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Reseña
Dunkerque
por Ricardo Cárdenas

1 de agosto de 2017

Dunkerque

Probablemente la Segunda Guerra Mundial es el acontecimiento bélico que más ha sido llevado a las pantallas de cine. Los indudables efectos que se vivieron en cada rincón del planeta han servido de fuente de inspiración para que los cineastas narren muchas de sus desgarradoras historias.

 

No obstante, y cuando parecería que todo ha sido contado, en tiempos recientes la industria cinematográfica se ha concentrado en ofrecer otra perspectiva del conflicto —tan sólo en lo que va del año llegaron a nuestras salas tres películas que se inscriben en esta dinámica, Bajo la arena (Martin Zandvliet, 2015), Hasta el último hombre (Mel Gibson, 2016) y Cordero de Dios (Anne Fontaine, 2016).

 

Siguiendo esta misma línea, Christopher Nolan —quien saltó a la fama con la aclamada cinta Memento (2000) y posteriormente confirmaría su talla de gran director con Insomnia (2002), Inception (2010), Interstellar (2014) y su magistral interpretación de Batman en la trilogía Batman Begins (2005), The Dark Knight (2008) y The Dark Knight Rises (2012)— ha optado por añadir una cinta de corte bélico a su interesante filmografía con su más reciente trabajo: Dunkerque.

 

La cinta se adentra en uno de los episodios más arraigados en la conciencia nacional británica, al ser un punto de quiebre en su historia contemporánea: a finales mayo de 1940, la Fuerza Expedicionaria Británica, junto con los restos del ejército francés, se encontraban atrincherados en Dunkerque, un puerto de la costa norte de Francia, debido al avance imponente de las tropas nazis que, con su guerra relámpago, los había obligado a retroceder.

 

Para garantizar su seguridad, Gran Bretaña se había comprometido a contener el expansionismo alemán; no obstante, y ante la inminente caída de Francia, Winston Churchill —quien apenas el 10 de mayo había asumido el cargo de primer ministro británico— sostenía que su país no debía quedar vinculado a Francia si esta se derrumbaba, y optó por implementar la Operación Dinamo, mediante la cual buscaba evitar una derrota total con la evacuación de 45 mil soldados de los 400 mil que componían las fuerzas conjuntas de Francia y Gran Bretaña.      

 

Al respecto, Nolan aborda este electrizante capítulo de la historia británica de manera apabullante y monumental. Utilizando una amplia gama de recursos, la cinta cuenta con una estética visual y sonora que resulta abrumadora para los espectadores.

 

Y es que a Dunkerque no le sobra ni le falta nada. Es una cinta redonda que renueva al género y la forma de hacer cine bélico. En sus casi dos horas de duración se genera un estado de tensión permanente que no disminuye con el trascurrir de los minutos; por el contrario, para el director en la guerra no hay calma, todo es aplastante, todo asfixia y agobia, lo cual logra transmitir de manera contundente.

 

En principio, y fiel a su estilo, Nolan juega elegantemente con la manera en que se concibe la percepción del tiempo al plantear el desarrollo de la película en tres secuencias lineales: el muelle, el mar y el aire, los tres espacios donde tendrá lugar la evacuación de Dunkerque. 

 

Así, a cada plano le asigna distinta temporalidad: mientras que en el muelle vemos durante una semana la evacuación de las tropas inglesas a cargo del almirante Bolton (Kenneth Branagh), en el mar (durante un día) se observa la participación de la población civil desde la perspectiva de un pequeño bote a cargo del señor Dawson (Mark Rylance); así como los esfuerzos que realiza el piloto aéreo Farrier (Tom Hardy) durante una hora en las persecuciones de los cazas alemanes.

 

En este sentido, y a pesar de contar con actores de primera, Dunkerque carece de un protagonista claro a la usanza de cualquier otra obra. Por el contrario, uno se queda con la sensación de que para no distraer la atención, el director hace de la evacuación tanto el hilo conductor del filme cuanto el actor central.

 

Por otro lado, Dunkerque denota la admiración especial que Nolan ha manifestado por la obra del cineasta Terrence Malick. Y es que cada toma es una experiencia visual única y portentosa con imágenes suspendidas en el tiempo que se ven maximizadas por la filmación de la cinta en formato de 70 mm para pantalla IMAX.

 

El juego artístico, y los contrastes de colores que se perciben en múltiples tomas —que reflejan la brutalidad del combate aéreo y naval—, denotan un trabajo sensible y agudo. Se complementa con una banda sonora realizada por Hans Zimmer que, a través de un ritmo atizado con el sonido permanente de las manecillas de un reloj, nos lleva a sumergirnos en un estado máxima tensión.  

 

El enfoque narrativo hace que la película dialogue de manera directa con otras cintas clásicas del género como El acorazado Potemkin (Sergei Eisenstein 1925), La delgada línea roja (Terrence Malick, 1998) o Rescatando al soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998). No obstante, Nolan ha sabido dar su toque personal a pesar de que en Dunkerque nunca conocemos el contexto histórico más amplio: en el filme no se explica qué pasó ni quiénes están atacando, solo vemos a miles de soldados varados en la playa tratando de ser embarcados para regresar a su hogar.  

 

Asimismo, Dunkerque no muestra claramente lo que está ocurriendo en Londres ni los profundos dilemas a los que se enfrentaba el gabinete británico. Se sabe de Churchill y únicamente se dan algunas pistas que dejan entrever el llamado a la población civil a la resistencia para mantener la moral alta e incentivando a que se sumen a la evacuación del ejército para evitar que sus fuerzas militares queden debilitadas.

 

Los pocos diálogos que hay en el desarrollo de la trama no implican una falta de profundidad ni reflexión. Todo lo contrario. Las pausas en las conversaciones de los protagonistas reflejan una introspección sofocante que traslada al espectador a los mismos escenarios en los que ocurre la epopeya debido a los incesantes ruidos de balas y bombas que buscan impedir la evacuación.

 

A la par, la cinta es, en buena medida, una historia sobre el sufrimiento y la supervivencia. En una de las escenas, los oficiales se envuelven en una discusión en la cual terminan afirmando que sobrevivir en una guerra implica ser injusto, pues sólo sientes temor y egoísmo permanente.

 

Pero el argumento central de Dunkerque se desarrolla dentro de los márgenes del cine bélico tradicional, a partir de hilos conductores que le son familiares como el lenguaje nacionalista y melodramático.

 

En este sentido, y a pesar de que la Operación Dinamo ya había sido llevada a las pantallas de cine con la cinta Mrs. Miniver (William Wyller, 1942) —un melodrama hollywoodense que narra el sufrimiento del pueblo británico durante la guerra, cuyo objetivo era alentar el apoyo de Estados Unidos a los aliados—, Dunkerque ha rescatado este momento histórico para mostrarlo a las generaciones actuales.

 

Esto no es menor, pues la importancia de la evacuación de la mayoría de los soldados estacionados en Dunkerque —se estima que fueron rescatados más de 338 mil combatientes— permitiría a Gran Bretaña mantener su ejército básicamente intacto ante una próxima confrontación contra Hitler.

 

Y es que de no haber ocurrido el “milagro de Dunkerque” hubiera sido probable que la Alemania nazi se hiciera con el control total del frente occidental europeo derrotando tempranamente a Gran Bretaña en la Segunda Guerra Mundial.

 

Así, pues, el filme logra transmitir claramente esos momentos aciagos en los cuales Gran Bretaña, en solitario, hizo frente a la amenaza del fascismo a contrapunto de la pasmosa neutralidad soviética y el aislamiento estadunidense. Nos enseña cómo en ocasiones recular no es sinónimo de derrota y se puede transformar en victoria.

 

Sin ese honor, y la dignidad que mostró el pueblo británico al no claudicar frente al poderío alemán, la historia de la Segunda Guerra Mundial indudablemente hubiera sido distinta.

 

Por lo cual, con Dunkerque, Nolan confirma su estatura de gran director estableciendo preguntas sobre los distintos avatares que pueden tomar el rumbo de la historia. Y nos deja para la discusión la llamada “excepcionalidad” británica, un tema por demás vigente tras el Brexit y la cuestión del lugar que tiene Gran Bretaña en el mundo. Pero, sobre todo, vuelve a posicionar al séptimo arte como una de las manifestaciones artísticas que posee la magia y el poder para combinar la emoción visual y sonora, creando experiencias que no se podrían vivir de otro modo más que al interior de una sala de cine.  

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