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Ensayo
EL ARQUETIPO DEL DETECTIVE: EL CASO DE HARRY AMBROSE EN THE SINNER
por Pablo Andrade

5 de septiembre de 2019

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Hace algunos años el novelista Henning Mankell explicaba que una de sus principales inspiraciones para escribir novela criminal eran las tragedias griegas. Ponía como ejemplo a Medea de Eurípides en la que el personaje principal asesina a la amante de su esposo y posteriormente a sus propios hijos. “¡Si eso no es una historia sobre crimen, entonces no sé qué es!”, dijo Mankell y después agregó: “si los griegos hubiesen tenido la figura del inspector de policía estoy seguro de que aparecería en las tragedias”. Esta última frase me parece extraordinaria, porque con ella Mankell nos hace pensar inmediatamente en un arquetipo antes que en un género literario; en un tipo de personaje muy particular cuya función es, en principio, la de encontrar la verdad subyacente en medio de las turbias aguas del crimen. Un arquetipo que hoy en día reconocemos como el detective.

¿Es usted un demonio? Soy un hombre. 

Y, por lo tanto, tengo dentro de mí todos los demonios.

Gilbert Keith Chesterton

Es justo decir que los orígenes de este arquetipo son materia para un ensayo literario muy interesante, y podría remontarnos a Edgar Allan Poe y su detective Auguste Dupin (un precursor de Sherlock Holmes) y llegar hasta las muy variadas encarnaciones que encontramos en la literatura de escritores contemporáneos. Sin embargo, dadas las características de este espacio, me limitaré a mencionar algunas de las cualidades que hacen del detective un arquetipo fascinante y me centraré en una de sus encarnaciones cinematográficas más recientes e interesantes: la de Harry Ambrose de la serie de Netflix The Sinner, interpretado por el actor estadounidense Bill Pullman. 

No sobra aclarar que este pequeño texto no es, ni pretende ser, académicamente exhaustivo y las únicas fuentes que he utilizado son mi experiencia como lector de literatura criminal y, por su puesto, como consumidor de ciertos productos audiovisuales reconocidos por la crítica especializada como film noir, un género en el que la figura del detective ha sido primordial para su desarrollo. En todo caso, mi única intención es la de plasmar rápidamente algunas ideas que rondan por mi cabeza con respecto a los detectives y su representación en el relato cinematográfico, particularmente en el formato de las series televisas que gracias al streaming están viviendo una nueva época dorada. 

The Sinner es una serie compuesta de dos temporadas en las que un lacónico detective investiga extraños casos que en apariencia tienen un culpable evidente; sin embargo, entrañan una complejidad extraordinaria y una oscuridad insondable en la que están involucrados muchos más círculos de la sociedad que únicamente los perpetradores de los asesinatos. En sus dos temporadas, The Sinner retoma un elemento característico de las novelas policiacas: la utilización del crimen —el asesinato en particular— como un espejo en el que la sociedad ve reflejada sus profundas contradicciones y también su lado más oscuro. 

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La primera temporada gira entorno a Cora Tannetti (Jessica Biel), una mujer que un día de verano en el lago —mientras se encuentra en compañía de su esposo e hijo— apuñala sin razón aparente a un desconocido cuando éste reproduce una canción particular en su radio. La primera impresión es que se trata de un caso fácil: una única sospechosa, que además se reconoce como culpable, y a la que decenas de testigos vieron apuñalar a un hombre hasta la muerte. En la segunda temporada un niño de once años asesina a sus padres de manera brutal en un hotel de carretera también sin razón aparente, y al igual que la primera parte parece ser un caso de resolución evidente. Sin embargo, en ambos asesinatos el detective Ambrose nota que hay mucho más escondido detrás de la pesada cortina que suponen estos crímenes con un culpable reconocible. Guiado por su intuición, Ambrose irá descubriendo que los asesinos —que en la clave de la serie se tratarían de los pecadores— en realidad son víctimas de sistemas violentos y opresivos más grandes que ellos mismos. 

Esta es la primera característica que resalto del detective: una intuición super desarrollada que para las personas que los rodean incluso podría parecer una habilidad sobrenatural. Desde Edgar Allan Poe y Arthur Conan Doyle se habla de la capacidad intuitiva de los detectives; no obstante, parece ser más una habilidad deductiva prodigiosa. La intuición que describe al detective moderno, y a Harry Ambrose en particular, tiene que ver mucho más con procesos inconscientes que luchan por salir a la luz en el transcurso de la investigación. Casos como el de Adam Dalgliesh, creado por P.D. James, Mario Conde de Leonardo Padura y Kurt Wallander de Henning Mankell —por mencionar algunos ejemplos— comprueban que los detectives muchas veces son capaces de asimilar inconscientemente elementos cruciales de los crímenes que intentan resolver, casi desde el principio de la investigación, aunque a nivel consciente aun no puedan comprenderlos. 

A partir de ahí, aunque la cacería del asesino pueda ser trepidante, la verdadera búsqueda del detective está dentro de sí mismo, para hacer salir a flote ese algo que su inconsciente ha reconocido tiempo atrás. Un detective de verdad incluso puede hacer cosas que para los demás pueden parecer irracionales con tal de seguir la pista que le ha dado su intuición. Así, Harry Ambrose reconoce en ambos casos elementos extraños que le indican que los crímenes perpetrados por una ama de casa y por un infante en realidad esconden elementos oscuros que debe desentrañar. Un giro interesante en ambas temporadas de The Sinner reside en el hecho de que Ambrose no solamente debe buscar las pistas que su inconsciente resguarda, sino también las del inconsciente de los culpables; pues ellos mismos actúan por razones que no son capaces de comprender en el momento en el que cometieron sus crímenes.

La siguiente característica del arquetipo del detective es su condición de ser dual; o, dicho de otra manera, el detective es un ser que vive en dos dimensiones. Es un agente del orden; generalmente se trata de inspectores de policía —o incluso expolicías— aunque también puede ser un aficionado. La profesión en realidad no importa tanto como la tendencia de estos personajes a querer descubrir siempre la verdad; y, más allá de eso, se trata más bien de una pulsión restaurativa: quieren restablecer el orden que un crimen ha resquebrajado. Sin embargo, esta búsqueda del orden perdido los lleva a convertirse en espectadores cínicos de la realidad, pues saben que el orden es más bien un ideal inalcanzable; comprenden que el mundo no se puede dividir en blanco y negro, y, sobre todo, son perfectamente conscientes de que la maldad es inherente a la condición humana y todos, bajo determinadas circunstancias, podemos ser capaces de cometer crímenes. 

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En las dos temporadas de The Sinner, Ambrose es capaz de ver más allá de la innegable culpabilidad tanto de Cora Tannetti como del pequeño niño que asesina a sus padres. De hecho, en muchas ocasiones vemos a otros personajes cuestionándolo sobre el hecho de que haya decido profundizar en las investigaciones, cuando en apariencia no hay más que resolver. Es precisamente esta capacidad de vivir al mismo tiempo en la luz y en la sombra lo que le permite a Ambrose interesarse mucho más por los culpables, a los que si bien no exime de responsabilidad tampoco señala como únicos responsables. Aquí podríamos mencionar otra de las cualidades del arquetipo del detective: saben escuchar ahí dónde nadie más quiere o puede hacerlo.

Pero el hecho de que sean seres que puedan comprender ambos lados de la naturaleza humana, rechazando posiciones maniqueas, les supone un costo elevado. El detective es un individuo torturado por algún aspecto de su personalidad, pues está particularmente marcada por el pasado. Esta es una herencia de la literatura hard boiled que revolucionó a la literatura de detectives clásica, como la de Agatha Christie y Arthur Conan Doyle, al introducir elementos mucho más sórdidos en sus historias: como la violencia extrema, asesinatos brutales o la corrupción moral de la sociedad. Los detectives que aparecieron en esta literatura eran mucho más cínicos, depresivos y melancólicos que los que se habían mostrado con anterioridad. No quiero decir que personajes como Sherlock Holmes —quien recurría constantemente a los opiáceos para escapar del tedio de la vida cotidiana cuando no tenía un caso entre manos— no tuviesen claroscuros; pero fueron los detectives creados por escritores como Dashiell Hammett y Raymond Chandler, quienes interiorizaron una visión realmente decadente de la sociedad en la vivían y que se manifestaba en una permanente inadecuación o insatisfacción que solo podían aliviar viviendo bajo sus propios códigos éticos.

Sin embargo, más allá de esta interiorización de la realidad, el detective es un ser inadaptado por su resistencia a someterse a las reglas del mundo en el que vive; y, por lo general, esa lucha le ha traído episodios traumáticos que conforman un pasado tortuoso. Para algunos, se tratará de algún hecho relacionado con alguna muerte, probablemente en la que tengan responsabilidad, ya sea porque ellos perpetraron el asesinato o porque no pudieron salvar a alguien; para otros, incluso podría ser un contexto social y político que les impide tener más futuro que el día inmediato como es el caso del detective privado Mario Conde, quien vive en las calurosas calles de la Habana sintiendo nostalgia por un pasado que parece alejarse cada vez más, mientras experimenta hambre y precariedades.

 

En el caso de Ambrose desde la temporada uno podemos apreciar que es un alma torturada. Manifiesta una particular incapacidad para expresar sus emociones de manera verbal, especialmente con su esposa, y tiene una afición extraña al dolor físico que satisface manteniendo relaciones sexuales con una mujer que disfruta causar heridas a sus amantes. Pero el origen del dolor de Ambrose proviene de un pasado nebuloso —que se nos revela un poco más en la segunda temporada— que tiene que ver con un episodio en el que él mismo se sintió como un pecador; de ahí su empatía con los personajes sombríos que busca de alguna manera proteger, a pesar de que son evidentemente culpables de actos siniestros. Probablemente lo que impulsa Ambrose es la seguridad de que en el mundo en el que vivimos nadie puede ser completamente bueno y aquellos que son victimarios muy probablemente hayan sido previamente víctimas. El dolor genera dolor. 

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Aunque hay otros elementos secundarios que aparecen con regularidad en las encarnaciones del detective, en el cine o en la literatura, como en aficiones refinadas como la poesía, la ópera, el golf, la literatura o en el caso de Ambrose, la jardinería; lo cierto es que, en esencia, podemos dejarlos de lado en este primer acercamiento al arquetipo del detective. Finalmente, sobra señalar la impecable factura técnica de las dos temporadas de The Sinner, así como la calidad de sus argumentos. En ese sentido, hay que reconocer el trabajo de Netflix en la producción de buenas series de temática criminal. Por poner dos ejemplos adicionales podemos mencionar The Fall, con una estupenda Gillian Anderson, y Mindhunter, una de las mejores series noir de la actualidad.

 

Sin embargo, hay que hacer una mención especial para Bill Pullman quien teje a un Harry Ambrose realmente entrañable. Desde el lenguaje corporal que utiliza hasta el tono de voz, son ideales para construir a un personaje que en la primera temporada funcionaba más como un secundario importante que se roba la función y en la segunda se hace del protagónico por derecho propio. Netflix ha anunciado ya la tercera temporada de The Sinner en la que el actor volverá a aportar su intrigante presencia para dar vida a Harry Ambrose, quien tendrá que enfrentarse al crimen más perturbador y peligroso de toda su carrera.

 

Aunque en este breve ensayo he utilizado la figura de Harry Ambrose para ejemplificar la encarnación del prototito del detective en el relato cinematográfico, no sobra señalar que en la historia del séptimo arte ha habido muchos otros grandes ejemplos de detectives que encajan en este conjunto de caracteristicas señaladas. Aunque ese sería otro tema para un ensayo más amplio, y la lista resultaría demasiado larga, se pueden hacer algunas menciones especiales empezando por el Philip Marlowe de The Big Sleep (Howard Sleep, 1942) y el Sam Spade de la soberbia The Maltese Falcon (John Huston, 1941), interpretados ambos por un inolvidable Humphrey Bogart, que se convirtieron en grandes estandartes del film noir. También hay que mencionar al sardónico Jake Gittes interpretado por Jack Nicholson en la fantástica Chinatown (Roman Polanski, 1974), y que probablemente constituye el último detective de la época clásica del cine negro. 

Por último, el final del siglo XX y las primeras dos décadas del XXI nos han traído interesantes revisiones del arquetipo del detective, las cuáles han hecho énfasis en el viaje personal e introspectivo de los protagonistas. De bote pronto pienso en la agente del FBI Clarice Starling interpretada por Jodie Foster en The Silence of the Lambs (Jonathan Demme, 1991), quien se enfrenta a la violencia feminicida de un asesino en serie y a uno de los villanos más espeluznantes de todos los tiempos: el Dr. Hannibal Lecter. También viene a mi mente el melancólico detective William Somerset (Morgan Freeman) de Seven (David Fincher, 1995), que a pesar de saber que el mundo es un lugar lleno de horrores decide seguir luchando por él; y, por supuesto, pienso en Rick Deckard (Harrison Ford) y en el Agente K (Ryan Gosling) de la saga conformada por Blade Runner (Ridley Scott, 1982) y Blade Runner 2049 (Denis Villeneuve, 2017), quienes representan la variante del detective filosófico y existencial muy representativa del neo noir.

El autor forma parte del equipo editorial de CINEMATÓGRAFO.

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