“¿Qué difícil es ver una película basada en hechos reales ocurridos durante una de las más crueles dictaduras latinoamericanas del siglo pasado y ser consciente que, por muy duro que resulte ver una representación cinematográfica, la realidad fue mucho peor que la ficción. Argentina 1985 (2022), dirigida por Santiago Mitre, comienza su trama en 1984, poco tiempo después de la caída de la dictadura militar —periodo que pomposamente fue llamado “Proceso de Reorganización Nacional”— y la transición a la democracia. El recién electo presidente Raúl Alfonsín decretó el juicio sumario conocido como el “Juicio a las Juntas” contra la cúpula militar acusada de las atrocidades cometidas de 1976 a 1982. Fundamentalmente se retrata cómo el fiscal Julio César Strassera (interpretado por Ricardo Darín) fue nombrado para dar una batalla que, a priori, parecía imposible, pues se trataba de condenar a quienes hasta hace pocos meses dirigían, de forma brutal y sin misericordia, su país. El filme nos cuenta lo que ocurrió antes del juicio, la desidia de sus colegas, las amenazas, el miedo a perder la vida, al tiempo que nos recuerda que el mismo Strassera era fiscal durante la dictadura y en ese momento tampoco hizo nada.
Más allá de la clase de historia, y guía fundamental de derechos humanos, lo verdaderamente difícil al ver Argentina 1985 son las historias de las víctimas. Es desgarrador escuchar algunas pocas (poquísimas) de esas crueldades cometidas por los militares: la absoluta impunidad, el comportamiento inhumano incluso llegando a la burla —cómo olvidar lo dicho por Jorge Rafael Videla, posiblemente el integrante más prominente de la junta militar, a pregunta expresa sobre el estatus de las personas desaparecidas: “es una incógnita: no está, no está ni vivo ni muerto, está desaparecido”.
La película nos expone algunos de los testimonios de las víctimas directas e indirectas de manera desgarradora y eso que no rebasan la decena de testimonios (cuando, solo por desaparición forzada, se calculan más de treinta mil personas desparecidas). Mujeres que fueron violadas, embarazadas cautivas que al dar a luz sus bebés les eran arrebatados para luego desaparecerlos, el testimonio de las madres de Plaza de Mayo, los homicidios, secuestros, torturas, mutilaciones, el terror encarnado y desangrado de manera sistemática por todo el país. Esta representación cinematográfica de los testimonios de las víctimas es probablemente el recurso más atinado de la cinta, pues a través de las grandes interpretaciones del reparto se transmite la desolación y el horror de los crímenes cometidos contra la población civil, sin necesidad de mostrar imágenes explícitamente violentas.
Darín interpreta con mucha solvencia a Strassera, quien al ser un buen abogado y fiscal es consciente de que sus opciones para ganar el juicio pasan por hacerse del favor de la opinión pública. Ahí viene otro golpe al corazón, cuando nos cuentan que lamentablemente un gran segmento de la clase media siempre está dispuesta a justificar las dictaduras, que normalmente las víctimas son culpadas de ser víctimas: “es que era montonero” —en referencia al Ejército Montonero, un grupo guerrillero peronista que se opuso a la dictadura—, “el pibe estaba metido siempre en quilombos” (líos, problemas, desorden)… en otras palabras, el equivalente a decir que la víctima se lo merece por que en algo en estaba metido.
Es muy doloroso identificarse con algo que pasó hace apenas cuarenta años en otro país que no es el propio. Sentir el dolor de las víctimas, sentir la rabia de las madres, el terror de las hermanas, la impunidad, las lágrimas: el dolor y la impotencia; la indolencia social cuando culpamos a la víctimas porque “se lo buscaron”. Si bien es por otros motivos, y en otro contexto histórico, escuchar a las víctimas en la película me hizo recordar a nuestras propias víctimas, en nuestro México y en nuestro tiempo. El dolor que no encuentra empatía, el cinismo, la desidia de autoridades que atienden (o no) a las víctimas.
Las víctimas de la dictadura argentina tuvieron justicia no a través del olvido, sino de la memoria; no por conducto de la violencia y la venganza, sino por una condena formal de los culpables. Formalmente los militares y sus cómplices, la cúpula, fueron declarados culpables de las atrocidades cometidas contra sus propios paisanos. Claramente, Argentina tiene todavía muchas víctimas de otros casos, pero al menos en uno se hizo justicia. Tuvieron una oportunidad histórica y no la dejaron pasar, se enfrentaron de manera valiente a su pasado. Enjuiciaron de inmediato a los dictadores y los condenaron para la paz de las víctimas.
En definitiva, esta cinta es mi favorita para llevarse el Óscar a la mejor película extranjera. Ricardo Darín da muestra de su calidad como actor y estrella, pues sabe manejar perfectamente los momentos del personaje que en momentos pareciera ser protagonista de una ironía, pero de inmediato lo equilibra con una intensidad dramática que pocas veces le he visto. La propuesta ágil, certera y contundente del filme no solo involucra de inmediato en el contexto argentino de la época, sino que de manera brillante entrega una experiencia inmersiva.
Ojalá, en un contexto diferente a una junta militar, pero de violaciones graves a derechos humanos, México pueda algún día —como señala Strassera en la secuencia culminante de la película— renunciar expresamente a toda originalidad para decir esa frase que es de toda Argentina para hacerla nuestra también: ¡nunca más!
El autor es profesor de derecho y defiende derechos humanos como funcionario público.