Recomendación
The end of the tour
Año: 2015
Dirección: James Ponsoldt
Guión: Donald Margulies
Fotografía: Jakob Ihre
Elenco: Jason Segel, Jesse Eisenberg, Ron Livingston y Anna Chlumsky
Música: Danny Elfman
6 de septiembre de 2018
En una entrevista con Conan O’Brien, James Segel —que intepreta a David Foster Wallace— mencionó que The End of the Tour (James Ponsoldt, 2015) es sobre ese sentimiento que todos hemos experimentado cuando todo marcha bien y aun así seguimos sintiéndonos mal. La frase me pareció profundamente descriptiva de mi estado de ánimo en muchos momentos de mi vida y la de mis amigos; es decir, de aquel permanente estado de insatisfacción propio de las sociedades modernas y publicitado como la principal virtud de nosotros los millenials: la generación que nunca se conforma, que prefiere viajar a ahorrar, la que no quiere trabajos estables, la que ha inventado profesiones como entrerpreneur o influencer, la más educada de toda la historia, la que siempre está en busca del éxito y, sin embargo, es la más infeliz.
Me apresuré a ver la cinta en Netflix, motivado por los ecos de la frase de Segel en mi cabeza y me encontré con que The End of the Tour es una película sorprendente. Al principio, uno podría pensar que una pequeña cinta indie que tiene como personaje principal a un escritor de culto gringo, no podría tener un público especialmente amplio; no obstante, el filme de Ponsoldt tiene la virtud de no ser una biopic al uso, sino un retrato humilde y honesto de conceptos más universales como la melancolía, la nostalgia, la soledad, el deseo permanente (asfixiante) de tener éxito y el subsecuente miedo al fracaso.
La película es la historia de una entrevista realizada, a lo largo de unos cuantos días, por David Lipsky —periodista de la revista Rolling Stone— al mencionado David Foster Wallace, quien ese momento se encontraba cubriendo la última parte del tour de promoción de La broma infinita (1996), novela que le trajo un reconocimiento mayúsculo y fama internacional como escritor de renombre. Lipsky, quien tiene aspiraciones de convertirse en un autor famoso, se siente atraído por la figura de Foster Wallace y ve en él una imagen a la cual imitar; pero cuando llega a la humilde casa del escritor en una zona rural de Estados Unidos y descubre un estilo de vida alejado de la sofisticación que solemos atribuirles a escritores famosos —y en general a todas las personas a las que les hemos dado el mote de “exitosas”— tendrá que dejar atrás esa idea preconcebida y empezar a conocer al verdadero David Foster Wallace: un hombre melancólico, profesor de literatura en una preparatoria, amante de la cultura pop y, sobre todo, un gran pensador de la vida moderna.
Así, junto con Lipksy, el espectador también empieza a conocer al verdadero Foster Wallace a través de varias escenas, en las que lo único que vemos son largas charlas entre ambos personajes. En ellas, los dos hombres discuten sobre temas tan aparentemente banales, y al mismo tiempo interesantes, como la fama, el éxito, libros, películas, adicciones, relaciones, comida chatarra, Alanis Morissette, perros, tabaco, televisión, entre muchos otros. Poco a poco, las reflexiones aparentemente inconexas de Wallace empiezan a revelarse ante Lipsky (y ante nosotros) creando un mosaico coherente y presentando una cosmovisión muy interesante y profunda del mundo.
En ese sentido, hay que reconocer el estupendo trabajo del guionista Donald Margulies, quien desarrolla diálogos muy sofisticados entre los personajes protagonistas. Resulta muy interesante ver cómo una película que se compone casi enteramente de conversaciones no pierde el interés del público en ningún momento; al contrario, en varios momentos me sorprendí a mí mismo queriendo participar o viéndome reflejado en alguna de las posiciones intelectuales de los personajes. A propósito de esto último, también es destacable la labor del director, que le da a la cinta una estructura similar a la de una road movie, además de un tono y un ritmo correctos. No sobra decir que Ponsoldt se distingue aquí como un excelente director de actores, ya que le saca mucho provecho a un muy sólido Jesse Einsenberg, como David Lipsky, y a un extraordinario Jason Segel en el papel de David Foster Wallace. Quiero hacer hincapié en este último aspecto, y es que Segel, famoso por ser guionista y actor de productos cómicos, aquí brilla como un gran actor dramático, capaz de transmitir toda la complejidad de un escritor con tantos claroscuros como lo fue David Foster Wallace.
Así pues, la frase con la que Jason Segel describe The End of the Tour me parece acertada, pero también creo que la cinta es un alivio para todos aquellos (millenials o no) que vivimos atrapados en la búsqueda de algo tan intangible como el éxito. Más aun el tipo de éxito que los medios modernos nos venden. Es una invitación honesta a vivir la vida con pasión y buscando siempre la felicidad en las cosas que tenemos más a la mano como una buena charla, el abrazo reconfortante de nuestros seres queridos, en los libros que más amamos… Al final, Lipsky dice que conocer a David Foster Wallace lo hizo sentir menos solo en el mundo, que lo ayudo a disfrutar más de la vida. En el mismo sentido, estoy seguro que The End of the Tour, a pesar de ser melancólica y nostálgica, también es un discreto bálsamo para aliviar a cinéfilos solitarios.