resolver esa cuestión, no tiene caso que te preguntes si eres buena o mala, ya tomaste la decisión y no hay nada que puedas hacer, eres una actriz y no hay vuelta atrás. Desplechin lo resume de esta manera: “Puede sonar abstracto, pero cuando veo Raging Bull, veo a un hombre conflictuado por una cuestión metafísica: tener un alma o no tener un alma. Por eso (Taxi Driver) está usando un arma y Raging Bull está usando sus puños. Y Esther está usando el escenario”.

Pocas películas logran ser buenas adaptaciones de libros, pero más difícil aún es transmitir el sentido de un libro espiritual y transportar ese espíritu a la pantalla. Esther Kahn merece ser actriz, no porque sea buena, noble, o talentosa, sino porque cualquier otro camino hubiera conducido a la miseria o a la locura. Y Symons, Desplechin y Phoenix no permiten que eso suceda, ellos la dejan convertirse en persona. 

La autora cuenta con estudios en Relaciones Internacionales por la UNAM y El Colegio de México. Ha colaborado con textos sobre seguridad y prevención del delito en Animal Político El Universal. Además, ha publicado en Etcétera Ágora.

NOTAS Y REFERENCIAS

[1] Tomado de Arthur Symons, “A Prelude to Life”, Spiritual Adventures, Londres, Constable and Co Limited, 2012, pp. 5-56.

[2] Fragmento de A. S., “Esther Kahn”, op.cit., pp. 57-90.

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