top of page
Uno de los eventos más frustrantes en la vida de un escritor es el bloqueo creativo, ese recalcitrante estado mental en el que simplemente las palabras no se manifiestan sobre el teclado y uno termina, verdaderamente, desperdiciando su tiempo con nimiedades de la era digital. En el cine hemos visto ya este tópico con tratamientos bastante diversos; desde la bizarra y surrealista visión de Charlie Kaufman en Adaptation (Spike Jonze, 2002), el majestuoso horror psicológico de Stanley Kubrick en The Shining (1980), o más recientemente en la ácida sátira a la sociedad literaria coescrita por la reciente nominada al Oscar Greta Gerwig, y por Noah Baumbach, Mistress America (Noah Baumbach, 2015).
Así, el venido a menos Roman Polanski decide adaptar el libro escrito por Delphine de Vigan. Es la historia de Delphine (Emmanuelle Seigner), una escritora francesa con un reciente éxito abrumador: una novela en la que relata la historia de su familia, en particular de su madre. Las ventas son apabullantes, pero también lo son las recurrentes cartas anónimas que recibe con amenazas y rechazo total por convertir a su madre en la protagonista de su texto, y por poner el nombre y reputación de su familia en el ojo público. Delphine es solitaria (¿el eterno espectro de los escritores?), tímida y cerrada a las emociones que le rodean. Esa falta de autoestima la atormenta cuando prepara su próxima novela, su primer acercamiento a la ficción literaria, y se pregunta si tiene la inteligencia y creatividad suficiente para satisfacer a sus lectores, que cada vez son más, lo que la lleva a tener un frustrante bloqueo creativo. Durante una firma de libros se ve seducida por una atractiva e imponente fan, una mujer de semblante fuerte y ojos azul infernal llamada Elle, interpretada por la siempre atemorizante Eva Green. Delphine admira todo lo que Elle representa: seguridad, inteligencia, autocontrol y creatividad. La antítesis de la misma Delphine, al menos como ella lo ve; y no es sorpresa que comience una ambigua relación de codependencia. En Elle, Delphine ve el impulso que necesitaba para por fin escribir palabras en el procesador de texto que la intimida día con día. En Delphine, Elle ve la forma de depositar su control en alguien y poner a prueba su inteligencia y ambición.
Mucho le debe Polanski a Misery (Rob Reiner, 1990), basada en la novela de Stephen King, otra historia sobre la amistad enfermiza de un escritor con su “fan número uno”. Y si bien, Basada en Hechos Reales tiene todos los beats dramáticos de un thriller, lo realmente interesante reside en la disertación que hace sobre qué es lo que impulsa a una mente creativa a, pues, crear. ¿De dónde surgen las ideas?, ¿por qué estructuran los autores sus novelas de tal o cual manera?, ¿cómo nacen los personajes de los cuales los lectores conoceremos hasta su más íntimo secreto?, ¿existe en el autor una aproximación ética con sus personajes y su entorno?, ¿cómo se les hace justicia?, ¿en qué momento se empieza a abusar de ellos? Delphine tiene muchos vicios de los cuales padecen los autores; el director los aprovecha para crear su análisis sobre la responsabilidad de los mismos y sobre qué tanto tiene un artista que complacer a su posible público.
No es sorpresa que el argumento de un típico thriller psicológico tome un giro narrativo un tanto radical hacia la mitad de su metraje. Se convierte en un experimento más bien abstracto, que serviría tal vez para estudiar la psique del autor; sobre todo si tomamos en cuenta que este filme está también escrito por el cineasta francés Olivier Assayas, cuyo trabajo en cine se caracteriza por arriesgar la narrativa convencional —la mayoría de las veces son estudios casi ensayísticos de sea cual sea el tema en cuestión. Lo vimos el año ante pasado en su laureada Personal Shopper (2016), que le otorgó a Assayas la Palma de Oro a Mejor Director en Cannes. Aquella película tomaba la premisa ya muy manoseada de la chica siendo acechada por una presencia sobrenatural (por algo en México la subtitularon Fantasmas del Pasado), para estudiar más bien el fenómeno de la soledad y la muerte en la era digital. Pero es precisamente ese arriesgado recurso narrativo de Assayas lo que delata la deficiencia de Basada en Hechos Reales.
Personal Shopper, no padece del aletargamiento de Basada en Hechos Reales, porque su enfoque es —por decirlo de alguna manera— intelectual, mientras que la segunda se enfoca más bien en el sosegado misterio de la fan controladora sobre la artista en decadencia; y, por tanto, no hay mucho misterio, porque en el texto no es lo que realmente importa. No ayuda mucho que los personajes sean unidimensionales, quiero creer que ello se debe al enfoque cerebral del guion, uno que los volvía más bien arquetipos de uno de los ensayos cinematográficos de Assayas. Y tampoco contribuye que el rango actoral de las dos protagonistas sea mínimo. Se debe en buena medida a un pobre trabajo de dirección. Se nota que sus actuaciones pisan sobre el óleo de sus personajes, pero no pintan sobre éste. Emmanuelle Seigner desluce y se desdibuja con el tiempo sin nunca atraer interés hacia su personaje; y Eva Green repite la representación de la femme fatale de ojos diabólicos y voz rasposa que tanto ha interpretado en trabajos previos. Hay un par de momentos de comedia (¿involuntaria?) que llamaron mi atención por lo burdo de su ejecución; destaca el de Eva Green rompiendo una licuadora con un rodillo de cocina —ha sido el momento que más me ha hecho reír en el cine en lo que va de este año.
El enfoque intelectual del guion de Basada en Hechos Reales me sedujo, pero la cina se siente incompleta por el tratamiento de su director y su entorpecida edición. Resulta interesante como objeto de análisis, pero es más probable que a la mayoría le cause enajenación y hasta dolor de cabeza. El filme hubiese funcionado mejor con un tratamiento experimental y no uno convencional con el que opta Polanski. No que uno sea mejor que el otro. En todo caso, Polanski ha perdido poco a poco la innegable solvencia narrativa de su cine de los sesenta y setenta. Aquí quiere hacer un thriller metódico “by the numbers”; pero desafortunadamente el guion no tiene la fuerza para generar esa tensión. No porque esté mal escrito, sino porque las ambiciones del mismo van hacia el polo opuesto. Se apreciaría mucho más la visión avant-garde de Assayas. Si éste hubiese ocupado la silla de director la experiencia cinematográfica hubiera estado completa.
bottom of page