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Reseña
Black PantherMudbound
Afrofuturismo y tragedia
por Mónica Martínez

19 de junio de 2018

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En los últimos meses, los realizadores afroamericanos han logrado posicionar, magistralmente, su trabajo entre las salas comerciales y los críticos de cine. La euforia que desató Jordan Peele (Get Out) en 2017 —con un desempeño extraordinario para una película de terror— tuvo eco esta primavera con la entrega de Black Panther (2018). Respaldado por un presupuesto de 200 millones de dólares, Ryan Coogler (1986) encantó a críticos y audiencias con una presentación original de la trama de superhéroe. Aunque el cómic original data de 1966, ligeramente anterior incluso a la formación del Black Panther Party (BPP) en Estados Unidos, la entrega de Coogler no ignora este vínculo en la psique afroamericana. 

Coogler —nativo de Oakland, California, donde también tiene sus raíces Erik Killmonger (el antihéroe de la cinta) y el BPP— propone un drama familiar que raya en crisis de sucesión monárquica, cuasi constitucional cuando ambos, Black Panther y Killmonger, deben enfrentarse a morir para defender la visión que uno y otro tienen de Wakanda, a partir del papel que el país más poderoso debe desempeñar en el mundo. Wakanda, el corazón imaginario de África que fue bendecido con el único yacimiento de "vibranio" en el planeta (al que debe su superioridad tecnológica) es el orgullo de la diáspora africana (superior a 170 millones de personas alrededor del mundo, incluido México) en Estados Unidos y, a la vez, el reflejo de las reducciones y contradicciones occidentales más comunes sobre África y los africanos

El héroe africano y el antihéroe afroamericano son sólo dos hebras posibles de la negritud. Una, encarnada por Chadwick Boseman, confundido e insípido en papel y figura, ungido por las mujeres de su círculo cercano, y Michael B. Jordan, por magnífica tercera mancuerna con Coogler —Fruitvale Station (2013) y Creed (2015)—, vehemente heredero de la lucha original del BPP y testigo del racismo actual en Estados Unidos. Esto dota a Killmonger de ímpetu de liberación y hegemonía –acaso su característica más americana– que esboza un personaje multidimensional, un villano capaz de generar empatía porque la experiencia vivida la comparten millones de afroamericanos, sin importar si son graduados del MIT o veteranos de guerra. 

Parte del atractivo de Black Panther es su sentido del humor marcadamente afroamericano, quizá menos evidente en otros mercados internacionales, como China Arabia Saudita. También se nutre de un elenco femenino talentoso, las más de las veces liderando las escenas de acción propias del protagonista, en las que se inyecta una dosis de realismo mágico entretenido (peluca y pies descalzos incluidos). En el discurso de la representación e inclusión que Black Panther vende, queda pendiente que Walt Disney (distribuidor de la cinta) innove al incluir personajes decididamente LGBTI+ en sus productos. Tal parece que esta vez optó por mostrar, sin recato, una escena de violencia de género y no un romance entre mujeres

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Lejos de los 200 millones de dólares de los que dispuso Coogler, la realizadora Dee Rees (1977) trabajó con un presupuesto minúsculo para Mudbound (2017), una cinta que excede en calidad técnica y artística. La Academia le reconoció con cuatro nominaciones —Mejor Guión Adaptado, Mejor Fotografía (a cargo de la primera mujer nominada en esta categoría, Rachel Morris, quien también colaboró con Coogler en Black Panther) y Mejor Canción Original y Actriz de Reparto para Mary J. Blige— que destacan por ser el primer largometraje distribuido por Netflix en obtener este reconocimiento. 

 

A pesar de que Mudboud, adaptado de la novela homónima de Hillary Jordan, tuvo una recepción calurosa en Sundance, ningún estudio apostó por su distribución por tratarse de una épica racial —quizá poco atractiva para el mercado. Se trata de una cinta con un ritmo que toma ampliamente su tiempo para llegar a su culminación, tejida finamente con las actuaciones un reparto bien elegido, y mucho menos ostentosa que, por ejemplo, 12 Years a Slave (Steve McQueen, 2014). También es, por supuesto, una época mucho más reciente en la memoria (amnesia) histórica de Estados Unidos, con la dolorosa deuda hacia aquellos afroamericanos que lucharon contra el fascismo en Europa y el racismo en suelo propio. 

Mudbound presenta magistralmente este tema, con el lodoso Delta del Mississippi de fondo, la parte más sureña del Sur de Estados Unidos, incrustado en dramas familiares de cocción lenta. Dos familias, los Jackson (afroamericanos) y los McAllans (blancos) son apenas dos núcleos que se tocan, pero cuyos destinos están inexorablemente unidos. El vínculo de agradecimiento mutuo entre Florence (Mary J. Blige) y Laura (Carey Mulligan, cuyo acento no es su mejor aportación), y la empatía entre dos ex combatientes en la Segunda Guerra Mundial, Jamie y Ronsel (Garrett Hedlund y un impecable Jason Mitchell), y el recelo justificado de Hap hacia todos los McAllan son algunas de las múltiples hebras que se unen en el drama, cuyo punto más álgido incluye un brutal encuentro con el KKK y parricidio con la mirada fija. 

 

No hay salidas fáciles, ni dignidad intacta para nadie. Persevera el odio racial, la fragilidad de las vidas negras en el sur rural y el amor filial como única posibilidad de esperanza. La circularidad de la historia devuelve la escena entre Hap Jackson y Henry McAllan más desoladora, y el intercambio y la complicidad entre Florence y Jamie apenas un gesto solidario. 

 

La épica de Rees es, en muchos momentos, más cercana que la Wakanda de Coogler. Pero hay esperanza más allá del silencio y la derrota. Hay amor e insolencia necesaria. Aunque sea natural la proclividad hacia la resistencia y la batalla, es en un punto entre el afrofuturismo y la épica donde se puede apreciar el dolor convertido en arte, la habilidad de Rees y Coogler, y la técnica de Morris, para retratar mil sombras de negritud. 

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