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Reseña
Destroyer
por Pablo Andrade

3 de enero de 2019

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Destroyer (2018) es una cinta neo noir protagonizada por Nicole Kidman y dirigida por Karyn Kusama. Una película dura, violenta y desesperanzadora: auténtico cine negro. Da gusto empezar el 2019 con una buena película noir después de un año en el cual no abundaron las propuestas de este tipo de filmes —se pueden mencionar excelentes películas pertenecientes a la estética noir de años previos como You Were Never Really Here (Lynne Ramsay, 2017) y The Nile Hilton Incident (Tarik Saleh, 2017).

 

La película de Kusama nos cuenta la historia de la detective Bell —interpretada con fiereza por Kidman— un personaje corroído por el tiempo, con un pasado desolador y un presente decepcionante, cuyo talento parece recaer exclusivamente en la ejecución de actos de extrema violencia amparada por una placa de policía. Lo único que mantiene a personajes como Bell en el mundo de los vivos, y no en el inframundo de donde parecen provenir, es un profundo deseo de venganza que va ligado a la idea de cierto tipo de redención y el restablecimiento de un statu quo perdido por sus acciones cometidas en el pasado. En este caso, Bell formó parte hace 17 años de una misión encubierta para atrapar al líder una peligrosa y sanguinaria banda de asaltabancos; sin embargo, malas decisiones de su parte malograron la misión y al ser descubierta por Silas, nombre del villano y líder de la banda, éste emprende un doloroso ajuste de cuentas que arruina la vida de Bell. Las secuelas de este pasado turbulento persiguen a la aguerrida detective en el presente y van destruyendo todos los aspectos de su vida incluida su frágil relación con una hija adolescente que la detesta. Lo único que la mantiene con vida es el anhelo de encontrar y dar muerte al huidizo Silas.  

Tras esta arquetípica historia de venganza hay algunas variaciones interesantes que vale la pena mencionar. En primer lugar, se trata de una cinta cuyo personaje central es una mujer y no la figura masculina tan dominante en este tipo de cine. Además, se trata de una mujer en ruinas: una figura casi esquelética, demacrada, con una mirada insondable que recuerda más a la de un moribundo que a la de un ser vivo. Bell es un ente destructivo tal como si la vida no pudiera prosperar alrededor de ella. Su vida se destruye a la par que ella destruye otras vidas. Su hija adolescente le reclama constantemente que no puede recordar ni un momento feliz en su infancia, que nunca ha podido verla como una madre porque nunca se ha comportado como tal. Para Bell, la única redención posible es la de saldar cuentas con su pasado y después, desaparecer de la vida de su hija para que pueda tener un futuro distinto al suyo.

Pero tampoco debemos olvidar que esta cinta no solo está protagonizada por una mujer, sino que también está dirigida por una. Kusama, se revela como una directora con gran pulso narrativo, capaz de crear atmosferas tensas y secuencias duras. Además, destaca su labor en el bordado de los personajes y convierte a la película —que, como ya hemos dicho, se trata de una clásica historia de venganza— en un ensayo sobre la ruindad del alma humana. Creo que ahí radica en gran parte el atractivo de este tipo de películas y personajes, en la posibilidad que tenemos de identificarnos más plenamente con historias donde la vileza, la bajeza, la mezquindad, y la maldad tienen un lugar central por encima de los valores y características tan inalcanzables de los héroes clásicos. Tal vez, aunque suene duro, el cine negro siempre ha sido un espejo más objetivo para ver a través de él a las sociedades contemporáneas.

 

Sin embargo, aunque en primera instancia pareciera que el cine noir se regodea en la oscuridad y la desesperanza, este tipo de películas siempre se encaminan a un concepto superior: la redención. No importa qué tan vil sea nuestro antihéroe o qué tan sórdido sea su pasado, ni que tan arruinado sea el universo donde se desenvuelve, siempre tiene una última oportunidad de redimirse a través de una única acción —que muchas veces incluye el auto sacrificio— que enmiende por lo menos en parte los erros cometidos, que le regrese al mundo un equilibrio perdido y que, sobre todo, abra una ventana a la esperanza de un futuro diferente, más luminoso. En Destroyer, la venganza que emprende la detective Bell, aunque tenga como objetivo aparente un simple ajuste de cuentas, se trata en realidad de una cruzada por ajustar un orden en el cual un hombre sádico y peligroso como Silas está libre; una misión correctiva, una rebelión ante la realidad, una empresa revestida de un sentido de justicia que no tiene que ver con las leyes y con las normas establecidas y sí con el entendimiento de que el mal debe ser combatido, acorralado y exterminado porque ese es el único camino posible para aquellos que buscan la redención. En ese sentido, basta con ver la escena en la que Bell habla con su ex esposo para pedirle que tome sus ahorros y se lleve a su hija lejos de la ciudad y de ella misma, porque sólo así tendrá sentido toda la sordidez insalubre de su terrible pasado: “que al menos una cosa buena salga de toda mi mierda”, le dice a su ex pareja.  

Así pues, Destroyer se presenta como un buen augurio para un nuevo año cinematográfico y brilla por méritos propios, destacando una dirección seria y eficaz y una actuación principal entrañable por parte de Nicole Kidman. Que el 2019 sea un año de nuevos arquetipos en el cine negro: más heroínas (o anti heroínas si se quiere) y menos femmes fatales

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