El Infiltrado del KKKlan (2018), la cinta más reciente del director estadounidense Spike Lee —que cuenta con 6 nominaciones a los Premios Oscar, entre ellas mejor película, mejor director, mejor guion adaptado y mejor actor de reparto para Adam Driver— es una película (con tonalidades de comedia ácida, pero también de drama) que pone en la pantalla un tema recurrente en las sociedades contemporáneas: la discriminación racial.
El largometraje cuenta la historia de Ron Stallworth, interpretado por John David Washington, quien en la década de los setenta trabajó como agente en el Departamento de Policía de Colorado Springs y, después de ascender en la escala burocrática de la institución, encabezó una investigación encubierta para detener a un grupo local del Ku Klux Klan (KKK). Hay que agregar la ironía de que Ron Stallworth es un policía afroamericano —el primero de la ciudad— y, por ese motivo, para realizar la operación tiene que mantener un contacto estrictamente telefónico con el núcleo duro de la organización y hacerse pasar por un supremacista blanco.
En la trama, Stallworth cuenta con la colaboración de su compañero Flip Zimmerman (Adam Driver), de origen judío, que se hace pasar por él en las reuniones presenciales con los miembros del KKK. Ambos guían la investigación más relevante en la historia del departamento de policía local. A través de las miradas de Stallworth y Zimmerman, quien también tiene la oportunidad de experimentar el antisemitismo del KKK, somos testigos del contexto político y social de la época —donde la segregación y violencia étnica, y política, eran prácticas normalizadas en innumerables comunidades de Estados Unidos.
La irónica y rocambolesca situación da para muchas situaciones cómicas, pero que de ninguna manera son triviales o superfluas. Por el contrario, son la base para que la cinta se convierta en un gran óleo del racismo más recalcitrante de la sociedad estadunidense durante la última mitad del siglo XX y hasta del siglo XXI —de hecho, para este último tramo, Spike Lee recurre a un efectivo y triste lente documental.
Esta obra se convierte en un punto álgido en la filmografía de Spike Lee, quien cuenta con muchas joyas: desde la clásica Do the Right Thing (1989) hasta Chi-Raq (2015), y, desde luego, Malcom X (1992), 25th Hour (2003), Oldboy (2013) y el documental 4 Little Girls (1997), entre muchas otras. Lee es un director sofisticado y elegante que se ha caracterizado por ser un luchador de los derechos civiles de la comunidad afrodescendiente en Estados Unidos. En ese sentido, El Infiltrado del KKKlan no es la excepción: por aquí levanta la voz para hacer notar que la discriminación y los discursos de odio persisten en la sociedad estadunidense y en prácticamente todo el mundo, a través de distintas prácticas y diferentes mensajeros.
Por ello no es casual que la cinta vaya de la ironía a la comedia, para hablar de temas ásperos; por ejemplo, cuando Ron y Patrice (Laura Harrier) —presidenta de la Unión de estudiantes afroamericanos de The Colorado College, con quien Ron mantiene un velado romance— sostienen una plática en la que plantean cosas que para ellos en ese momento de la historia les parecía poco menos que imposibles: la elección de un presidente afroamericano, por ejemplo. Del mismo modo, Ron y sus colegas discuten la improbabilidad de la pesadilla de que un presidente defienda abiertamente, desde la Casa Blanca, a grupos supremacistas.
En este sentido, no sobra señalar las continuas y claras referencias al presidente Donald Trump. Incluso la interpretación del líder de la organización del KKK —David Duke “El gran mago” (Topher Grace)— parece una encarnación paródica de Trump. Dicho personaje lanza continuos mensajes racistas y de odio; e incluso suelta una frase que bien podría imaginarse que proviene de la boca del actual presidente estadunidense: “la política es una forma de vender miedo”. Al parecer, nuestras sociedades son grandes consumidoras de dicha mercancía.
Lo anterior cobra especial relevancia en la actualidad: cuando dichos discursos de odio no solo continúan en las plazas públicas, sino que también ya están presentes en redes sociales y se escuchan con más frecuencia de la que pensamos en los pasillos de los recintos de poder. Por ello la cinta, sin lugar a dudas, debe cuestionar nuestro papel como ciudadanos: sobre cómo nos involucramos en la toma de decisiones, y si verificamos y contamos con fuentes confiables de información. Así, El Infiltrado del KKKlan es una cinta que pasará a la posteridad: en primer lugar, por su gran factura, pero también por mostrar una realidad que no fue del todo removida y que en la actualidad sigue siendo tan vigente como en aquel entonces, sólo que comandada desde la Casa Blanca. Ni más ni menos.