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Esta reseña es tramposa. Es, en principio, una reseña de la serie de Netflix basada en las primeras cuatro novelas del escritor cubano Leonardo Padura sobre su personaje Mario Conde: un ex policía que ha pasado toda su vida en la seductora, aunque empobrecida, ciudad de La Habana y que después de renunciar a su trabajo en el cuartel sobrevive pateando las calles habaneras en busca de libros viejos para su compraventa y, ocasionalmente, como detective privado. Pero a la par —y esta es casi la verdadera razón— es un pretexto para hablar, si bien tangencialmente, de la literatura policiaca de Padura. 

Cuatro estaciones en La Habana es el nombre que recibe la adaptación de las novelas Pasado perfecto, Vientos de cuaresma, Máscaras y Paisaje de otoño —cada una es un capítulo de esta mini serie—, protagonizadas por el que debe ser el detective caribeño más famoso del mundo: Mario Conde. Los cuatro episodios que conforman la serie; a decir, Vientos de La Habana, Pasado perfecto, Máscaras y Paisaje de otoño, van envolviendo a Conde en situaciones que le dejarán explorar el lado más oscuro de la sociedad cubana contemporánea y la permitirán explorar diferentes escenarios que en conjunto construyen el mosaico misterioso que es La Habana. Así, durante el desarrollo de los capítulos Conde tendrá que resolver los asesinatos de una maestra del preuniversitario, de un directivo del Ministerio de Industrias, de un travesti hijo de un diplomático cubano del régimen castrista y el de un funcionario que en el pasado se dedicó a dirigir las expropiaciones de obras de arte requisadas a la burguesía después de la revolución. No sobra señalar que el primer episodio Vientos de La Habana fue estrenado en cines y tuvo su paso por el Festival de San Sebastián en el año 2016.

Leonardo Padura ha contado en varias ocasiones que cuando creó al personaje de Conde él quería escribir una novela negra diferente a las que se habían escrito en Cuba en los años setenta y ochenta, las cuales tenían un trasfondo político de corte aleccionador que no le gustaba. Así, a finales de los ochenta, Padura se dio a la tarea de escribir Pasado Perfecto —cuya primera edición fue curiosamente mexicana— libro que le presentó al mundo a Mario Conde. “El Conde”, como a Padura le gusta llamarlo, es un personaje sacado de la mejor tradición de la novela negra y puede comparársele con el Marlowe de Chandler y el Spade de Hammett gracias a su cinismo y aguda inteligencia para resolver casos; sin embargo, Padura lo ha dotado de un bagaje generacional que lo hace realmente atractivo tanto para los lectores asiduos cuanto para aquellos que descubran al personaje a través de la serie. 

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Cuatro Estaciones
en la habana

Año: 2016

 

Creador: Leonardo Padura (basado en sus novelas)

Director: Félix Viscarret

Guión: Félix Viscarret, Lucia López y Leonardo Padura

Elenco: Jorge Perugorría, Juana Acosta, Carlos Enrique Almirante, Mario Guerra, Raymond Miranda, Jazz Vilá. 

Fotografía: Pedro J. Márquez

Transmisión inicial: Netflix

23 de mayo de 2019

por Pablo Andrade

Así, los cuatro capítulos ocurren en un momento de la vida de El Conde que coincide con el llamado "periodo especial" de la década de los noventa cuando la isla vivió su periodo de escases más fuerte. De esta manera, Conde es un personaje desde el cual Padura observa constantemente la realidad cubana y especialmente la experiencia de toda una generación que vivió la intensa segunda mitad del siglo XX cubano que incluye la revolución barbuda, la construcción de nuevas utopías —con sus respectivas crisis y fracasos—, la caída de la Unión Soviética y largos periodos de incertidumbre que han hecho de la isla caribeña uno de los países más extrañamente melancólicos de todo el mundo.  Para decirlo en otras palabras: el aire nostálgico y desencantado del ex policía devenido detective y vendedor de libros usados, escritor frustrado y perdedor crónico, parece ser un espejo de los sentimientos de un cubano promedio que ha vivido lo mismo que él. Conde, así como La Habana, escenario de sus aventuras y un personaje más en el universo de Padura, parecen constantemente rememorar tiempos mejores y soñar con futuros que parecen inalcanzables.

Precisamente esos fueron los retos del cineasta español Félix Viscarret a la hora de crear una serie basada en las primeras cuatro novelas del ex policía. En primer lugar, la de encontrar a un actor adecuado para encarnar a Mario Conde, quien además resulta ser el único personaje que Padura no describe físicamente en ninguna de sus novelas —ya que su intención es que pueda ser cualquier cubano. En ese sentido, hay que señalar que Jorge Perugorría, famoso por su papel en la cinta nominada al Oscar Fresa y chocolate (Tomás Gutiérrez Alea & Juan Carlos Tabío, 1993), cumple con creces la tarea de ponerle un rostro al mítico Conde y con la todavía más difícil labor de expresar a través de él la experiencia generacional de los cubanos nacidos en las décadas de los cincuenta y sesenta. Para ello, ayuda que Perugorría sea habanero, y que haya vivido muchas de las experiencias que también vivieron Padura y miles de cubanos en la segunda mitad del siglo XX. 

Por otro lado, Viscarret también necesitaba retratar a La Habana como la otra gran protagonista de la serie tal como sucede en los libros. La mítica ciudad caribeña es el espacio donde se impregnan las experiencias nostálgicas, melancólicas y ciertamente sórdidas de El Conde, es también un cuerpo viviente que exuda las tristezas y esperanzas de un pueblo y en cuyas calles se puede encontrar manifestaciones culturales tan llamativas cuanto disímiles que van desde el son, la timba y la rumba, hasta la santería y la magia negra. A esto hay que sumarle que Padura suele envolver a La Habana en una dimensión histórica que permite al lector no solamente imaginar la urbe contemporánea, sino también a la antigua villa española y sus demás facetas a lo largo del tiempo. Todo eso y más debía ser retratado en imágenes y para eso Viscarret recurre a las herramientas propias del cine noir. Si bien, La Habana que describe Padura en sus novelas es intransferible al formato de la serie gracias a la dimensión histórica que el autor suele utilizar en sus relatos; también es cierto que la ciudad que vemos en pantalla gana mística por los planos oscuros y contrastados de Viscarret; su presencia se despliega en todos los capítulos y, sobre todo en las escenas nocturnas, la ciudad se erige como la protagonista absoluta. Destacan los planos de una neblina misteriosa que se arrastra por las calles habaneras, aparentemente vacías, y que van acompañadas del lamento de una trompeta que acentúa la esencia neo noir de la serie.

No sobra señalar que las novelas de Leonardo Padura sobre Mario Conde han sido de tal éxito que se han publicado otras cinco desde Paisaje de otoño. La última de ellas, La transparencia del tiempo, que salió al mercado apenas el año pasado, está ambientada en el 2015 —el año anterior la muerte de Fidel Castro. Luce improbable que se produzca una segunda temporada de esta serie que algunos han llamado “noir caribeño”. No obstante, las historias contenidas en las siguientes cinco novelas que abarcan las experiencias de El Conde en el nuevo milenio parecen idóneos para continuar retratando a una ciudad de La Habana que va adaptándose como puede al mundo moderno. 

En conclusión, Cuatro estaciones en La Habana, disponible en Netflix, es una interesante opción para los admiradores del género noir y puede servir para que el espectador se acerque a las novelas de Leonardo Padura sobre Mario Conde: detective privado, pero, ante todo, un nostálgico observador de la realidad cubana.

El autor forma parte del equipo editorial de CINEMATÓGRAFO.

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