Hacia 1895 nació en la ciudad de Moscú Arcady Boytler Rososky, precursor del cine sonoro mexicano. El apodado “gallo ruso” emigró a México en 1931, teniendo en su haber una vasta experiencia en el quehacer cinematográfico. Rápidamente se estableció como actor, guionista, productor, director y editor en la naciente industria fílmica mexicana. Su llegada al país con su esposa, Lina Boytler, coincidió con el momento en que Serguei Einsenstein filmaba su memorable película inconclusa Que Viva México (1932). Boytler se adentró en el filme de su compatriota trabajando como actor y extra en varias escenas. Eso le permitió tomar el pulso al mundo del cine en México y decidir radicar definitivamente en el país.
Boytler ya tenía mucha experiencia en la producción de películas, pues antes de salir de Rusia había trabajado con los prestigiosos teóricos teatrales Konstantin Stanislavsky y Vsevolod Meyerjold. También había realizado varios cortos en los cuales el mismo actuaba y dirigía: Arcady controlador (1915), Arcady se casa (1915) y Arcady deportista (1915). Antes de emigrar a México, Boytler vivió con su esposa en varios países sudamericanos donde filmó cortometrajes con vena humorística. En Argentina dirigió su primer largometraje llamado El buscador de fortuna (1927). Tras su paso por Latinoamérica, el matrimonio se trasladó a Nueva York en 1927. Allí, Arcady realizó varios filmes cortos de comedia como: Allá en el bajío (1929), Vida de noche (1929) y Flor de pasión (1929). Estas películas destacaban por estar habladas en español y dirigidas hacia los públicos hispánicos. Sin duda, el conocimiento de la lengua fue una de las razones que lo llevarían a buscar nuevos horizontes en México.
(1) Cartel de La Mujer del Puerto (1933).
A su llegada a tierras mexicanas, Boytler fue contratado por el productor Felipe Mier para realizar varios documentales turísticos de corte “eisensteiniano”. En 1932 dirigió su primer largometraje titulado Mano a mano. Este filme le permitió establecerse en el cine mexicano y aprovechar el surgimiento de la incipiente industria cinematográfica nacional. Así, fundó su propia casa productora y pronto decidió quedarse en el país.
El filme Santa de Antonio Moreno (1931), realizado con el novedoso sistema óptico sincronizado a la imagen, fue la primera película sonora mexicana. Arcady aprovechó esta nueva tecnología y pronto filmó la que sería su obra maestra: La Mujer del puerto (1933). La película, con la primera actriz Andrea Palma, es un melodrama romántico. Narra la historia de Rosario, una prostituta que “vende placer a los hombres que vienen del mar”. Tras una noche de amor y pasión, Rosario se entera que ha cometido incesto con su propio hermano: desesperada, se tira al mar y se ahoga.
El olfato cinematográfico de Boytler funcionó. Los ingredientes de un melodrama bien construido y narrado, la novedosa tecnología del sonido (“película hablada”) y una canción estelar interpretada por la actriz principal, dieron un resultado maravilloso. El éxito comercial y artístico fue inmediato y asombroso. El artista ruso se consagró como uno de los grandes cineastas de México. La mujer del puerto es hoy un ícono de referencia obligada para los estudiosos de la historia del cine mexicano.
“El gallo ruso” triunfó entonces en el país de los aztecas. El éxito vendría de nuevo con la dirección y producción de ¡Así es mi tierra!(1937) y Águila o Sol (1937), las cuales catapultaron a la fama a a Mario Moreno “Cantinflas”, nada más ni nada menos. No sobra señalar otras películas de su filmografía durante este periodo como El Tesoro de Pancho Villa (1935) y Celos (1935). En 1944 concluyó su último filme, Amor prohibido, y se retiró como productor y director de películas. No obstante, siguió activo en la industria del cine, construyendo y administrando su propia sala cinematográfica: el cine Arcadia en Balderas, en la colonia Centro de Ciudad México. Por muchos años, ese foro destacó por la proyección tanto del cine de la llamada “época de oro” como de películas extranjeras de calidad.
Allá por el año 1957, tenía yo 16 años de edad, fui a verlo a sus oficinas en el cine Arcadia. Me recibió, porque mi padre —que también era ruso y lo conocía— se lo había pedido. Don Arcady, que sabía de mi ambición de ser director de cine, me pidió que escribiera algún episodio cómico en forma de guion. Cuando lo hice, me hizo actuarlo. Yo me moría de vergüenza, pero él, con su forma afable de ruso bien educado, me tranquilizó y me dio varios consejos. En particular, recuerdo una lección que ha sido el credo de toda mi vida. Me dijo: “cuando llegues a dirigir películas, nunca, pero nunca, te des por vencido”. En ese momento no entendí por qué me decía tal cosa. Hoy, después de haber dirigido algunos largometrajes, cortos y documentales, comprendo que su consejo me ha sostenido de pie cuando las cosas se tornaron difíciles. Porque, ¡Dios!, ¡cuán difícil es hacer películas y cuantos peligros, frustraciones y amenazas acechan!
Arcady Boytler, pues, llegó a México e hizo suyo este país. Fue tanto su apego a la nación mexicana que incluso hoy muchas personas ignoran su origen ruso. Murió en 1965 y en su honor, desde hace varios años, una de las diez salas de la Cineteca Nacional lleva su nombre. Siempre que pasamos por ahí muchos lo recordamos con cariño y admiración.