top of page
Reseña
El tiempo perdido
por Pablo Andrade

12 de enero de 2023

TP4.jpg

Para mis amigos: Luis Fernando, Ulises y Jorge. 

 

Era una noche triste en la Ciudad de México después del trabajo cuando decidí acudir a la última función de la Cineteca Nacional. Me sentía particularmente tristón y envuelto en la incertidumbre que despierta el futuro y pensé que el cine sería un escape efectivo para la melancolía. No fallé: el destino quiso que acudiera a una proyección de El tiempo perdido, de la documentalista argentina María Álvarez, la sensación de tristeza y desolación fueron desapareciendo mientras las imágenes de un hermoso ritual se desplegaban ante mi mirada.

 

El tiempo perdido es una especie de diario de campo audiovisual, que lleva a cabo con ojo antropológico la propia Álvarez, sobre la observación a lo largo de un año de grupo de amigos, conformado mayoritariamente por personas de la tercera edad, que se reúnen todas las semanas en el Café Tribunales de Buenos Aires para leer En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. No leen nada más; únicamente En busca del tiempo perdido, de principio a fin, en voz alta y tomando turnos, mientras van alternando la lectura con comentarios y debates sobre cómo relacionan lo que están leyendo con sus propias vidas. Cuando terminan el libro, habiendo debatido cada párrafo y rememorado cada anécdota, debatido cada idea, expuesto cada instante de inspiración que trajo la lectura compartida, vuelven a empezar desde el principio, porque aunque la obra de Proust sea la misma, ellos ya no lo son más: el acto creativo de leer y contar historias en colectividad los ha transformado. Son hombres y mujeres, casi todos mayores de sesenta, y llevan dos décadas haciendo lo mismo.

 

El tiempo perdido no solamente es un filme bello técnicamente —filmado en un íntimo blanco y negro y montado de manera poética—, sino que triunfa al tratar con tanto cariño a sus personajes principales, al mostrarnos sus mas profundas pasiones y miedos; al revelarnos la convivencia, a veces alegre y otras un tanto ríspida, que se genera cuando se debaten ideas y se comparten perspectivas sobre algún pasaje de Proust. Son realmente conmovedores los momentos en los que algún integrante de este particular grupo de lectores alza la mirada después de leer y rememora un viejo amor, piensa en sus seres queridos, en aquellos que ya no están, en lo que ha perdido y ganado, en los ciclos de la vida que empiezan y también en los que terminan. Particularmente inspirador es el momento cuando uno de los personajes dice que leer es un acto creativo tan complejo como escribir y defiende a la relectura como uno de los ejercicios más poderosos para la introspección y el autodescubrimiento.

 

Por otro lado, es muy destacable la sutiliza con la que el documental de María Álvarez nos lleva de un tema a otro sin apenas darnos cuenta. En verdad debe ser uno de los filmes más politemáticos que tuve la oportunidad de ver el año pasado. No solo es una película sobre el poder de libros y el acto de leer; es una cinta que nos habla con pasión sobre la vejez, la amistad, el amor, el tiempo, la vida cotidiana, la naturaleza humana, la memoria, el papel de los rituales, la belleza de los cafés, la ciudad, la familia y hasta de la ciudad de Buenos Aires como escenario donde ocurre esta particular historia.

 

Pero la reflexión más importante de esta película es la importancia que tiene al arte y el acto creativo para nuestra sobrevivencia como especie. En un mundo en el que la cultura del éxito, la adicción al trabajo y el capitalismo nos han arrebatado cada vez más cosas bellas, ver a un grupo de personas octogenarias reunirse semanalmente a leer y a compartir sus emociones es particularmente bello y de verdad creo que lo es porque resulta contestario, porque nos recuerda que las personas de todas las edades seríamos más felices si dedicáramos más tiempo a nuestros seres queridos, a leer, a mirar cine, a tomar café y sobre todo a compartir las emociones, los pensamientos, las ideas descabelladas que surgen cuando hacemos todas esas cosas; sin duda seríamos mas felices si nos atreviéramos a hacer todas esas cosas en lugar de tener que trabajar extensas jornadas en trabajos miserables, con sueldos miserables y en ambientes que abiertamente prohíben la creatividad y la felicidad inherente a ella. Ser creativos es una característica de la condición humana y el acceso al arte un derecho.

 

¿Cuál será el tiempo perdido al que hace referencia el título de esta película? Sin duda que hace referencia a la inmortal y mastodóntica novela de Proust, pero seguro habrá algunos despistados que piensen que el tiempo perdido es aquel que han perdido estas personas a lo largo de veinte años leyendo el mismo libro. Para mí, el tiempo perdido es aquel que no pasamos siendo felices. Ese, es el verdadero mensaje de este excepcional documental el cual habrá que ver repetidas veces —así como lo hacen los protagonistas con el libro de Proust— para ir desgajando sus múltiples capas e ir notando sus bellos matices.

El autor forma parte del equipo editorial de CINEMATÓGRAFO.

bottom of page