Gracias, Barbie, por inventar el feminismo... o al menos por el intento.
En 2021, Warner Bros encendió los reflectores sobre uno de sus proyectos más esperados en la vasta constelación de Hollywood: Barbie. Esta vez, la historia de la muñeca creada por Ruth Handler sería llevada a la pantalla grande por Greta Gerwig, cuyas obras previas, como Ladybird (2017) y el famoso remake de Little Women (2019), nos han permitido apreciar su destreza para explorar la female gaze. Con el anuncio de la producción de Barbie, las expectativas se dispararon, y la campaña de marketing no hizo más que avivar las llamas de la anticipación. Este proyecto representaba un desafío peculiar para Gerwig, dado su reconocido talento para capturar la esencia de la mirada femenina en una película que prometía ser un encuentro melancólico entre la icónica muñeca y las generaciones de mujeres que han crecido con ella.
La película arranca con un guiño a 2001: A Space Odyssey (Stanley Kubrick, 1968), con un monólogo que reflexiona sobre el impacto de Barbie desde su nacimiento en los años cincuenta. A pocos minutos, se critica sutilmente la limitada gama de juguetes para niñas de la época, sugiriendo que Barbie rompió moldes... y no solo los de porcelana. “Gracias a una Barbie, hemos solucionado todos los problemas del feminismo y la igualdad de género”, nos ironiza Greta mientras nos sumerge en Barbieland.
Lo que sigue es un festín de plástico rosa, un tributo a esos años dorados de nuestra infancia, adornado con todos los excesos y encantos del universo Barbie. Margot Robbie, como nuestra Barbie, despierta al ritmo contagioso de "Pink" de Lizzo, y nos sumerge en su cotidianidad surrealista, en la que la perfección es tan tangible como el plástico que la rodea. En este mundo, Barbie no camina; ella flota graciosamente de una escena a otra, reviviendo el modo en que las niñas solían jugar con ella: llevándola con la mano de un escenario a otro, como si estuviera volando. Este detalle, uno de los primeros y más nostálgicos guiños, nos permite admirar el meticuloso diseño de producción, una recreación fiel de los icónicos juguetes de Mattel que capturan la esencia de esos momentos de juego que permanecen en nuestra memoria.
Barbie disfruta de sus días perfectos en Barbieland, rodeada de amigas que también llevan el título de Barbie, salvo por algunas excepciones notables que son vistas como extensiones de su universo —entre ellas, Skipper, la hermana menor, y Midge, la Barbie embarazada que Mattel decidió descontinuar. Sin embargo, su existencia idílica se ve complementada, y a veces interrumpida, por Ken (Ryan Gosling), quien solo logra tener un buen día cuando está en la presencia de Barbie. Este Ken, proyectado como un personaje frágil, ridículo y dependiente, subraya de manera humorística la dinámica de poder en Barbieland. Curiosamente, este retrato de Ken evoca un fenómeno peculiar: nosotras, las niñas de aquel entonces, frecuentemente optábamos por emparejar a Barbie no con Ken, sino con Max Steel —el contraparte más "masculino y peligroso". Parece que incluso en el mundo de los juguetes, la emoción del "chico malo" tenía su atractivo, relegando a Ken a un segundo plano, algo que la película no duda en puntualizar con un guiño cómplice.
El verdadero cambio irrumpe cuando Barbie confronta su "primer pensamiento de muerte", una revelación que desata una tormenta de dudas existenciales. Este giro la catapulta, junto a un desprevenido Ken, hacia el abrasivo mundo real, un escenario crudo que no tiene cabida para su revolución de plástico rosa. Aquí, la crítica social adquiere un nuevo nivel de intensidad. Barbie, con su innato optimismo, intenta aplicar las soluciones color de rosa de Barbieland a los complejos problemas del mundo real y choca, de manera espectacular, contra un muro de misoginia y machismo. Este mundo, marcado por la desigualdad y la discriminación, presenta un desafío abrumador para nuestra heroína, que había vivido ajena a tales prejuicios.
A medida que Barbie lucha por navegar este nuevo entorno, Ken descubre, para su sorpresa y eventual deleite, que el patriarcado actúa como un inesperado aliado, otorgándole una sensación de poder y privilegio desconocidos en Barbieland. La película ingeniosamente utiliza esta dinámica invertida para subrayar un punto crítico: el desdén que Ken experimenta en su utopía de plástico es un reflejo distorsionado del menosprecio y la lucha cotidiana que enfrentan las mujeres en el mundo real. A través de este espejo crítico, "Barbie" no solo explora las desigualdades de género sino que también pone en evidencia la estructura patriarcal que las sustenta.
En este contexto tumultuoso, se introduce Gloria, una figura que se convierte en la inesperada guía y mentora de Barbie. Su relación es compleja: Gloria es tanto el símbolo de una realidad implacable como la brújula moral que ayuda a Barbie a comprender las verdaderas implicaciones de sus acciones y las limitaciones de su perspectiva color de rosa. Juntas, enfrentan la ardua tarea de desentrañar y desafiar las normas y expectativas que definen ambos mundos, en un intento de encontrar un equilibrio entre la fantasía y la cruda realidad.
Barbie se promocionó como la vanguardia de Hollywood para el empoderamiento femenino, pero a pesar de sus loables esfuerzos, no logra alcanzar la profundidad esperada. La película coquetea con la noción de Barbie como una "salvadora blanca", un concepto que choca frontalmente con la realidad cuando se ve confrontada por Gloria, una "madre latina". Gloria actúa no solo como contrapunto a la protagonista, sino también como una crítica viva a los límites del empoderamiento que Barbie, como marca, ha representado históricamente.
Si bien la acogida mundial fue en general positiva, la película nos deja rumiando lo que se podría denominar un "feminismo plástico", que en lugar de profundizar en la complejidad de la lucha feminista, se inclina hacia una versión más superficial y "marketinera" del movimiento. Este enfoque ha sido criticado frecuentemente por su falta de inclusividad y por abordar los temas desde una perspectiva que a menudo ignora las realidades interseccionales, especialmente aquellas que enfrentan las mujeres de color.
No obstante, es innegable que Barbie representa una celebración estética singular, destacando por su dirección femenina, sus vibrantes números musicales, un elenco impresionante y una mezcla de momentos humorísticos y emotivos. Sin embargo, esta brillantez superficial no debe distraernos de su tratamiento algo simplista del feminismo, que ha llevado a debates sobre el denominado "feminismo blanco" y sus críticas. Este enfoque a menudo es señalado por su limitada visión y por perpetuar, involuntariamente, las estructuras de poder que pretende desafiar, subrayando así la importancia de un enfoque más inclusivo y consciente dentro del movimiento feminista.
Barbie llegó a la temporada de premios con un estruendo, asegurándose varias nominaciones a los Oscar 2024, incluidas Mejor actor y actriz de reparto para Ryan Gosling y America Ferrera, respectivamente. Esta oleada de reconocimientos subraya el efecto de la película, aunque no ha logrado aplacar el descontento generalizado, especialmente entre los más fervientes defensores de Greta Gerwig y Margot Robbie. La ausencia de Gerwig en la categoría de Mejor Dirección y la omisión de Robbie como Mejor actriz han avivado una polémica que resuena más allá de los límites de Barbieland, destacando la continua lucha por la equidad y el reconocimiento en la industria cinematográfica.
En conclusión, Barbie podría marcar un hito en la cultura pop; sin embargo, confundirla con un ícono feminista podría ser estirar el chicle rosa demasiado. En el mejor caso es un filme que busca entretener y concientizar aunque a veces el mensaje se pierde entre el brillo y el glamur.
¿Un Premio Nobel? Tal vez en Barbieland. Pero en los Oscar, solo el tiempo lo dirá.
La autora es antropologa de formación pero cinéfila e internauta de nacimiento. Sus temas de interés se centran en la sexualidad, el feminismo y la female gaze en libros y películas.