Reseña
Blade Runner 2049
por Pablo Andrade
20 de octubre de 2017
Memoria y autodeterminación
Blade Runner 2049 es la muy esperada secuela del clásico original de Ridley Scott —titulada simplemente Blade Runner— una cinta que ha tenido una vida pública tan extraña cuanto ascendente desde el momento de su estreno en 1982, decepcionante en términos de taquilla, hasta llegar a convertirse en una verdadera película de culto en parte gracias a su Director’s cut de 1992 y a un Final Cut de 2007.
Más allá de las diferentes versiones que existen de la película, el culto que existe alrededor de Blade Runner se debe a la profundidad y la cantidad de temas que aborda —extraños en lo que pretendidamente iba a ser una película de acción ochentera— que son tratados desde una estética, si es posible decir ambas, tanto distópica cuanto preciosista.
De esta manera, la condición humana, la inteligencia artificial, la evolución de los valores judeocristianos, la globalización, la identidad del individuo, el híper mestizaje de culturas, idiomas y religiones, e incluso las consecuencias del cambio climático son las temáticas que en la cinta original se mezclan en una historia de detectives futurista —que algunos catalogan como precursora del Neo Noir y el Cyberpunk— que desencadenaba en un una crisis existencial del protagonista Rick Deckard (Harrison Ford), un Blade Runner jubilado que debe volver para un último encargo: “retirar” a seis replicantes —seres genéticamente creados, iguales en inteligencia y superiores en fuerza a los humanos prohibidos en la tierra después de un motín violento ocurrido en una colonia espacial en donde trabajan como esclavos.
No voy a detenerme demasiado en el consabido hecho de que dicha crisis es representada a través de la duda permanente que circunda alrededor del personaje de Ford, del cual llegamos a desconocer su verdadera naturaleza. ¿Es Deckard un replicante? En este contexto, treinta y cinco años después, llega Blade Runner 2049, del director canadiense Dennis Villeneuve, situada tres décadas después de los hechos acontecidos en la película original.
Creo que lo primero que hay que decir es que la película de Villeneuve se enfrentaba al reto mayúsculo de librar la inevitable comparación con el filme de Scott —considerado por muchos como una película en estado de gracia—; de ser fiel a la temática y a la estética de la película original pero, al mismo tiempo, de imponer su propia visión del universo Blade Runner.
Personalmente creo que Villeneuve lo ha logrado. Es cierto que Blade Runner 2049 no es superior a la cinta original —aunque no creo que su valor radique en dicha comparación—; sin embargo, es una joya por sí misma que convive y dialoga con la obra maestra de Ridley Scott. A través de una propuesta visual francamente espectacular —la película es un triunfo técnico indiscutible— la cinta de Villeneuve profundiza en todos los temas de la primera parte centrando su atención particularmente en los mecanismos de la memoria humana y la naturaleza engañosa de los recuerdos.
En Blade Runner 2049 el protagonismo recae en el agente K (Ryan Gosling) un nuevo Blade Runner que recibe la misión de “retirar” a un individuo que puede comprometer las frágiles líneas divisorias que aun separan a humanos de replicantes. Todo se complica para el agente K cuando una serie de pistas sugieren que el sujeto al que está buscando es él mismo lo que agrega interesantes capas de lecturas a la película.
Por ejemplo, el personaje de Gosling es un individuo desprovisto de identidad —siquiera tiene nombre— que lleva una vida carente de objetivos, de sentido alguno más allá de retirar a los replicantes que aun huyen. De esta manera, para el agente K la posibilidad de que el individuo que busca sea él mismo le da posibilidad de tener una existencia tangible, de “ser alguien” y además se acentúa la lectura de que el centro el corazón de la historia sea la búsqueda de la propia identidad.
La búsqueda de K lo llevará a cuestionar la verdadera naturaleza de sus recuerdos —recursos invaluables para asegurarnos de ser quienes decimos ser— lo que deviene en una muy interesante reflexión sobre la memoria. Por ejemplo, se pone en entredicho nuestra capacidad para recordar un hecho tal como ocurrió en realidad, lo que nos lleva a cuestionarnos si la memoria humana no es más un mecanismo creativo, en el que importa más la imaginación, que una mera herramienta de registro.
No viene mal apuntar que en el universo de Blade Runner los recuerdos son implantes en la mente de cierto tipo de replicantes —una pieza más de un organismo artificial— cuya finalidad es brindarles un bagaje emocional que les permita parecer “más humanos”. Blade Runner 2049 continua en la reflexión sobre la esencia de la condición humana al sugerir que si un recuerdo es múltiples veces alterado por su poseedor hasta convertirse en una “creación” entonces poco importa el suceso original —o si es un implante— sino lo que nos dice actualmente de nosotros mismos.
Por otro lado, la cinta de Villeneuve es una apología a la búsqueda de trascendencia y de sentido por parte del individuo. Este es uno de los elementos más emocionantes de la cinta pues los personajes principales se ven múltiples veces presionados por fuerzas externas a ellos —muchas veces fuerzas colectivas— para que hagan determinadas cosas por causas específicas.
Sin embargo, la película reivindica constantemente la capacidad de autodeterminación de los individuos. Así, los protagonistas de la película, el agente K y Rick Deckard —interpretado nuevamente por un excelente Harrison Ford— manifiestan arcos emocionales que los llevan a refrendar sus decisiones y convicciones frente aquellos que quieren convencerlos de lo contrario y de esta manera alcanzar el valor más alto que pueden tener los humanos: la libertad.
Finalmente, ¿nos revela en Blade Runner 2049 la verdadera condición de Deckard? Como siempre, las preguntas son más interesantes que las respuestas; sin embargo, creo que es posible adelantar que en esta ocasión es más importante lo que el viejo Blade Runner tenga que decir sobre sí mismo y su respuesta a la pregunta que nos hacemos todos: ¿quién soy yo?